Hoy mi esposo reparó un
Volkswagen de un muchacho, y, puesto que todavía seguía trabajando hasta la
hora de la comida, la mamá de Rafael, Yolanda, trajo su comida para acá. Ambos
se sentaron con nosotros a la mesa, y después de la comida Yolanda bondadosamente
lavó una gran pila de trastes por mí. Mientras que trabajábamos, llegamos a
conocernos mejor.
En el curso de nuestra
conversación, ella me preguntó si no extraño vivir en los Estados. Ella piensa
que estamos “sufriendo” aquí en México, y que podríamos ser mucho más felices
si regresáramos a los Estados. Pero yo objeté a eso–“Ciertamente no estamos
sufriendo aquí. Tenemos tanto– ¡somos ricos! La Palabra de Dios dice: “Teniendo
sustento y abrigo, estemos contentos con esto.” (1ª Timoteo 6:8). Nuestro Señor
ni siquiera tenía un lugar dónde recostar su cabeza.”
Como Yolanda siguió
comentando, muchos mexicanos, así como gente de otros países centroamericanos,
quieren ir a los Estados (y lo hacen) porque anhelan una vida “mejor,” más
cómoda, con más cosas. Y para Yolanda, era difícil entender por qué escogimos
vivir aquí en México, si nacimos en los Estados Unidos.
Yo me alegro de haber
tenido la oportunidad de compartir con ella. No estamos viviendo para la vida
aquí y ahora– ¡nuestros ojos están puestos en la vida que ha de venir! Y cuando
nuestra meta es agradar a nuestro Señor y estar en el lugar en el que Él quiere
que estemos, estamos contentos y felices donde sea que Él nos llama. Nosotros
“anhelamos un mejor país, esto es, celestial.” (Hebreos 11:16). Estamos
buscando una “ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es
Dios.” (Hebreos 11:10).
Oh, usemos esta corta
vida para prepararnos para la eternidad–la vida que está por venir. ¿Podemos
nosotros, como el Señor Jesucristo, decir: “no busco mi voluntad, sino la
voluntad del que me envió, la del Padre”?
Nuestro Señor manda: “No
améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el
amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de
la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida, no proviene del
Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa y sus deseos, pero el que hace la
voluntad de Dios permanece para siempre.” (1ª Juan 2:15-17). Vivamos cada día
para la eternidad.
Por
Mónica Rohrer
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