(Tenemos un Rey Digno)
Quiero extender los
saludos esta mañana a todos ustedes en el Nombre de Nuestro Señor y Salvador
Jesucristo, nuestro Rey. Desearía que pudiéramos realmente entender la palabra
“Rey.” Hemos crecido en una sociedad que nos ha entrenado diciéndonos que somos
cada quien nuestro propio rey y que podemos hacer lo que nos plazca. Que
podemos y debemos perseguir nuestros sueños y metas. Que tu vida es
completamente tuya. Por eso pienso que es difícil establecer un concepto de un
Reino en el que Cristo sea el Rey, porque no tenemos clara la idea de lo que en
verdad es un Rey. Pero no es imposible. Conforme rendimos nuestras vidas a Él,
podemos entrar y avanzar en Su Reino. Y podemos entender lo que significa tener
un Rey. Pienso que ese es uno de los errores más graves en la sociedad y que se
ha infiltrado para también contaminar al “cristianismo” de hoy: creer que eres
completamente libre para escoger lo que te agrade. Que no es incorrecto que tu
meta en la vida sea alcanzar la felicidad, que puedes y debes vivir tu vida de
tal manera que puedas ser feliz. Dios está interesado en ser el Rey de nuestras
vidas, no solamente ni principalmente en hacernos felices. Así que te damos
aquí la bienvenida a ti, solamente por causa de nuestro Rey. Él es un Rey que
quiere reinar sobre nosotros, y que necesariamente, o reinará para
quebrantarnos, o Él caerá sobre nosotros para desmenuzarnos. No existe tal cosa
como estar en un punto neutral donde Él sea mitad nuestro rey, y la otra mitad,
lo sea alguien más. O Él es tu Rey, o no es nada en tu vida.
En la guerra los
hombres vencen y conquistan a sus enemigos, y, una vez subyugados éstos, hay
paz, porque tienen un Rey o Jefe. Ellos no crean una falsa paz. Así también,
tiene que haber un verdadero arrepentimiento y una verdadera sumisión y
reconciliación con Nuestro Rey. Si Él es en verdad el Rey de nuestra vida,
tomaremos todas Sus palabras y las aplicaremos en nuestra vida cotidiana,
poniéndolas por obra. Viviremos por cada Palabra que Él habló, y moriremos por
cada Palabra que Él habló.
Me fueron de bendición
los himnos de esta mañana, en especial uno que hace tiempo no entonábamos, que
dice: “No me inclinaré a ninguna otra
imagen que no sea Dios.” Si en verdad tenemos esa actitud, no
necesitaremos una cantidad interminable de reglas que nos dicten cómo vivir,
porque lo único que será necesario es un Rey para ser seguido y amado y
honrado. Vayamos por favor a Mateo capítulo 10.
“El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que
ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y
sigue en pos de mí, no es digno de mí. El que halla su vida, la perderá; y el
que pierde su vida por causa de mí, la hallará.” (Mateo 10:37-39).
Esta Escritura es muy
clara: Si no vamos a tomar las palabras de Cristo para hacer de ellas la regla
de nuestra vida, pase lo que pase y cueste lo que cueste, entonces no somos
dignos de Él. En contra de lo que enseñan los predicadores de un evangelio
falso, tonto y marica, que dice que no puedes ser digno porque eres incapaz de
obedecer y porque todos hemos pecado y quedado destituidos de la gloria de
Dios. Es verdad, todos hemos pecado, y todos hemos quedado fuera de la gloria
de Dios, pero eso no es ninguna excusa válida para que tú sigas viviendo en
pecado y en desobediencia. Esa falsedad de la gente que dice, como excusa:
“Todos somos pecadores.” ¿Sabes? No estoy de acuerdo con esa declaración.
Reconozco que he pecado, y reconozco que aún soy capaz de pecar y fallar, pero
Mi Rey me ha libertado de la esclavitud al diablo, quien es el rey de este
mundo, por lo que puedo vivir en santidad habitualmente. Porque ahora tengo un
Nuevo Rey, y quiero ser tan fiel a Él como fui fiel al mal rey, a costa de todo. En Lucas 14 el
Señor nos dice tres veces la frase “no puede ser Mi
discípulo…” si no cumplimos con sus condiciones: aborrecer padre,
madre, hermanos, hijos, esposa, tierras, casas y aún nuestra propia vida;
renunciar a todo; tomar la cruz cada día y seguirlo. ¿Por qué no podemos ser
Sus discípulos? Porque no somos dignos, si no cumplimos con Sus requerimientos.
“Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu
enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os
maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y
os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que
hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e
injustos.” (Mateo 5:43-45).
La gente tiene este
falso concepto de que todos somos hijos de Dios, de que Dios nos ama a todos
por igual, incluso a los más pecadores. Pues tienen razón: su dios los ama en
su pecado. Pero mi Padre Celestial, no. Tu rey te ama aunque seas pecador, y
quizás tu rey se autonombre Jesucristo, pero no es el Jesucristo de la Biblia.
Aquí el Jesucristo Verdadero dice que si no pones por obra Sus palabras, no
puedes ser hijo de Su Padre que está en los cielos. “Para
que seáis hijos de vuestro Padre…” Es decir, cuando oyes a Cristo y
comienzas a obedecerle, entonces llegas a ser hijo de Dios el Padre. Entonces
naces de nuevo a la familia de Dios. No sólo se trata de ser librado de la
iniquidad. El Señor sanó a todos los que venían a Él: lunáticos, ciegos, mudos,
paralíticos, gente posesionada, gente oprimida, gente atormentada, etc… Jesús
los sanó a todos. Pero muy pocos de todos esos que sanó, llegaron a ser
seguidores Suyos. Muy pocos de esos llegaron a ser hijos del Padre Celestial.
Puede que Él te haya sanado de algún pecado escandaloso, pero eso no te hace ni
discípulo ni hijo. ¡Pero qué privilegio tener un Rey que bajó, humillándose,
desde el cielo, para morir por nosotros, a fin de rescatarnos del amo de este
mundo! Que Él mismo puso Su vida y la volvió a tomar, con tal de liberarnos de
las cadenas de este mundo. ¡¡¡Qué Rey!!! Él no tenía la obligación de hacer eso
por nosotros. Pero decidió ir la segunda milla por amor a nosotros. Fue más
allá de todo, a fin de rescatarnos verdaderamente de los lazos fuertes del rey
de este mundo. El diablo nos poseía, nos atormentaba, nos hizo males. Pero el
Rey Legítimo bajó desde el cielo, abandonando todas las glorias que ni siquiera
puedes empezar a imaginar, y bajó a este mundo lleno de tinieblas y de maldad,
a este campo de batalla doloroso, al terreno de Su enemigo, y se sometió a
convertirse en un Hombre. Enfrentó todo lo que implicaba ser hombre, incluyendo
ser tentado en todo, como hombre, pero sin pecado, venciendo, de tal forma que
Satanás no tenía ningún reclamo o poder sobre Él. Cristo lo venció por medio de
jamás ceder a él. Y luego tuvo que enfrentar la muerte para entrar al lugar
donde Satanás guardaba a sus cautivos, para llevar cautiva la cautividad.
Eso me recuerda a los
dos jóvenes moravos que se vendieron como esclavos hace unos cientos de años,
cuando había una isla de la que un hombre europeo era el dueño y tenía sembradíos
en donde ponía a esclavos a trabajar. Este hombre había jurado que jamás
permitiría que ningún tipo de predicador o misionero entrara a su isla. Así que
estos jóvenes varones se vendieron como esclavos para siempre, con el único
propósito de entrar a esa isla y predicar allí el evangelio, el mensaje del
Reino. Se hicieron esclavos porque tenían un Rey. Así como el mismo Rey vino,
haciéndose esclavo (siervo) y yendo a la muerte de cruz, entrando incluso al
Hades o reino de la muerte, que es en donde había santos cautivos. Y tomó las
llaves del Hades y de la muerte, sin que Satanás le pudiera exigir nada, porque
no le debía nada. Así que Él no hizo todo ese esfuerzo tremendo solamente para
que tú te llames cristiano y todavía vivas a la manera que a ti más te agrada.
Tampoco hizo todo ese esfuerzo tremendo para que te la pases balbuceando que
eres un pecador y que tratarás de hacer lo mejor que se pueda en este mundo
para Dios, pero declarando osadamente que nunca vas a poder dejar de pecar. Él
vino por ti a este mundo, y si vas a ser digno de Él, entonces Él, y sólo Él y
Su Reino deben ser el completo enfoque y meta en toda tu vida.
Los tres jóvenes
hebreos que no se inclinaron ante Nabucodonosor, sino que fueron lanzados al
horno de fuego, estando dispuestos a morir, ellos actuaban así porque estaban
viviendo para una meta mucho más elevada que cualquier cosa que el mundo pueda
ofrecer. ¿Por qué? Porque ya habían perdido su vida para este mundo. Nadie
puede arrebatarte lo que ya has entregado. Si ya has entregado tu vida a
Cristo, nadie puede quitártela. Tú la das libre y voluntariamente. No habrá bala
ni cuchillo que te quiten la vida. Tú ya habrás perdido tu vida. Eso es lo que
quiere decir morir a uno mismo. Eso es lo que quiere decir vivir para Cristo.
Ya no pueden herirte. Si tu orgullo está muerto, entonces ya no te puede doler
el orgullo, cuando éste sea lastimado. Pero si tu orgullo todavía está vivo,
entonces te dolerá de vez en cuando. Lamento decir que de todas formas sanará y
volverá a vivir. Lo tendrás de vuelta contigo. Mejor déjalo morir y deja de
intentar que sane. Una vez que muere, ya no puede ni lastimarte. ¡Pierde tu
vida! ¡No te inclines ante ese estúpido orgullo! ¡Pierde tu vida! Por eso el
Señor nos llama a amar a nuestros enemigos, a perdonar y a bendecir. Si alguien
te daña y necesitas de diez reuniones y charlas para poder sanar, es porque no
estás muerto.
Fui muy bendecido esta
semana. Aconsejé a unas personas que estaban peleadas. He tratado una y otra
vez de reconciliar parejas o familiares peleados, ofreciéndoles algún tipo de
paz, pero a veces parece tan falso. Así que lo que hice fue escuchar la versión
de cada uno, y después les dije: “Bien, les voy a
pedir un favor: Si continúan con su actitud, no va a funcionar. Quiero que se
pidan perdón, se perdonen, y se vayan.” Pero luego me quedé
pensando. Y aprendí una gran lección. El perdón es mucho más que simplemente
decir: “Te perdono” Cuando sabes que en tu corazón aún hay algún tipo de mal
sabor. Es más que obligar a nuestro hijo a decir: “¿Me perdonas?” Cuando sabes que en verdad no lamenta haber
hecho lo que hizo.
¿Qué tan profunda y
qué tan real es nuestra no resistencia? A veces cuando alguien nos hace mal, lo
vemos como algo glorioso y nos sentimos como mártires. Si hacemos eso, hemos
perdido el punto de la no resistencia. Cuando en verdad perdonas a alguien, ya
no hay necesidad de sospechar de la persona que te ofendió, ni hay necesidad de
aclarar las cosas, ni hay más necesidad de expresar tu versión, o de contarle a
alguien más el asunto, o de gloriarte en algo, y ni siquiera hay necesidad de
que esperes que Dios haga justicia, sino que aún orarás por la persona que te
ofendió. Cuando hay perdón, ya no hay necesidad de ni una gota de justicia.
Tal vez creas que
tienes perdón para todas las cosas malas que molestan tu consciencia, pero la
pregunta es ¿Quién es tu rey? La gente no se va a ir al infierno por tener una
consciencia manchada. Se van a ir al infierno por seguir al rey de este mundo.
Es posible que limpies tu consciencia y que te sientas mejor contigo mismo
porque los pecados de tu pasado ya no pesan sobre ti, pero eso no
necesariamente hace que Cristo sea tu Rey. En el Día del Juicio, no se juzgará
si tenías o no una limpia consciencia. Vamos a ser juzgados por quién fue
nuestro rey. Y sólo hay dos opciones: Cristo o Satanás. Y si Cristo no es tu
Rey entonces Satanás lo es. No importa cuán bien luzcas o cómo le llames a tu
rey, es el Diablo, si no es Cristo en verdad. ¿Qué tan real es tu no
resistencia? “Lo voy a perdonar, pero voy a
mantener un ojo afilado sobre él...” Eso NO es perdón. “Lo perdono,
pero…” El “pero” significa que aún no has perdonado. Tu deber es perdonar,
aunque ellos nunca regresen a pedirte perdón, así como Dios perdona a muchos,
pero no todos esos se vuelven a Él de corazón. Él les da la oportunidad de
regresar de todas maneras. A propósito de esto, Dios perdona libremente, pero
el hecho de que tú hayas alcanzado el perdón de tus pecados NO asegura que de
todas formas vas a llegar al cielo. La ÚNICA forma de llegar al cielo es por
medio de continuamente ser digno de Cristo, ser un fiel súbdito del Rey de
Reyes y un discípulo Suyo. No porque te merezcas entrar al cielo (pues nadie
merece entrar), ni porque tú valgas algo, sino por tu devoción, entrega y
obediencia, que te hacen apto para el Reino de Dios. “Pero
es que eso va a arruinar mi reputación.” ¡Podrás decir!, Mira: si has muerto a tu reputación,
entonces ya no puede ser arruinada. Si aún te importa lo que piensen los demás,
entonces tú estás vivo y coleando, luchando por
aún respirar en la cruz.
“…para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que
hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e
injustos.”
Dios es Bueno. No hay
manera de describir Su bondad. Por todos los medios Él te muestra Su benignidad
a fin de que te des cuenta de que Él es el Rey, Digno de ser servido. Tan Bueno
que da buenas cosas (lluvia y sol, por ejemplo) a justos e injustos, tan Bueno
que te perdona por completo y te da la oportunidad de volverte a Él como Rey.
Así que no te importe el costo. Sí habrá precios que pagar por ser discípulos y
súbditos de ese Rey, pero el que pierde su vida por causa de Él, ¡la salvará! Nadie
puede quitarme nada porque no poseo nada que pueda decir es mío. Nadie me puede
robar porque lo que tengo es de Dios. No importa si se lo llevan. No me voy a
enojar. Dios quería que alguien más lo tenga. Ni siquiera mi tiempo es mío.
“Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No
hacen también lo mismo los publicanos? Y
si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen
también así los gentiles? Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que
está en los cielos es perfecto.”
(Mateo 5:48-48).
La gente luego le
tiene miedo a los mandamientos. Bien, este es un mandamiento: “Ser perfecto”
es un mandamiento tanto como “No matarás” lo es. ¡Voy a guardar este
mandamiento! Si es un mandamiento (y lo es), debe poder guardarse. ¿Significa
eso que jamás cometeré el más pequeño error? No, pero significa que amaré a mi
Rey de todo corazón, alma, mente y fuerzas (de manera perfecta), y que cuando
alguien me invite a postrarme ante una falsa imagen, (literal o
figurativamente) como a los tres jóvenes hebreos de Babilonia, olvídenlo, pues
yo sólo sirvo al Dios Vivo y Verdadero con lealtad.
“¿Osa alguno de vosotros, cuando tiene algo contra otro, ir a juicio
delante de los injustos, y no delante de los santos? ¿O no sabéis que los
santos han de juzgar al mundo? Y si el mundo ha de ser juzgado por vosotros,
¿sois indignos de juzgar cosas muy pequeñas?
¿O no sabéis que hemos de juzgar a los ángeles? ¿Cuánto más las cosas de
esta vida? Si, pues, tenéis juicios sobre cosas de esta vida, ¿ponéis para
juzgar a los que son de menor estima en la iglesia? Para avergonzaros lo digo.
¿Pues qué, no hay entre vosotros sabio, ni aun uno, que pueda juzgar entre sus
hermanos, sino que el hermano con el hermano pleitea en juicio, y esto ante los
incrédulos? Así que, por cierto es ya una falta en vosotros que tengáis pleitos
entre vosotros mismos. ¿Por qué no sufrís más bien el agravio? ¿Por qué no
sufrís más bien el ser defraudados?” (1ª Corintios 6:1-7).
¿No crees que Jesús
sufrió el ser defraudado cuando vino a este mundo? Pues al final terminó siendo
colgado de un madero entre dos ladrones. ¿Sabes qué le pasó a su reputación? La
gente que pasaba a lo lejos pensaba que se trataba sólo de otro ladrón más
recibiendo lo que se merecía. Pero Él sufrió el agravio. No con una actitud de:
“Ya ni modo; bien, seré un mártir,” sino
con gozo y alegría. Cuando has perdido todos tus derechos, nadie te los puede
quitar. Cuando has perdido todo tu dinero, nadie puede hurtarte y hacerte mal.
Cuando has perdido tu vida, nadie te la puede quitar. Cuando has perdido tu
reputación, nadie te la puede quitar porque ya no está allí.
Sean ustedes perfectos, así como su Padre
que está en los cielos, es Perfecto. En el matrimonio, nadie puede quitarnos de
él, porque hemos escogido ser fieles a esa persona aunque ella no lo sea. Hemos
hecho un pacto. Es posible ser perfectos. Gran parte del Sermón del Monte gira
en torno a perder tus derechos, tu reputación, tu dinero, tu vida, tus dioses
para los que has vivido, pierde lo que tienes y nadie te lo podrá quitar.
Bienaventurados son los que hacen así.
¿Quién es tu rey?
Ojalá que entendamos lo que significa que Dios sea Nuestro Rey. Tenemos un Rey que fue en silencio a la cruz, que cuando fue acusado falsamente, no quiso tener la última palabra, que no quiso demostrar Su punto, que solamente le fue Fiel a Su Padre. Y eso es lo único que Él quiere de nosotros: que seamos siervos fieles. Quizás tengan que doler nuestras reputaciones un poco, quizás seamos un poco heridos, pero eso no importa. Jamás te postres ante el falso dios de este siglo. Levántate y anda. Sé firme y fuerte. Gloria a Dios.
Por David Keeling traducido por Olen Yutzy
y transcrito por Josué Moreno
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