(Nota del traductor: En el siglo XVI se levantó un grupo de cristianos remanente que prácticamente revivió el cristianismo primitivo en todo su esplendor. Debido a que bautizaban sobre la confesión de fe, se les dio el nombre de “anabaptistas.” Muchos de sus escritos originales se conservan. Sus escritos incluyen testimonios, himnos, cartas que se enviaban desde la cárcel, y algunas confesiones de fe. En sus escritos es muy prevalente y recurrente el concepto de “gelassenheit,” palabra de un dialecto alemán sin traducción directa al castellano, que implica la idea de “soltar” en un sentido muy amplio. Ellos la utilizaron para referirse a la rendición a Cristo, dejando todo atrás, tal como Cristo lo describe en Lucas 14. Para ellos esa era la única manera de ser salvo y de hallar el gozo en Cristo. Lo siguiente es una carta de un hermano anabaptista, escrita desde la cárcel, en la cual explica esta idea. Te animo y reto a que lo leas con cuidado y en oración. Con ello en mente, examínate, ya que al final de cuentas, esto, es decir, la gelassenheit o entrega real, es la única diferencia fundamental entre un cristiano verdadero y una persona que solamente es religiosa hipócrita. ¡Dios te bendiga!).
Alguien que abandona algo o lo deja ir es alguien “desligado,” o “separado,” o “despegado” o “desapegado,” o “deslindado.” Aunque alguien que ha sido abandonado también puede llamarse desligado, la diferencia es que la persona “abandonada” es pasiva (la acción le ha sido hecha a él), mientras que la persona “desligada” es activa (o reflexiva, es decir, la persona se hace esto a sí misma). Si desean un término latino para esto, no puedo pensar en uno mejor que la palabra de Cristo, quien dijo: “El que no abandona a padre, madre, etcétera…” En latín existe la palabra relinquo (soltar o ceder). Sin embargo, existen otros términos latinos que describen la gelassenheit, como son deserere (desertar), renunciare (renunciar) o dimittire (desechar o desestimar).
Tomen nota de cómo el amor a una esposa sobrepasa y echa fuera el amor a padre y a madre, ya que está escrito: “… dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer,...” Génesis 2:24 De la misma manera, el amor a Dios tiene que desplazar todo amor y todo deleite que naturalmente tenemos por las cosas creadas. Sí, tenemos que rechazar todas las cosas creadas si queremos tener a Dios como nuestro Protector y nuestro Morador o Señor.
De la gelassenheit que experimentan las parejas que se casan (al dejar a su padre y a su madre para unirse a su cónyuge), podemos aprender cómo hemos de despojarnos de todas las cosas y levantarnos por encima de lo creado, para las cosas increadas y más elevadas.
Lo que tenemos que dejar ir
Nota entonces, que yo, de ninguna manera tengo que buscar lo mío propio. La palabra “mío” incluye mi honor, mi beneficio, mi dolor, mi deseo, mi desagrado, mi recompensa, mi sufrimiento, mi vida, mi muerte, mi tristeza, mi gozo, y todo lo que pudiera afectar a una persona, ya sea en los bienes materiales, o en las cosas que afectan al cuerpo o al ser interno, como el intelecto, el poder de la voluntad y los deseos. Todo a lo cual se puedan aferrar el ego y el “yo-ísmo” tiene que irse y tenemos que desprendernos de ello, si es que vamos a estar “desligados.”
Y tenemos que continuar en este camino, no solamente comenzar en él. Tengo que estar tan completamente sumergido en la Voluntad de Dios como para verdaderamente haber muerto a mí mismo. Por lo tanto debo desear ser clavado en una cruz vergonzosa y cruel, y tener un santo pavor de mí mismo, llegando a estar avergonzado de mis pensamientos, mis deseos y mis acciones egoístas, como si fueran un terrible vicio que tiene que ser evitado, tal y como uno evitaría una infección con pus amarillenta. Debo ver mi inhabilidad para hacer el bien y por otro lado mi capacidad e inclinación hacia todo lo malo, castigable y vergonzoso.
Busca solamente lo necesario
No debo buscar nada de las cosas creadas, sino solamente las que sean necesarias para sobrevivir. Tenemos que buscar a Dios, pero no debemos buscar las cosas creadas, a menos que sean para servir [a Dios], tal como una persona enferma come su alimento con gran inquietud, por pura necesidad, o como una medicina para la supervivencia, pero no por mero placer. Sí, el comer y el beber son necesidades del cuerpo, pero una persona temerosa de Dios hace tales necesidades con gran temor, siempre estando diligente en no olvidar que Aquel que le dio la comida y la bebida es solamente Dios.
Cristo lo dice con palabras muy claras: “El que no renuncia a todo lo que posee no puede ser mi discípulo.” Lucas 14:33. Noten cuán amarga y cuán dura y severa es la escuela de Cristo, y qué aterradora y lastimosa es para nuestro intelecto, nuestra voluntad y nuestra naturaleza. Noten también que Cristo tenía razón al decir: “Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo.” Lucas 14:27 (y esto es cada día Lucas 9:23). Cristo nos enseña que la clase de gelassenheit que rinde todo es una cruz diaria que tenemos que cargar sin descansar. Más bien, tenemos que seguir a Cristo y estar en donde Cristo está en voluntad, pensamiento, amor, deseo y sufrimiento en las manos de Dios. Todo lo nuestro tiene que fusionarse con la voluntad eterna de Dios y llegar a ser nada.
Cristo no habló de esta virtud sólo una vez o en momentos emotivos o de despedida. Más bien, Él dijo muchas veces (y frecuentemente en un epílogo) que un aprendiz Suyo tiene que hacer lo mismo que aquella persona que esté considerando construir una casa o una torre: tendrá que verificar su bolsa o petaca y contar su riqueza para ver si puede terminar tal edificio. Cuando vea que es suficientemente capaz, entonces puede comenzar a construir.
Todos los cristianos tienen que hacer lo mismo. Aquellos que desean ser estudiantes de Cristo primero tienen que considerar y reflexionar sobre todas las cosas. Sí, al final, tienen que decirles adiós y rendirlas de tal manera y con la intención de alguien que finalmente deja ir algo que odia y que ya no quiere para sí mismo. A esto se le llama renunciar, a dejar ir algo y ahuyentarlo de uno.
Cualquiera que rinda todas las cosas de esta manera puede ser un discípulo y aprendiz de Cristo. El alma tiene que estar “sin forma,” esto es, desnuda y desierta o vacía de todas las cosas creadas, si es que va a recibir a Dios y a permitir que Dios posea, reine y adorne en ella, tal como la primera creación (de los cielos y la tierra). Hasta que podamos despojarnos de todo lo creado, no debemos ni soñar con llegar a ser discípulos de Cristo. Que nadie piense que Dios entra [en el alma] mientras todavía haya criaturas que llenen, consuelen o agraden el alma, como dice en Jeremías 7:24: “Y no oyeron ni inclinaron su oído; antes caminaron en sus propios consejos, en la dureza de su corazón malvado, y fueron hacia atrás y no hacia adelante,” Si le damos la espalda a tal Señor y lo repudiamos, ¿debería Él todavía voltear Su rostro hacia nosotros y tenernos buena voluntad? No, estos infieles han convertido el perdón de Cristo en una lotería.
La circuncisión espiritual
Si yo amara algo además de Dios, entonces no estaría amando a Dios con todo el corazón. Porque aquel lugar en mi corazón que ama algo diferente, le está quitando lugar a Dios; por lo tanto, no podría amar a Dios con todo el corazón. Este amor es la circuncisión espiritual, esto es, un extirpar del corazón todas las cosas creadas. Mientras que las cosas creadas no estén separadas del corazón, entonces el corazón no es capaz de amar a Dios por completo. Cuando buscamos la ayuda, el consuelo y la confianza en una cosa que no es Dios, entonces el corazón está incircunciso. Por esta razón se dice que la fe circuncida el corazón, porque levanta al corazón para confiar en Dios, quitándole el consuelo en cualquier otra cosa.
Unidos a Dios
Además tenemos que notar que Dios se une a nosotros y nos fija a Él con ese pegamento llamado amor. Un corazón verdaderamente creyente no se aferra a nada, sino sólo a Dios, y, puesto que el amor a Dios es el pegamento que nos une a Dios, entonces se sigue que un corazón circuncidado y amante se aferra únicamente a Dios. Más aún, es imposible que el amor de Dios entre en un corazón a menos que el amor, el deseo, el consuelo y la confianza en las cosas creadas se hayan ido del corazón. La circuncisión y la expulsión de las cosas creadas ocurren para que podamos amar a Dios con todo nuestro corazón, ya que dice: “Y circuncidará Jehová tu Dios tu corazón, y el corazón de tu descendencia, para que ames a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, a fin de que vivas.” Deuteronomio 30:6.
La Gelassenheit y la circuncisión del corazón son la misma cosa
Consideren si no es lo mismo decir: “Nadie puede amar a Dios a menos que su corazón esté circuncidado de todo deseo, confianza, temor y consuelo en las cosas creadas,” y lo que Moisés y Cristo dicen: “A menos que dejemos todo lo que tenemos (las cosas en las cuales encontramos placer, comodidad y confianza, o las cosas que tememos) no podemos ser Sus discípulos.” Leemos que Cristo llamó a mucha gente a Su cena, ninguno de los cuales vino, ya que cada uno de ellos tenía una excusa. Uno había comprado una tierra, otro se había casado, otro había comprado bueyes, etc. Lucas 14:18-24. Y todos ellos descubrieron sus corazones obstruidos y no rendidos en el hecho de que no quisieron oír la Voz de Dios y aceptar la invitación de ir al banquete.
En esta parábola Cristo también menciona las cosas creadas que tenemos que abandonar si deseamos escuchar y obedecer Su Voz y Su enseñanza para verdaderamente conocer y amar a Dios. Cristo menciona esposa, tierras y bueyes. Aunque estas cosas apuntan hacia todas las otras cosas que debemos dejar ir, mencionaré otras pocas que Cristo también mencionó: casas, campos, hermanos, hermanas, padres, madres, hijos, esposa, y más aún que todo, nuestra propia alma.
El egoísmo y el yo-ísmo
Si deseamos ser personas rendidas y ser discípulos de Cristo, tenemos que dejar ir todo y rendirle a Dios todo lo que pudiera afectarnos de una u otra manera. Por ejemplo, nada bueno debe ser apropiado para nosotros. Tampoco debemos codiciar nada natural. Es verdad que si alcanzas el punto en el que te despojes de tu propia persona, serás completamente libre de todo.
Sí creo necesario decir otra vez que tal gelassenheit (soltar) no es lo mismo que soltar una moneda de tu mano. Por supuesto, no debemos matar a padre ni a madre, ni cometer suicidio. Más bien, tal gelassenheit consiste en extirpar el amor, el placer, la preocupación, la confianza y el temor que tengamos hacia nosotros mismos y/o hacia las cosas que son nuestras. En pocas palabras, debemos destruir todo lo que somos y volvernos de todo lo que codiciamos, para que sólo Dios sea nuestro amor, nuestro placer, nuestra preocupación, nuestro temor, nuestra ayuda, nuestra confianza y nuestro todo. ¡Sólo a Él nos debemos aferrar!
Soltar y dejar que Dios provea
En común con los animales, buscamos alimento y bebida. Y nos relacionamos con nuestros parientes. Pero como cristianos no tenemos en común con los incrédulos el estar llenos de preocupación por estas cosas. Tenemos que estar libres de la preocupación, como los animales, y disfrutar el alimento sólo como una necesidad, tal como lo hacen las vacas.
Sin embargo somos peores que caballos y mulas porque comemos y bebemos más de lo necesario y de lo que es bueno para nuestra salud. Airamos a Dios cuando hacemos de nuestro vientre nuestro dios. Tenemos que abrir los ojos y observar a los lirios, los árboles y los pájaros y aprender de estas criaturas, veamos Quién es el que las alimenta y las viste y cómo ellas no se preocupan. Pero porque nos preocupamos por el vestir, por un lugar donde descansar, y por alimento y bebida, entonces nos aferramos a estas cosas creadas. Pero Cristo ha dicho sobre esto: “¡Oh, hombres de poca fe!”
Todo aquel que esté cargado con confianza, deseo, preocupación y temor con respecto al dinero o a la comida, peca contra la fe según se preocupa por el dinero y por el alimento. ¿Por qué? Porque Cristo dice que siempre mostramos poca confianza en Su Padre Celestial cuando nos preocupamos en exceso por la comida, la bebida y el vestido.
Notemos que este pecado (de no rendirnos a Dios y no confiar en Él) indica o revela un corazón no circuncidado, y notemos que con este pecado, la persona odia o al menos menosprecia a Dios y lo considera nada o poca cosa. Pueden ustedes concluir de todo esto que tenemos que aferrarnos a Dios y a Su Reino solamente, con una confianza segura y cierta, con un amor ferviente y con temor… y todas nuestras necesidades nos serán añadidas. Mateo 6:33.
No mirar atrás
Sí, tenemos que buscar sólo a Dios con ojos fieles y con firmeza, para que prefiramos morir antes que volver atrás. De manera similar, debemos preferir morir mil veces antes que apartarnos siquiera una vez de Dios. Cuando ponemos nuestros ojos en los bienes temporales, eso nos aleja de Dios. Cristo lo dice de esta manera: “Y Jesús le dijo: Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios.” Lucas 9:62.
Escuchen por tanto, hermanos míos, que no somos aptos para entrar en la escuela de Cristo si miramos atrás. Y comprendan cómo tenemos que extirpar y cortar todo aquello que haya en nuestros corazones, para barrer nuestra casa hasta limpiarla, si es que deseamos ser aprendices de Cristo. Por favor lean Lucas 9 y Lucas 14 lado a lado y compárenlos, combinando su significado, ¡e indudablemente se sorprenderán y serán impulsados a clamar! ¡Qué pobre gente somos! ¡Y cómo tenemos la gran necesidad de sufrir con Cristo siempre!
¡Acuérdense de la esposa de Lot!
La esposa de Lot quizás miró atrás debido a sus bienes materiales, a su salario, a sus amigos, o a algo así, cuando Dios hizo caer fuego y azufre del cielo sobre Sodoma y Gomorra, destruyendo todo lo que había allí. Ahora bien, lo mismo que ocurrirá cuando Cristo aparezca, también tiene que ocurrir dentro de una persona cuando Cristo secretamente la alumbra en su corazón. Si deseamos ser cristianos rendidos, no debemos estar ansiosos por obtener bienes materiales ni por preservar nuestras bolsas llenas de comida. Tampoco debemos sorprendernos cuando los bienes que hemos adquirido sean llevados en un instante. Tampoco deben consolarnos o hacernos cómodos los bienes que poseemos. Más bien, debemos aceptar el reino de Dios, esto es, su voluntad eterna, con amor y deleite.
No te enorgullezcas de tu Gelassenheit
Noten también que cuando reconozcamos, confesemos y abandonemos todas las cosas antes mencionadas de las cuales hemos de despojarnos, no debemos permitir que nuestro conocimiento, confesión y rendición se conviertan en nuestro gozo y amor, no sea que perezcamos también por culpa de amar nuestra gelassenheit. A menudo ocurre que una persona es cacheteada en la cara por causa de Dios, y esa persona decide no tomar venganza ni ofenderse. Sin embargo, ¡seguro que sí le encantaría que alabaran su paciencia, o le encantaría ser considerado cristiano por causa de su paciencia! O, quizás se sienta irritado por haber permitido que lo golpearan sin golpear de vuelta, aún cuando tenía la fuerza suficiente para golpear de vuelta, o porque permitió que le llamaran burro, campesino o sectarista, sin contestar. Sin embargo, tiene un ojo en su sufrimiento y está allí, disfrutándolo y amándolo, cuando debió haber huido de ese amor también, por causa de Dios, para servir sólo a Dios, y enfocar sus ojos únicamente en Dios.
Todo se resume en esto: todos los que deseen servir a Dios no deben servirlo con un corazón a medias, sino con toda su alma y con toda su voluntad.
El yo
De todo esto pueden aprender el significado del yo y el ego y también comprender cómo un servicio verdadero y rendido a Dios levanta los ojos del alma hacia la insondable voluntad de Dios, acercándola sigilosamente hacia el bien inconmensurable, que es Dios mismo, en donde no puede haber ego ni yo. Porque mientras el alma no mire a ninguna otra cosa que no sea a Dios (quien es el Bien eterno) y a Su voluntad, entonces el corazón también, no estará enlazado a nada creado.
En pocas palabras, el que desee estar completamente rendido, tiene que despojarse de sí mismo de manera irrevocable, entregando todo su egoísmo y su estar centrado en sí mismo. Luego el yo rendido tiene que llegar a ser uno con la voluntad divina, de tal manera que no vea, oiga, guste, desee, quiera, ni entienda ninguna otra cosa, sino sólo la Voluntad de Dios. Lo que aleja o distrae a una persona de aceptar la voluntad de Dios tiene que convertirse en un lugar de martirio.
¡Esta es la cruz que tenemos que cargar cada día!
La nueva vida en Cristo
Luego el que se ha rendido y ha abandonado el ego y la egolatría, llega a ser semejante a Cristo en su vida. Y así uno descubre que su vida ya no es una vida humana, sino divina, y que no soy yo el que vive, sino Cristo en mí. Gálatas 2:20. Si nos hemos entregado o no, esto puede ser decidido cuando nada nos agrada excepto lo que agrada a Dios, y cuando no deseamos nada de las cosas creadas, excepto las que Dios quiera. Es entonces cuando estamos desligados, porque ya no amamos lo que nosotros queremos, sino lo que Dios quiere. Y deseamos lo que Dios desea. En la voluntad de Dios están arraigados nuestra salvación, nuestro amor, nuestro gozo, nuestra gloria y nuestra vida. Por lo tanto debemos orar con sinceridad: “Señor, ¡hágase Tu Voluntad en la Tierra como se hace en el cielo!” Mateo 6:10 ¡Que tu voluntad obre poderosamente en tus criaturas!
Cristo: el camino, la verdad y la vida
Dios nos envió a Su Hijo Cristo (quien llevó tal vida rendida en la manera mejor y más alta), para que fuera el camino, la verdad y la vida. No seremos engañados mientras que sigamos Sus huellas y andemos como Él anduvo 1 Juan 2:6. Es por eso que tenemos que ver lo que Cristo y la verdad inmovible enseñan.
Dos clases de semilla
Cristo contó una parábola en la que una semilla que no había muerto no lleva fruto y queda sola Juan 12:24. Cristo compara a tal semilla con la persona que ama su vida natural, pero termina destruyéndose. Destruye su vida por mantenerla viva, tal como un grano no puede llevar fruto alguno mientras esté viva. De acuerdo con esto, no podemos tener vida nueva ni buenas obras mientras que nos amemos a nosotros mismos. Todo está perdido y no vale nada y no es de Dios, no importa cuán grande espectáculo hagamos, mientras que permanezcamos en el amor propio. Dios maldice a tal árbol y a sus hojas y lo consigna al fuego porque no lleva fruto. Podemos correr, cantar, orar, ayunar y hasta sufrir tribulación… pero todo eso es en vano a los ojos de Dios si seguimos amando nuestra vida natural.
Odio por la vida del alma
No es suficiente no amar nuestra vida del alma. Se tiene que añadir una sal fuerte: un odio sobrenatural tiene que reemplazar nuestro amor por las cosas creadas. Allí, el grano tiene que morir y llevar fruto. Allí, el amor, el deseo, la parcialidad y todas las pasiones del alma tienen que morir. Allí, el alma se aleja irrevocablemente de los deseos naturales. Este es el bautismo en la muerte de Cristo: la vida natural y antigua es unida a la cruz de Cristo, allí es traspasada, asesinada y sepultada con Cristo en el bautismo, para levantarse de nuevo, no como la misma vida vieja y natural, sino como la vida nueva y sobrenatural. Romanos 6:4-11. Entonces uno puede decir con verdad: “ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí.” Gálatas 2:20.
Hay dos vidas que se oponen entre sí y están en tensión: la vieja vida natural y la nueva vida sobrenatural; la vida del viejo Adán y la vida nueva de Cristo; la vida terrenal y la vida celestial. El amor y la inclinación por la vida vieja vienen de abajo, de la tierra y de la carne, ya que es carnal y terrenal. “Porque lo que es nacido de la carne, carne es.” Pero la vida nueva, el nuevo amor, la nueva inclinación y el nuevo temor vienen de arriba, del cielo, en donde ocurre el nuevo nacimiento. Juan 3:6.
La vida vieja consiste en desobediencia y en hacer nuestra propia voluntad y la vida vieja se ama a sí misma y ama lo que hace; también se queja y gime cuando algo se le acerca demasiado. La vida nueva es la voluntad pura y la obediencia a Dios, y odia la vida psíquica de la persona con todos sus aspectos activos y afectivos; de hecho besa la vara del Padre, por duro y fuerte que ésta golpee.
Los peligros de nuestra vida
Pueden ver en cuán grande peligro está nuestra vida y cuán rápido una persona no rendida destruye su propia alma. Porque tan pronto como nos amamos a nosotros mismos y no sólo por causa de la Voluntad de Dios, estamos corrompidos. Supongo que la gelassenheit también puede verse en las palabras de Moisés: “Consagrarás a Jehová tu Dios todo primogénito macho de tus vacas y de tus ovejas; no te servirás del primogénito de tus vacas, ni trasquilarás el primogénito de tus ovejas.” Deuteronomio 15:19. ¿Qué más nos indica esto de no servirnos del primogénito de nuestra vaca, sino que no debemos servirnos a nosotros mismos con los dones de Dios? Los primogénitos le pertenecen a Dios.
Todos los buenos dones y todo lo que Dios quiere, Él lo crea en Sus siervos; y todo lo que es bueno le pertenece a Dios, no a nosotros mismos. Por esta razón, no debemos servirnos a nosotros mismos, sino a Dios, con las cosas buenas. ¿Y qué significa que no trasquilemos al primogénito de los corderos, sino que no debemos buscar nuestro propio beneficio, ventaja, honor, gloria, o ninguna otra cosa para nuestro provecho, en todas las cosas que Dios ha consagrado para Sí mismo, que de hecho es todo lo que Dios ha creado?
La fe
Cristo no se esconde de los que pueden creer. “Busquen la gloria que viene del Dios Único, si es que desean creer,” Juan 5:44 dice Cristo. Cuando la gloria, el honor, la alabanza, la voluntad y el amor de Dios reinan en nosotros con poder, entonces el ego, el yo y el ensimismamiento tienen que atrofiarse y llegar a ser nada. Esta es la mera característica y naturaleza de la fe: ver la gloria de Dios y nuestra propia vergüenza, ver la virtud y fuerza de Dios y nuestra debilidad, ver algo de Dios y ver nuestra nada.
Por lo tanto es imposible tener fe y permanecer fuera de la gelassenheit, porque el honor de Dios tiene que estar dirigido hacia Dios y no hacia nosotros mismos. Donde no hay gelassenheit, no hay fe.
Puro amor
Cristo también dice: “Pero yo los conozco a ustedes, y sé que el amor de Dios no habita en ustedes… "¿Y cómo pueden ustedes creer, si se honran los unos de los otros, pero no buscan la honra que viene del Dios único?” Juan 5:42, 44. El amor de Dios y el amor de nuestra vida del alma no pueden permanecer juntos. Ahora bien, puede ocurrir que efectivamente abandonemos tierras, padres, hijos y esposa, y que aún así no estemos rendidos en nuestro corazón. Esto ocurre cuando amamos y disfrutamos el rendir de estas cosas.
Pero lo que sea que yo ame, lo debo amar por causa de Dios y porque eso agrada a Dios. Si amo a una persona por el gozo que eso me produce o por obtener un beneficio propio, entonces debo soltar el amor a tal persona cuando es contra Dios.
La razón de nuestra creación
Dios nos creó para las buenas obras, las cuales Él también hizo para que anduviésemos en ellas. Efesios 2:10. Si hay un buen pensamiento, una buena voluntad, una buena existencia, o una buena obra en nosotros, Dios solamente es el Creador de ello. No tenemos el derecho de reclamarlo ni vanagloriarnos en ello como si nosotros fuéramos el origen de ello. Si nos atribuimos a nosotros mismos algo que no tenemos derecho de reclamar, entonces le robamos a Dios lo que es Suyo.
Y la falta de rendición es ser un ladrón contra Dios, ya que estamos reclamando algo que no es nuestro. Si Dios mueve a una persona a hacer el bien, es como una vara que está siendo movida. No podemos apropiarnos de lo que ocurre por medio del poder de Cristo en nosotros, así como no podemos atribuir poder a una vara muerta que está siendo movida.
Pronto escribiré más sobre este tema. Mientras tanto, ¡sean varoniles y fuertes en su deseo hacia Dios! Amén. ~
-Andreas Rudolph Bodenstein von Karlstadt (1486-1541) (Traducido por Josué Moreno)
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