“Subió pues Jesús a un monte, y se sentó allí con sus
discípulos” – Juan 6:3
Justo antes de la milagrosa multiplicación de los panes y los peces, Jesús “subió a un monte y se sentó con sus discípulos” (6:3). Eso es digno de tomar nota. Parece obvio que Jesús se retiró a propósito de la gran muchedumbre que lo había estado siguiendo.
Hay
ciertas cosas que tú y yo nunca aprenderemos cuando haya otros presentes. Creo
en la Iglesia y amo el compañerismo de la hermandad. Hay mucho que podemos
aprender cuando nos juntamos los domingos y nos sentamos con los santos. Pero
hay ciertas cosas que tú y yo nunca vamos a aprender en presencia de otras
personas.
Sin
duda alguna, parte de nuestro error hoy en día es la actividad religiosa que no
es precedida por soledad e inactividad. Me refiero a estar solo con Dios y
esperar en silencio y quietud hasta que seamos cargados con el Espíritu de
Dios. Entonces, cuando actuamos, nuestra actividad realmente vale porque hemos
sido preparados por Dios para hacerla…
Ahora,
en el caso de nuestro Señor, la gente vino a Él, según Juan, y Él estaba listo
para ellos. Había estado quieto y en silencio. Se había sentado con sus
discípulos y meditado. Mirando hacia el Cielo, esperó hasta que el paréntesis
completo de vida divina bajó del trono de Dios a Su propia alma. Era un violín
afinado, una batería recargada. Estaba preparado para la gente, cuando ellos
vinieron.
“Señor, voy a pasar mucho tiempo en compañía de gente hoy,
pero ahora vengo en quietud y silencio a esperar que me llenes. Amén”
– A. W.
Tozer
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