El
evangelio moderno presenta a un Dios tan Airado que no puede perdonar sí no hay
un sacrificio perfecto. Sus frutos son contrarios a Cristo. En cambio la Biblia
nos muestra un Dios que envió a Cristo como Libertador del poder del pecado y
de la muerte y que está listo para perdonarnos tan pronto como nos volvemos a
Él y a Su Reino. Su Sacrificio nos libra del captor satanás y Su sangre
preciosa nos limpia sí andamos en luz, practicando lo que Jesús nos enseñó.
Cuando
se habla de la verdadera razón de la muerte de Jesús y de Su sacrificio, de Su
obra redentora, surgen preguntas con base en esos versículos que fuertemente se
nos enseñaron (en las iglesias evangélicas y aun después de salir de ellas)
mostrando a ese Dios que cargó el pecado y derramó Su ira castigando a Su Hijo.
Pasajes bíblicos como Isaías 53 se han distorsionado para justificar la falsa
enseñanza de la satisfacción. Cuando lo llevamos a la lógica, nos parece que
realmente fue justo, y que el único que podía pagar por esos pecados era el que
vivió justamente en este mundo (Jesucristo). Pero Cómo podemos contestar o
explicar a aquellos que han creído tal enseñanza, a los que han seguido ese
evangelio reformado, cómo mostrarles que aunque aparentemente la Biblia nos
muestra esa imagen de Dios, realmente nos es la verdadera.
El
problema principal en esto es que durante mucho tiempo este tema se ha tratado
desde una perspectiva meramente teológica, buscando un versículo aquí y otro
allá, para mostrar que las cosas son como se piensa (que Dios es un Dios tan
airado que no pudo perdonar hasta que Su Hijo lo satisfizo con el sacrificio).
Pero cuando vemos la luz a la cual Dios nos está invitando a andar, vemos que
esto más bien se trata del carácter de Dios, nadie estaría en contra de que
satanás es nuestro enemigo ¿cierto? (Y eso no ocupa entenderse por medio de la
teología) Sin embargo, cuando Cristo vino a este mundo, ¿Qué fue lo que más
enfrentó de los judíos? Sabemos que fue a los escribas, fariseos, doctores de
la ley; y ellos conocían muy bien la Escritura, pero Jesús les dio la verdad y
los que recibieron la verdad escuchándolo, anduvieron entonces en la verdad, en
la luz. Pero los que quisieron mejor adherirse a sus teologías, se quedaron con
su conocimiento y al final terminaron matando a Jesús.
Él es
la luz del mundo, Su luz brilla en la tinieblas, la Escritura lo único que hace
es dirigirnos hacia esa luz, sólo es un vehículo que nos señala quién es Dios.
La mayoría de la gente adora al libro, a la Biblia en vez de adorar a Dios. Las
Escrituras son solamente un método que Dios escogió para anunciarnos este mensaje
que hemos oído de ÉL, “Que Él es la luz y que sí andamos en luz, Él nos libra y
nos limpia de nuestros pecados”. En 1 de Juan dice: “El que nos oye es de Dios,
el que no nos oye no es de Dios”.
Fuimos enseñados toda nuestra vida acerca de
esto (el evangelio de la satisfacción) nos dábamos cuenta de que en nuestro
corazón había algo que no encajaba, no teníamos toda una respuesta, pero
sentíamos que había algo malo allí. El punto es que no podemos convencer a
nadie, no se trata de eso. Uno de los primeros predicadores dijo: “La tarea del
predicador no es contestar preguntas, sino despertar conciencias” porque qué
bien hace si pudiéramos contestar a la perfección todas las preguntas y
tenerlas bien claras, si nuestras conciencias aun están muertas para Dios.
Tendríamos como resultado nada más a un teólogo como un “tubo de escopeta más
recto” que los demás, pero igualmente vacio. Cristo no vino a formar teólogos
sino a formar discípulos y a libertar al hombre. Por ejemplo cuando Jesús
enseñó la parábola del siervo que debía 10 mil talentos, y fue llevado al rey, este
calló a los pies del rey y pidió perdón diciendo “no puedo pagar esto” y el rey
lo perdonó, el hombre entonces salió y encontró a otro que le debía sólo 100
denarios, lo sostuvo por el cuello diciéndole “págame lo que me debes” y se le
contestó “no tengo”, entonces lo echó a la cárcel, el rey escuchó esto y mandó
a traer a ese hombre que no perdonó a su consiervo, “tráiganlo”, y le dijo: “Yo
te perdoné toda esa deuda y ahora tu saliste y trataste mal a este hombre, no
lo perdonaste” ¿Es acaso que entonces el hombre sacó un recibo de su bolsa para
demostrar que la deuda ya había sido pagada y después salió a la calle y pudo
hacer lo que él quería?.....No, no fue así, la deuda no fue pagada, fue
perdonada. Sí Jesús hubiera pagado nuestra deuda, entonces pagó por todos los
pecados, y ahora tenemos como fruto este mensaje: “Jesús me acepta tal como
soy, porque ya murió por mí, me acepta aunque soy homosexual” ahora tendríamos
vaqueros para Cristo, motociclistas para Cristo, estrellas de películas
pornográficas para Cristo, fornicadores para Cristo, ¡pagó por sus pecados! ¿pagó
por todo no?…Pero más bien es que perdona a los que se arrepienten y andan en
la luz.
Con
respecto a Isaías 53, debemos tomar en cuenta que el texto que utilizamos en
nuestras Biblias (Reina–Valera) normalmente es el “masorético”, pero la
“Septuaginta” escrita 250 años antes de Cristo, es la Biblia de la que citaba
el Señor Jesús. El texto masorético fue escrito después de la muerte de
Jesucristo y compilado por los judíos; ese texto no fue aceptado en el
cristianismo hasta 500 0 600 años después de la muerte de Cristo, fue escrito
por los judíos que odiaron y mataron a Jesús y que se llamaban a sí mismos
“Masoretas”.
El
texto masorético fue confeccionado porque los judíos veían que se estaban
cumpliendo todas las profecías del Antiguo Testamento en Cristo y también
porque por esta causa muchos judíos vinieron al Señor dejando sus tradiciones.
Por esa razón los judíos que rechazaron a Jesús confeccionaron el texto
masorético, ellos tenían que cambiar textos para que no vieran a Cristo en lo
que se estaba cumpliendo. Pero el cristianismo y hasta la iglesia católica no
aceptó ese texto sino hasta 500 o 600 años después de Cristo. Los judíos
convencieron a “San Jerónimo” de que usara el texto masorético para su biblia y
eso es lo que tenemos ahora en la versión Reina – Valera.
En
Isaías 53:4 de la versión Reina – Valera (texto masorético) dice: “Ciertamente
llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le
tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido.” Este versículo ya
empieza a sonar como que a Dios el Padre le satisfacía y le agradó el castigar
a Su propio Hijo. Pero en la Septuaginta vemos que dice: “Este nuestros pecados lleva, y
de nosotros duélese; y nosotros pensamos que él estaba en trabajo, y en plaga,
y en maltratamiento.” Haciendo
referencia a que sufrió por nosotros siendo maltratado.
En
Isaías 53:10,11 del texto masorético dice: “10 Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo,
sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el
pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su
mano prosperada. 11 Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará
satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará
las iniquidades de ellos.” Pero
en la Septuaginta vemos que esa misma cita dice: “10 Y el Señor quiere purificarle
de la plaga; si diereis por pecado, vuestra alma verá simiente longeva; y
quiere el Señor quitar del trabajo de su alma; 11 mostrarle luz y plasmar con
inteligencia, justificar a justo bien sirviendo a muchos; y los pecados de
ellos él llevará.” Vemos que
en el texto de la Septuaginta contrario al texto masorético, Dios desea quitar
el sufrimiento de Su Hijo y no está deseoso de cargar en Él toda Su ira y el
pecado de todos. De esa manera Jesús pudo entrar a la muerte y tener poder
sobre el cautivador, llevando cautiva la cautividad, obteniendo la victoria de
la resurrección; el diablo no tuvo poder sobre aquel que vivió sin pecado.
Los
judíos nos dieron el texto masorético distorsionado y la Septuaginta es el
libro del cual citó el Señor Jesús y el texto que utilizaron los primeros
cristianos. Por eso es peligroso tomar “un sólo versículo aquí” y construir todo
un caso para definir el carácter de Dios sobre el sacrificio de Su Hijo.
El
evangelio moderno rechaza las enseñanzas de Jesús, para ellos se trata
solamente de: “Cristo vino para apaciguar la ira de Dios” pero más bien debemos
decir “Cristo vino a enseñarnos cómo debemos vivir en este mundo para de esa
manera apaciguar la ira de Dios” que sin duda será derramada sobre aquellos que
no solamente pecaron, sino que rechazaron la oportunidad de ser libres
escuchando a Su Hijo. Debemos guardarnos de tener una falsa idea de Dios y de
lo que Él quiere de nosotros. Dios no se pagó a sí mismo ni pagó al diablo por
nuestra libertad, el venció a satanás para libertarnos de su poder, venció a la
muerte y resucitó para rescatarnos. “Él es la propiciación por nuestros
pecados” (1 Juan 2:2) y no solamente Su sacrificio, derramó Su sangre preciosa
para “salvarnos DE la maldad” y no “EN la maldad”. En ninguna manera negamos Su
sacrificio y Su sangre que nos libertó, pero al hacer tanto énfasis en eso, nos
olvidamos de lo que Jesús enseñó y comenzamos a confiar solamente en que
“Cristo ya hizo todo y que no necesitamos hacer nada más”, tenemos que ser
dignos de esa sangre y después de haber sido librados, caminar en obediencia a
Sus estatutos; una vez más insistimos “Andar en luz, es decir, en Él, en Sus
enseñanzas”.
El Evangelio del Reino no consiste en habilidades
exegéticas ni palabras griegas, ni tampoco en un sistema teológico complejo. El
evangelio que creemos y predicamos es el poder de Dios que ciertamente nos
libra del poder del pecado y nos lleva a una vida de justicia y santidad
delante de Dios. Es el evangelio que nos enseña a hacer la voluntad de Dios,
por medio de la Cruz. Ese es el poder del Espíritu que da testimonio.
“Porque no menospreció ni abominó la
aflicción del afligido, Ni de él escondió Su rostro; Sino que cuando clamó a
él, le oyó.” (Salmos 22:24)
Amén.
Comentarios realizados después del mensaje del
domingo 12 de enero del 2014 en Tlaxcala, México.
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