“De un bautismo tengo que ser bautizado…” –Jesús (Lucas 12:50.)
Uno quizás podría llenar una biblioteca con los libros que se han escrito acerca de los primeros dos bautismos. En la vida de Jesús, Nuestro ejemplo Perfecto, lo encontramos siendo bautizado en agua por Juan el Bautista. En rápida sucesión, “descendió el Espíritu Santo sobre él en forma corporal, como paloma.” Aquí es fácil ver los dos bautismos: uno en agua y otro en el Espíritu Santo.
Pero después en los evangelios, vemos a Cristo comentando acerca de otro bautismo que Él todavía no había experimentado: “De un bautismo tengo que ser bautizado; y ¡Cómo me angustio hasta que se cumpla!” Lucas 12:50.
A este bautismo es al que los anabaptistas llamaron “el tercer bautismo.” Algunas veces se referían a él como un “bautismo de sufrimiento,” y a veces como un “bautismo de sangre.” Este último término provenía de 1ª Juan 5:8, que nos dice: “Y tres son los que dan testimonio en la tierra: el Espíritu, el agua y la sangre; y estos tres concuerdan.”
El bautismo olvidado
Este tercer bautismo es ampliamente ignorado en estos días. De hecho, en algunos casos ha sido reemplazado por un bautismo que es exactamente lo contrario al sufrimiento. Con esto me refiero a lo que bien podría llamarse un “bautismo de bendiciones.” Este así llamado “evangelio de la prosperidad” es lo que el apóstol Pablo llamó “otro evangelio” en 2ª Corintios 11:4 y en Gálatas 1:16. En su carta a los corintios, Pablo habla de “otro espíritu” y de “otro Jesús.” Así que si alguien viene predicando a un Jesús que no vive y actúa como el Jesús de los cuatro evangelios, tenemos que guardarnos y tener cuidado. En conexión con el tema de este artículo, podemos deducir fácilmente que cualquiera que no predica que los discípulos de Jesús tienen que seguir a su Maestro en Su bautismo de sufrimiento, trae a “otro Jesús.” El Jesús que Pablo predicó les dijo a Sus discípulos: “y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí.” Mateo 10:38.
Y sin embargo hoy en día vemos predicadores, muy famosos en este mundo, contándole a la gente acerca de un Jesús que les ofrece prosperidad material. La “prueba” de ello es el escusado o la casa del perro con aire acondicionado de 23 000 dólares, o el jet privado del predicador de 20 millones de dólares.
Yo les prometo…
Parecería lógico que una persona que está buscando que la gente lo siga, le ofrecería a sus devotos algo mucho mejor que una vida llena de sufrimientos. ¿Cuántos candidatos políticos serían elegidos si en sus discursos de campaña dijeran: “Oigan, ¡voten por mí y les prometo que los llevaré a la depresión económica más grande que jamás haya vivido este país!”? Y sin embargo Jesús, el Jesús de la Biblia, en esencia les dice a sus seguidores algo muy semejante a eso. “Síganme,” Él les dijo. Y luego de manera voluntaria permite que lo martiricen sin ofrecer la menor resistencia, ¡aún cuando pudo haber llamado 10 000 ángeles para que lo libraran, si así lo hubiera querido!
¿Por qué el sufrimiento?
Una de las grandes causas de incredulidad con la que mucha gente tropieza con respecto al Dios de la Biblia es la pregunta acerca de cómo un “Dios Bueno” puede permitir que ocurra tanto mal. ¿Cómo puede un Dios que supuestamente es Omnipotente (Todopoderoso) permitir que el mal siga existiendo en el mundo? ¿Cómo, si Él es más Poderoso que Satanás, permite que Satanás continúe por tanto tiempo en este mundo? ¿Cómo es que Dios permite que niños inocentes sufran de inanición?
Esas son preguntas muy válidas, y son preguntas para las cuales no pretendo ofrecer una respuesta completa, excepto mencionar los siguientes dos puntos:
1. La decisión del hombre de pecar es la causa del mal en el mundo. Y Dios permite que la humanidad tenga libre albedrío. La libertad que un hombre tiene para escoger practicar la injusticia inevitablemente afectará a la gente que le rodea. Aunque Dios a veces sí limita a algunos hombres en su acción de dañar a otros, Él no detiene el pecado ni sus consecuencias por completo.
2. El sufrimiento es necesario en este mundo para que el carácter Justo de Dios pueda hacerse manifiesto.
En este artículo, examinaremos el segundo punto.
El comienzo
Cuando Adán escogió desobedecer a Dios, Dios se vio obligado a separarse de Adán. Adán y su posteridad fueron dejados a los caprichos de su propia mente y a las tentaciones de su carne y de Satanás. Por naturaleza (sin el Espíritu de Dios dentro de nosotros para guiarnos y para darnos poder), los humanos escogeremos hacer aquello que sirva para traernos el mayor placer. Esto es lo opuesto de la naturaleza de Dios, que es el amor, lo contrario al egoísmo. Así, la condición caída del hombre deja su carácter en oposición con el carácter de Dios. El amor y el ego no pueden mezclarse, así como el agua y el aceite no se mezcla.
Cuando el hombre comenzó a seguir sus propios caminos, se generó la anarquía. En la anarquía, cada hombre hace lo que cree que es mejor, y eso generalmente se traduce en hacer lo que le trae el mayor beneficio y el mayor placer. Así que si Roberto tiene 100 acres de propiedad, pero ve que José tiene 200 acres y tiene mejores vacas, entonces Roberto planea un asalto a medianoche, mata a José y se queda con sus tierras y con sus vacas.
A eso le llamamos “injusticia” porque es algo que moralmente es incorrecto, es diferente y opuesto al carácter de Dios. Y el carácter de Dios es lo que finalmente determina si algo es “justo” o “injusto.”
El hombre sin Dios básicamente actuará como un animal, tal como nos lo dice Eclesiastés 3:18: “Dije en mi corazón: Es así, por causa de los hijos de los hombres, para que Dios los pruebe, y para que vean que ellos mismos son semejantes a las bestias.” Así como un animal salvaje lucha por su supervivencia, llegando a matar a uno de su misma especie para decidir quién se comerá a la presa, así también el hombre lucha, se esfuerza y mata por tener el control sobre sus semejantes seres humanos.
Justo vs injusto
La humanidad sin Dios será injusta. Conforme se van degradando sus valores y su integridad (lo cual es el curso natural de la gente sin Dios), los humanos engañarán, dañarán y mentirán incluso a aquellos que intenten ayudarlos. Piensa en aquellos hombres que no ayudan con nada a su abuela para su sustento, aún cuando la abuela ha sido muy buena con ellos. Esto es una injusticia total: devolver mal por bien.
Para limitar esta injusticia y ayudar a la humanidad a que no caiga en la degeneración total, Dios instituyó a los gobiernos humanos. Generalmente los gobiernos humanos forman un tipo de lineamientos básicos que ayudan a limitar las peores formas de injusticia, con castigos aplicables para aquellos que quebrantan dichos lineamientos. La ley de Moisés fue uno de esos gobiernos, si bien también fue una ley especial que además tenía muchos tipos y sombras del evangelio dentro de ella.
Estas leyes no restauraron a la humanidad a la plenitud del carácter y la naturaleza de Dios, pero sí colocaron un freno sobre las acciones más injustas de los hombres. La mayoría de los gobiernos reconocen que matar, robar y engañar son acciones malas y elaboran leyes civiles para limitar todos estos males. Básicamente, en vez de devolver mal por bien, las leyes civiles devuelven mal por mal y bien por bien. Esto significa que Roberto no debe matar a José por causa de su tierra y de sus vacas, pero si Roberto llega a quebrantar el código moral y ataca a José, entonces a José le está permitido devolver el mal y defenderse. La mayoría de los gobiernos civiles de este mundo operan más o menos sobre esta base. Bajo la amenaza del castigo, la mayoría de los hombres son capaces de vivir a la altura del estándar de justicia de “mal por mal.” Y, por supuesto, no es difícil devolver bien por bien. Si Roberto invita a José a una barbacoa, es muy probable que luego José invite a Roberto a comer una sandía en un día caluroso.
Un reino de justicia
Luego vino el reino de Dios. Jesús comenzó el mensaje del evangelio mostrando la justicia sobre la cual operaría Su reino. Por supuesto, no sería un reino injusto: que devuelva mal por bien. Pero tampoco podía ser sólo devolver mal por mal y bien por bien. Tenía que ser un Reino radicalmente nuevo. De hecho, era solamente un regreso a la voluntad original de Dios para los hombres en el jardín del Edén. ¡El reino de Cristo sería un reino basado en el concepto celestial de devolver bien por mal! Ahora, cuando José escucha el rumor de que Roberto está a punto de atacarlo y robarle sus tierras y sus vacas, José visita a Roberto y lo bendice de alguna manera.
1. Injusticia total: mal por bien.
2. Justicia impuesta por la ley civil o por la justicia humana: mal por mal y bien por bien. Y
3. La justicia de Dios: bien por mal.
Veamos algunos pocos asuntos a la luz de estos tres niveles de justicia, comenzando por ejemplo con la guerra. En la injusticia total, una nación puede atacar a otra por cualquier razón. En la justicia humana, la guerra generalmente se limita a lo que podría llamarse “guerra justa:” si una nación ataca a otra, entonces la nación atacada tiene el derecho de pelear y defenderse. En la justicia de Dios, cuando un pueblo es atacado, éste no pelea defendiéndose, sino que aún bendice a los atacantes.
En las disputas por territorios y linderos, la injusticia total bien podría convertirse en un tiroteo si ambos bandos involucrados llegan a estar en desacuerdo. Una vez que un bando ha asesinado al otro, el ganador se queda con “el botín.” En la justicia humana, las disputas sobre límites territoriales y tierras son llevadas ante un juez, quien trata de escuchar a ambos bandos y de tomar una decisión justa. En el reino de Dios, si un bando trata de mover un límite de tierra de manera no legítima para su ventaja, el otro bando [el que sea del reino de Dios] le permite a su invasor tomar su territorio sin pelear e incluso es posible que le diga al agresor que tome el doble de tierra que deseaba.
De vuelta al sufrimiento
¿Qué lugar tiene el bautismo en el sufrimiento del Reino de Dios? La respuesta es que el sufrimiento es la única manera en la que la justicia de Dios puede ser manifestada. Un anabaptista primitivo de hecho lo explicó de esta manera: “Un hombre sólo puede ser hecho justo por medio del sufrimiento.” A simple vista, quizás esta sola declaración te hará rascarte la cabeza después de leerla por primera vez. Pero después de cierta contemplación sobre lo que quiso decir, empezamos a coincidir. Permítame explicarle.
Jesús les dijo a Sus discípulos en Lucas 6:32-35: “Porque si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores hacen lo mismo. Y si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores prestan a los pecadores, para recibir otro tanto. Amad, pues, a vuestros enemigos, y haced bien, y prestad, no esperando de ello nada; y será vuestro galardón grande, y seréis hijos del Altísimo; porque Él es benigno para con los ingratos y malos.”
En otras palabras, ¿es realmente algo extraordinario que un hombre practique la justicia humana? Por supuesto, aquellos que practican la regla de “mal por mal, bien por bien” pueden felicitarse a sí mismos de que no son como la persona completamente injusta que practica el “mal por bien.” Pero Jesús vino predicando un nivel de justicia aún más alto, la justicia de Dios que es inherente a Su carácter Santo. Él les dijo a Sus discípulos en Mateo 5:20: “Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.”
La justicia contra la cual se medían (o con la cual se comparaban) los escribas y los fariseos era la ley mosaica. Y esta ley sí establecía una medida de justicia mucho mejor que la injusticia total. Estaba prohibido sacarle el ojo a un hombre sin razón alguna. Pero si alguien te sacaba el ojo, tenías el derecho de sacarle el ojo: “ojo por ojo.” Bajo la ley de Moisés, “mal por mal” era correcto, mientras que “mal por bien” estaba completamente prohibido. Jesús les dijo a Sus seguidores que si iban a entrar a Su reino y a vivir en él, tenían que ir más allá del nivel de justicia de tipo “mal por mal.” Jesús no dejó a Sus discípulos completamente en tinieblas con respecto a algunas aplicaciones prácticas. Él los llevó a través de varios puntos de la ley mosaica y elevó el estándar y las normas hasta el carácter justo de Dios, y explicó la manera como eso operaría en términos muy prácticos.
Sus discípulos se sorprendieron un poco. En un momento de estas enseñanzas, ellos exclamaron: “Si el caso de un hombre con su esposa debe ser así, entonces no conviene casarse.” Parece que ellos cuestionaron, como muchos, si es posible siquiera vivir de acuerdo con ese estándar nuevo de justicia que trajo Cristo.
El papel del sufrimiento
Contemplemos por un momento los estándares de justicia celestiales del reino de Dios. Jesús lo dijo muy claramente cuando les dijo a Sus seguidores: “Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos.” Mateo 5:44-45. Y el apóstol Pablo lo puso de esta manera en Romanos 12:21: “No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal.”
Ahora bien, la “gran” pregunta es: ¿Cómo puede un hombre practicar la justicia del Reino de Dios que consiste en devolver “bien por mal” si no hubiera ningún mal en este mundo? Si todo en el mundo fuera bueno y todos en el mundo fueran buenos, entonces no habría oportunidades para que el carácter de la justicia de Dios se manifestara por completo. Si no hubiera gente injusta en la tierra, Dios nunca podría manifestar en toda su plenitud Su carácter Justo de regresar “bien por mal.”
Obviamente, todos preferiríamos vivir en un mundo en el que no hubiera injusticias. Pero cuando meditamos sobre todo esto que venimos diciendo, automáticamente vemos la “necesidad” de que exista el mal. Si todos fueran buenos, entonces nunca habría la oportunidad de manifestar el carácter de nuestro Buen Dios en su totalidad. Sólo cuando la verdadera justicia de Dios confronta el mal y lo vence por medio del bien, puede la gloria de Dios brillar en su máximo resplandor. ¡Uno no puede sufrir triunfantemente si nunca sufre!
Y entonces, para revelar la gloria de Dios, Dios tuvo que venir a un lugar malo, un lugar en donde Él sufriría el mal, para que pudiera practicar, esto es, manifestar, el rasgo justo de Su carácter de “bien por mal.”
Así Dios vino a este mundo por medio de Su Hijo Jesucristo para sufrir, para triunfar sobre el mal pagando con bien a aquellos que abusaron de Él. A través de todo eso, Su Nombre fue glorificado.
Hecho justo por medio del sufrimiento
El autor de la carta a los hebreos nos dice que el Mesías “aunque era Hijo, por lo que padeció, aprendió obediencia.” (Hebreos 5: 8.) Es un poco difícil para nosotros pensar que Jesús haya tenido que “aprender obediencia,” pero el autor continúa, diciendo: “y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen.” (Hebreos 5:9).
La palabra “perfecto” (de la frase “habiendo sido perfeccionado”) nos puede arrojar en picada si no somos cuidadosos. En la Versión Reina Valera 1960, la palabra “perfecto” generalmente significa “completo,” o “llevado a su estado terminado.” Así, cuando Jesús pasó la prueba final de sufrimiento y “pasó la prueba” perdonando y devolviendo bendiciones a los que lo trataron tan injustamente, Su obediencia fue “perfeccionada” (completada). Había demostrado que Él tiene el poder que se necesita para devolver bien por mal. El carácter Justo de Dios dentro de Él había triunfado sobre cada tentación. Ahora tenía todo el derecho de ser el Autor de eterna salvación. En Hebreos 2:10 está escrito: “Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos.”
Una analogía que podría hacerse es la de una compañía de construcción que está buscando a un operario de retroexcavadoras experimentado. Cuando el aspirante se presenta, es posible que lo lleven atrás, le muestren la máquina que deberá operar, y le digan: “Enciéndala y cave un hoyo allá. Queremos ver si en verdad puede hacer esto.”
Dios, de alguna manera, pudo haber planeado que Jesús se quedara en el cielo, luego les dijera a todos que creyeran que era posible que un hombre caminara sobre la tierra en un cuerpo humano y sin pecar. Pero Dios le “demostró” al mundo que sí es posible. A través de Su Hijo Jesucristo, Él demostró que es posible vivir justamente entre gente no redimida, practicando la santidad y el devolver bien por mal. Envió a Cristo, y permitió que lo ultrajaran en gran manera, para demostrar que este Jesús es capaz de vencer el mal con el bien bajo cualquier circunstancia. “Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento,” (Isaías 53:10) porque el Padre sabía que el Hijo vencería el mal con el bien. La respuesta justa del Hijo hacia el mal infligido sobre Él fue un aroma precioso en la nariz del Padre, Quien lo cualificó y calificó para ser “el Autor de salvación eterna.”
El León de la tribu de Judá prevaleció sobre el mal, y Su Sangre fue derramada de Sí mismo y rociada sobre el santuario interno (el espíritu) de la humanidad que estaba muerta a fin de vivificarla, purificarla y perdonarla. Cualquiera que mire al Hijo Victorioso en el madero puede ser vivificado a una nueva vida de justicia por medio del Espíritu Santo.
Todavía sufre
Pero el Mesías todavía sufre hoy… en Su Cuerpo. Y todavía vence hoy… en Su Cuerpo. Todavía está experimentando el tercer bautismo, ahora mismo… en Su Cuerpo. Su pueblo todavía está siendo bautizado con acciones injustas en contra de ellos, para que la Justicia de Dios se manifieste en cada generación. Persecuciones, destierros, demandas legales, divorcios, palabras de enojo, abusos, maldiciones, etcétera, todavía están siendo hechos a los santos.
Sí, todavía le place a Dios “quebrantar” a Su pueblo, porque Él sabe que el hermoso aroma de Su carácter Justo (que Él mismo plantó en ellos) surgirá de tal situación. Así como una flor machacada exhala un mayor aroma, así el pueblo de Dios produce más justicia cuando es “machacado” en el sufrimiento.
Dios no es sadista. No disfruta ver a la gente sufrir simplemente porque le agrade ver rostros desfigurados y miradas de desesperanza, u oír gritos de dolor. Pero es sólo cuando sufrimos, cuando podemos devolver bien por mal. Si nunca atravesáramos circunstancias malas, nunca podríamos responder de manera justa a las circunstancias malas. Así, el sufrimiento es la suerte permanente del pueblo de Dios.
La primera carta de Pedro está llena de la idea del sufrimiento, y de cómo el sufrimiento encaja en la vida cristiana. Aunque por el momento no vamos a ver toda esa carta, notemos una frase en 1ª Pedro 3:14: “Mas también si alguna cosa padecéis por causa de la justicia, bienaventurados sois. Por tanto, no os amedrentéis por temor de ellos, ni os conturbéis.” Mientras que no voy a insistir que lo que voy a explicar a continuación es con toda seguridad lo que Pedro quiso decir, sí deseo que consideremos lo que podría ser una manera nueva de ver dicha frase. Quizás tendemos a pensar que Pedro nos está diciendo que “Si hiciste lo correcto (lo justo) y fuiste ultrajado debido a ello, regocíjate.” Eso ciertamente es verdad, y puede ser en parte lo que Pedro tenía en mente. Pero supongamos que Pedro quiso decir algo así como: “Si Dios te envía a una situación en la que sufras un trato terriblemente injusto (únicamente para que Dios te permita responder con una justicia de devolver “bien por mal”), entonces ¡regocíjate!” En otras palabras, Dios bien pueda permitir que uno de tus empleados desfalque o malverse $5 000.00 pesos de tu negocio, sólo para que el mundo pueda verte responder como Cristo respondería en tal situación. ¡Dios te está “hiriendo” para obtener un olor agradable! ¡Y debemos regocijarnos ante tal oportunidad!
No se permite optar por no recibir este bautismo
Cuando un hombre o una mujer vienen a Cristo para ser sus discípulos, no se les da ninguna alternativa de elección para ser excluidos de alguno de los tres bautismos. Definitivamente necesitamos el bautismo en el Espíritu Santo. ¿De qué otra manera podríamos recibir el poder para vivir como Cristo? Se nos ordena también ir por todo el mundo “bautizándoles en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.” (Mateo 28:19).
Ahora bien, nuestra carne generalmente no tiene problemas aceptando el bautismo en agua ni el bautismo en el Espíritu Santo. Pero grita en desafío y resistencia ante el tercer bautismo: el bautismo en un sufrimiento sangriento. Pero no existen recuadros que podamos palomear y otros que podamos tachar en el “contrato” del Nuevo Pacto, como por ejemplo un recuadro que dijera: “Palomee aquí si quiere optar por no recibir alguno de los tres bautismos.” La entrada al Reino es una rendición total de nuestra voluntad para hacer lo que sea que Dios nos tenga preparado; así que no podemos “regatear” con Dios.
Cristo dijo que necesitamos calcular el costo antes de seguirlo. Dijo que tenemos que tomar la cruz y seguirlo. No hay elección. Como ya hemos visto en este artículo, la única manera como la justicia del reino de Dios puede ser hecha manifiesta es cuando ocurre el mal. El mal tiene que ocurrir, o no podremos vencerlo con bien.
Así que tenemos que calcular el costo. Si no quieren tener ningún tipo de sufrimiento en esta vida… ¡entonces ni siquiera pienses en convertirte seguidor de Cristo! Es verdad: Puede ser que Dios escoja que algunos de nosotros tengamos menos sufrimiento, pero si queremos conquistar la injusticia, nos tienen que ocurrir injusticias. No podemos vencer la amargura a menos que experimentemos una situación que nos tiente a albergar resentimiento. Ser tratados de manera muy amable generalmente no nos tienta a la amargura, así que necesitamos experimentar un trato no muy agradable, ¡un maltrato!
Glorificación a través del sufrimiento
Justo después de que Judas abandonara el aposento en la noche en que el Señor fuera crucificado, Él le dijo a sus discípulos: “Si Dios es glorificado en él, Dios también le glorificará en sí mismo, y en seguida le glorificará.” Juan 13:32.
Cuando pensamos en glorificar a Dios, a menudo pensamos en cantar alabanzas o en testificar de las grandes cosas que Dios ha hecho. Mientras que esas son maneras de glorificar a Dios, hay una mejor manera. Tal manera es manifestar el carácter de Dios en situaciones de prueba. Los que lo vean se darán cuenta de la respuesta justa y glorificarán al Padre.
Jesús glorificó al Padre en la cruz cuando abiertamente reveló que había algo dentro de Él que era mucho más fuerte que la terrible injusticia que se le hizo. (“Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte; Y el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una ciudad.” -Proverbios 16:32). En retribución, Dios el Padre glorificó al Hijo. Se registró que cuando el centurión que estaba presente en la crucifixión “…vio lo que había acontecido, dio gloria a Dios, diciendo: Verdaderamente este hombre era justo.” Lucas 23:47.
Pedro, predicando después de Pentecostés, le dijo a la multitud acerca de la gloria de la cruz: “El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su Hijo Jesús, a quien vosotros entregasteis y negasteis delante de Pilato, cuando éste había resuelto ponerle en libertad.” (Hechos 3:13). La glorificación de Jesús ocurrió cuando fue crucificado injustamente y respondió con perdón.
Dios también nos glorificará si aceptamos el sufrimiento en nuestras vidas y respondemos de manera santa. Pablo escribió que somos “coherederos con Cristo, si padecemos juntamente con Él, para que juntamente con Él seamos glorificados.” (Romanos 8:17)Y en otro lugar Pablo expresó su ferviente anhelo de conocer a Dios. No sólo saber acerca de Dios, sino realmente conocerlo. Dentro de ese contexto, Pablo habla del papel del sufrimiento en su relación con Cristo, diciendo: “…a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte,” (Filipenses 3:10). La comunión con Cristo consiste en sufrir juntamente con Él. En su carta a Timoteo, Pablo declara que “Si sufrimos, también reinaremos con Él;…” (2ª Timoteo 2:12ª). Eso sencillamente significa que si llevamos a Cristo y a Su Poder con nosotros hacia una situación injusta en la cual seamos puestos, Él nos dará la gracia para devolver bien por mal, venciendo así sobre el mal. Pero si permitimos que una circunstancia mala nos mueva a responder mal por mal, entonces el mal ha vencido. Mientras que si respondemos bien por mal, hemos conquistado el mal.
Destruyendo el pecado por medio del sufrimiento
Pedro nos dice en su carta: “Puesto que Cristo ha padecido por nosotros en la carne, vosotros también armaos del mismo pensamiento; pues quien ha padecido en la carne, terminó con el pecado,” -1ª Pedro 4:1.
En 1527, el anabaptista Leonard Schiemer escribió una carta a la iglesia en Rattenburg, diciendo: “Es verdad, el sufrimiento de Cristo destruye el pecado, pero sólo si Él sufre en el hombre. Porque así como el agua no apaga la sed a menos que uno la beba, y el pan no apaga mi hambre a menos que uno lo coma, así también el sufrimiento de Cristo no me evita pecar a menos que Él sufra en mí.”1 Cuando Jesús sufrió un trato injusto, Él “terminó con el pecado” por no devolver mal por mal. De la misma forma, nosotros podemos “terminar con el pecado” cuando devolvemos bien por mal. De esta manera el pecado es destruido, conquistado… ¡por el Cristo que vive en nosotros!
Una analogía favorita entre los primeros anabaptistas era la de un árbol en los bosques. Ese árbol es una casa, pero es sólo una casa potencial. Sólo después de que el árbol sufre el dolor del hacha y el serrote, que convierte al árbol en tablas útiles, entonces el árbol llega a ser verdaderamente una casa.
Y así es con el cristiano y la justicia. Un hijo de Dios, nacido a la nueva vida por medio del bautismo en el Espíritu Santo, es una fuente de puras obras justas, o, como el árbol, una fuente potencial de obras justas.
Sólo cuando el creyente ha sido cortado y moldeado por medio del sufrimiento, entonces su carácter justo comienza a ser útil y fructífero. En esta analogía, podemos ahora comprender cómo es que un anabaptista escribió que sólo podemos ser hechos justos a través del sufrimiento. Sí, somos hechos justos cuando Dios nos regenera, pero esa justicia se hace tangible a través de nuestra respuesta a las acciones injustas cometidas en contra de nosotros.
Frutos de justicia
En 1536, Andres Keller escribió un ruego angustioso a los señores que lo habían encarcelado por su fe:
Espero, queridos señores, que no actúen precipitadamente en contra de mí. No digo esto por motivos engañosos, sino porque no quiero que ustedes se hagan culpables al hacerme violencia. ¿Qué bien les hace a ustedes reducirme a esta condición miserable? Estoy angustiado más allá de la miseria, estoy golpeado por la pobreza, se me ha robado mi habilidad para trabajar, más allá de lo que podría vencer en toda mi vida [Nota: Lo habían torturado tan severamente que él pensaba que ya nunca sanaría lo suficiente como para poder volver a trabajar]. He estado muriendo de hambre al punto de que casi no puedo ahora comer o beber, y mi cuerpo está quebrantado. ¿Cómo esperarían vivir cinco semanas con sólo agua hervida y una sopa de pan sin sabor?
He dormido en la paja en la oscuridad. Todo esto no sería posible si Dios no me hubiera dado una medida igual de Su amor. Me maravilla que no me he vuelto loco o confundido. Me hubiera congelado si Dios no me hubiera fortalecido, porque pueden imaginar cómo un poco de agua caliente lo calienta a uno. Además de esto, he sufrido una gran tortura del verdugo, quien ha arruinado mis manos, a menos que el Señor las sane. He tenido suficiente tortura como para el resto de mis días.
Sin embargo yo sé que Dios nunca me abandona si sufro por causa de Su Palabra. Sé muy bien que he experimentado con gran dolor las tentaciones del enemigo en contra de ustedes. Que Dios les perdone y a toda la gente querida que me ha acusado falsamente ante ustedes.2
¿Lograste ver la justicia de Dios manifestada? ¿El devolver bien por mal y bendición por maldición? Arruinado de por vida por culpa de acusaciones falsas, pero aún así perdonando… ¡esa es la justicia de Cristo expresada en nuestros sufrimientos! Ese es el árbol siendo moldeado en una casa.
Tales narraciones conmovedoras de sufrimiento deberían golpearnos
aquí en este país y en esta época en la que casi ni sufrimos nada. Pensamos que es un gran sufrimiento si dejamos nuestras luces prendidas en el estacionamiento y la batería se ha agotado cuando volvemos al auto. O cuando se mancha nuestra prenda de vestir.
Sin embargo sé que todos sufrimos en esta tierra hasta cierto punto. Es parte de la vida en la Tierra y es parte de lo que se requiere para ser discípulos de Cristo. La gente se burla de nosotros. A veces nos roban. Algunos amigos nos abandonan. Aunque la Biblia no lo dice así, personalmente creo que Dios a propósito pone a los creyentes en tales situaciones para manifestar Su gloria.
La respuesta
Quizás nos ayudaría ver a nuestros futuros sufrimientos no sólo como “pruebas” (aunque sí lo son), sino también como oportunidades para que Dios venza el mal con el bien. Cuando el mal es vencido por el bien, entonces el reino de Dios ha llegado a la Tierra. Algún día, todo el mal será desterrado por completo, y los reyes y sacerdotes del Reino de Dios (que son los que hoy vencen con bien el mal) serán llevados a un lugar en donde ya no habrá más maldad que conquistar. ¡Qué gran día será ese!
Pero hasta que ese momento llegue, tenemos que, como le dijo Conrado Grebel a Tomás Munzter, “… ser bautizados en angustia y aflicción, tribulación, persecución, sufrimiento y muerte. Tenemos que ser probados con fuego y tenemos que alcanzar la patria del descanso eterno, no por medio de matar a nuestros enemigos corporales, sino por medio de matar a nuestros enemigos espirituales.”3 Jesús nos ha dicho: “Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida.” (Apocalipsis 2:10c). ¡Que Dios te guíe a través de tu tercer bautismo! ¡Una corona espera a los que venzan!
Escrito por Mike Atnip (Traducido por Josué Moreno)
Referencias:
1. Walter Klassen, ed., Anabaptism in Outline, ((Kitchener, Ont, Scottdale, Pa): Herald Press, 1981), 90-91.
2. Íbidem, 93.
3. George Huntston Williams and Angel M. Mergal, eds., Spiritual and Anabaptist Writers, Ichthus, ((Philadelphia, PA): Westminster, 1957), 80.
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