Nosotros lo amamos a Él porque Él nos amó primero; y sólo porque hemos gustado Su amor, podemos expresarlo a otros. Jesús dijo que por esto seríamos conocidos como Sus discípulos. Por lo tanto, esta “fe una vez entregada a los santos” no se sostiene tanto en una rigidez dogmática, sino simplemente como la vida y la práctica de aquellos que son de “El Camino”. Mantenemos los principios básicos del cristianismo tal como se afirma en el Credo de los Apóstoles.
El fundamento para este camino es la enseñanza de Cristo en el Sermón del Monte y en todos los evangelios. Esas cosas de las que habló Jesús con claridad expresa, son las que consideramos fundamentales para la Iglesia Cristiana, como son: amar a nuestros enemigos, la total fidelidad en el matrimonio, acumular tesoros en el cielo y no en la tierra, decir siempre la verdad sin necesidad de jurar, entre otras. Además, consideramos que aquellas demandas aplicativas dadas por los apóstoles en las cartas del Nuevo Testamento son acompañamientos o complementos de las enseñanzas del evangelio, tales como son: la modestia, el decoro, el orden divino apropiado de liderazgo-sujeción, el cubrimiento (velo) de las mujeres, el orden en la asamblea, el reconocimiento y el nombramiento de líderes, etcétera.
Ofrecemos compañerismo, comunión y participación en la Cena del Señor a cualquiera que se aferre a estas simples verdades. Los usos y las aplicaciones más detalladas, definidas y específicas se dejan a consideración de cada individuo. Se puede dar consejo y dirección, pero la recepción de estos no es el indicador de nuestra confraternidad. Cada uno de los hermanos debe ocuparse de su propia salvación con temor y temblor, mientras juntos nos esforzamos por cumplir el nuevo mandamiento del Señor: “Que se amen los unos a los otros”.
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