Contraportada
de un libro de la editorial Moody-Press,
que ejemplifica perfectamente los mitos modernos y el romanticismo que rodea a
los héroes misioneros occidentales.
A pesar de que la verdad sobre
David Livingstone ha convertido en conocimiento público desde hace casi dos
generaciones (desde la aparición de los documentos personales de él, de sus
compañeros de trabajo y de Henry Stanley),muy pocos cristianos occidentales son
capaces de dejar de lado el mito que los ha mantenido por unos cien años: el
mito de los grandes misioneros victorianos, hombres y mujeres valientes como
David Livingstone, Hudson Taylor, Adoniram Judson, María Slessor, Alexander
Mackay. . . tú conoces los nombres muy bien, de aquellos que fueron por todo el
mundo a predicar el evangelio a toda criatura al precio de su vida.
¿Qué harías si te dijera que muy pocos,
si es que hubo alguno, de esos grandes misioneros, de hecho siguieron las
instrucciones de Jesús, y que lo que predicaban no era el evangelio (las buenas
noticias) del Reino a todos?
¿Todavía te agradaría, o
preferirías seguir creyendo una mentira?
David Livingstone, si la verdad
debe ser dicha, en toda su vida, condujo a una sola persona a profesar la fe en
Cristo. Ese fue un jefe Bakwena, que vivía en poligamia en lo que hoy es
Botswana. Ese hombre pronto volvió al paganismo. Los colaboradores de Livingstone,
incluyendo a los famosos Susi y Chuma, lejos de ser “algo así como una Escuela
Dominical itinerante”, tal como un autor lo describe, fumaban marihuana y eran
mujeriegos de renombre, que cazaban con prontitud a las prostitutas locales de
donde se quedaban. Uno de sus hombres, Gardner, capturó a varias niñas y las mantuvo
en el campo de Livingstone, con fines inmorales. Otro colaborador, Simon, traficó
con esclavos. Livinsgtone perdió los estribos con frecuencia con sus hombres, haciendo
rabietas histéricas durante las cuales, en palabras de un oficial médico británico,
“utilizaba el lenguaje sucio y más abusivoque se ha oído hablar alguna vez en
esa clase de la sociedad”.
A pesar de que David Livingstone
habló en contra de la crueldad de la trata de esclavos, no se oponía a la
esclavitud en principio, regularmente utilizaba esclavos como porteadores (a
veces la mayoría de sus porteadores eran esclavos), y señaló que la mayoría de
los esclavos en las ciudades costeras “vivían mejor que los trabajadores de las
fábricas inglesas”.
Después de acusar a su esposa de
tener demasiados hijos, llamándola “la gran fábrica de Irlanda,” él la envió de
vuelta a Inglaterra, en donde se convirtió en una alcohólica empedernida. Sus
hijos crecieron sin padre, en abandono, un hijo suyo murió en el campo de
batalla de Gettysburg, Pensilvania, mientras que en África, la pasión de David Livingstone
por encontrar la fuente del Nilo antes que Speke, Grant, y los Bakers (otros
exploradores victorianos), no tuvo límites. Cada vez más amargado por el éxito
de los demás y por su propio fracaso para encontrar la “Autopista de Dios” (un
gran río que abriría el centro de África al comercio británico, con el
consiguiente ahorro de dinero y gente), David Livingstonese convirtió en un hombre
violentoy malhumorado. Cuando su hermano, un clérigo escocés, cuestionó sus
motivos, David Livingstone le dejó de hablar, luego de haberle dado un puñetazo
en la cara “para sacarle sangre”. Poco antes de su muerte, David Livingstone perdió
los estribos con Chuma y le disparó a quemarropa, pero falló.
Con respecto a sus
“descubrimientos”, David Livingstone odiaba a Speke y a los Bakers por asegurar
que los lagos Victoria y Edward eran las fuentes del Nilo, mientras que él
estaba seguro hasta la muerte de que la fuente real era el Lualaba (la parte
superior del Congo) y utiliza a la Biblia y a Herodoto para “demostrarlo”. En
cuanto a cruzar África de costa a costa, él también supo cómo hacerlo, pero no
mencionó el hecho de que los comerciantes portugueses habían estado haciéndolo
durante muchos años antes que él, y que él se limitaba a seguir su rastro. Pero
hizo una fortuna con la venta del libro en el que escribió sobre sus
“descubrimientos”, y, con la insistencia de la prensa estadounidense y
británica, tanto sus historias como las de Stanley, se hicieron cada vez más impresionantes
con el paso del tiempo. ("¿Doctor Livingstone, supongo?" Es una de
las invenciones más famosas de la historia moderna. Lo que en realidad dijo
Stanley cuando Susi llegó a su encuentro fue: "¿Quién% *! @ & # eres?"
Y cuando conoció a Livingstone , que nunca se perdió por el camino, lo dejó
hablar.)
Entonces, ¿cómo fue que el
verdadero David Livingstone se convirtió en el Livingstone de la ficción y la
fantasía, en el héroe misionero descrito en el libro arriba mostrado?
La sociedad occidental, con la
ayuda de los medios de comunicación occidentales, “creó” a David Livingstone,
precisamente porque lo necesitaba.
Y la sociedad occidental, puesto
que sigue necesitando “grandes hombres y mujeres de Dios”, ha sido la
responsable de la creación de ellos desde entonces: la misma prensa que tomó a David
Livingstone, ha creado a personajes como D.L.Moody, Billy Graham, Bob Marley, la
Madre Teresa, Jim y Tammy Baker, Juan Pablo II, y un sinfín de celebridades
religiosas. Religiosos “malos,” religiosos “buenos”, todos sólo son actores,
todo es parte del gran negocio de mantener al mundo entretenido y sintiéndose
bien acerca de sí mismo.
* * * * *
El mundo necesita de actores
religiosos para convencerse de su propia nobleza y de sus buenas intenciones.
Justo después de aplastar a los franceses en Canadá, a los holandeses en
Sudáfrica, al estar bañando la India y Nueva Zelanda con sangre, y al estar
arrumbando a ochenta mil convictos miserables en las costas de Australia, el
Imperio Británico con su “Biblia Victoriana”, necesitaba desesperadamente algo para
reforzar su auto estima piadosa. Exactamente de la misma forma, los Estados
Unidos de América, que casi venían saliendo de la guerra más sangrienta de la
historia, la cual ocurrió relativamente poco tiempo despuésdel Gran
Despertamiento de 1857, necesitaban miles y miles de “cristianos comprometidos”
frescos de las reuniones de avivamiento y tiendas de campaña, que salieran a predicaren
las trincheras de la siega misionera.
¡Introduzcan
a David Livingstone! ¡A Henry Stanley! “Nuestros hombres”, por ahí ¡andan arreglando el
mundo! Con entusiasmo casi patético todo Estados Unidos y Gran Bretaña no
lograron suspender el rugido de los aplausos.
Lucas 16:15.
* * * * * *
El mundo necesita intérpretes
para imitar, emular, pretender y competir en reuniones masivas en toda la
tierra. Justo después de David Livingstone, una avalancha de jóvenes de Gran
Bretaña y de Estados Unidos se apresuró a irse a las “naciones paganas” para
ver qué podían hacer por ellas. Alexander Mackay, después de su dramático
discurso en Escocia (que hasta la fecha es citado en documentos misioneros), se
dirigió hacia Uganda, disparando a dos porteadores negros que intentaron
desertar en el camino. Los misioneros alemanes evangelizaron Tanganyika y
Camerún, hasta que tuvieron que regresar a casa para luchar por Kaiser Wilhelm.
Los anglicanos y los presbiterianos, después de ganar la guerra de los Boers, siguieron
a Cecil Rhodes, dirigiéndose hacia regiones mineras recién inauguradas,
evangelizando las vastas extensiones de lo que hoy es Botswana, Zimbabwe,
Zambia, y más allá (bajo la protección militar británica, con una estricta
barra de color en su lugar). A lo largo de la India y China todos corrieron, dividiéndose
los territorios de la misión a lo largo de líneas denominacionales: los bautistas
aquí, la Iglesia Libre sueca por acá, los menonitas en Bihar, la AIM en el
Congo, la UMCA a lo largo de la costa. . . .
Y dondequiera que fueron, los
misioneros occidentales prácticamente destruyeron las comunidades nativas y le enseñaron
a la gente el valor del dinero y de la propiedad privada (lo cual era
absolutamente desconocido para las “tribus primitivas" previamente). Con
la ayuda de los gobiernos coloniales (como India y África), los misioneros
instaron a sus conversos a abandonar la vida comunitaria, para repartirse las
tierras tribales en parcelas familiares independientes, cada familia con su propia
casa, sus propios animales,…. Y eventualmente, con sus propias radios,
automóviles, aparatos de televisión, internet, etc., y a conseguir que sus
hijos fueran educados para el progreso personal. En la época de la segunda
guerra mundial, una vasta multitud de africanos y asiáticos instruidos a los
pies de los misioneros occidentales (sí, incluso aquellos educados en las
misiones menonitas) salieron listos para pelear al lado de los aliados contra
Hitler y contra su horrible crimen de “superioridad racial”.
Sólo para volver, aquellos que sobrevivían,
al Apartheid colonial y a la barrera racialen su propia casa.
Toda esta hipocresía y corrupción
(en la forma de una administración prepotente por parte de extranjeros que
explotan en nombre del cristianismo occidental), finalmente “se terminó” en las
décadas de 1950 y 1960 por medio de un gran número de nuevas naciones que
lucharon y ganaron su independencia, convirtiéndose en el así llamado “tercer
mundo”, que se revuelca en la agonía de la esclavitud de la deuda internacional
en la actualidad. Pero la leyenda David Livingstone, y el mito de los grandes
misioneros victorianos, nunca murió. De hecho sólo se hizo más grande y más
brillante, ya que el mundo necesitaba cada vez más y más de esos mitos.
En palabras de T. Ernest Wilson,
misionero a Angolade los Hermanos de Plymouth: “Desde que era un niño, quería
ser misionero en África. Este deseo se había despertado y estimulado por la
lectura de las historias de las vidas de Livingstone, Arnot, y María Slessor, y
por escuchar a los misioneros que venían a casa para pasar un tiempo de
descanso con un permiso temporal. Francamente, yo era un adorador de los héroes.
Pensé que se trataba de los hombres más grandes de los tiempos modernos, y
anhelaba seguir sus pasos y ver los lugares donde trabajaban”.
Entre más misioneros salieron, más
grande y más colorido se hizo nuestro repertorio de diversos cuentos misioneros:
grandes hombres de Dios que crecen cada vez más en la fantasía popular hasta
que evolucionan como verdaderos Paul Bunyans (mítico leñador gigantesco del folclore
estadounidense), como aquellos casos de historias de personas que están de
rodillas en oración durante tanto tiempo todos los días, que hacen ranuras en
los pisos de madera de sus armarios, o aquellos que se reunieron y lloraron por
un avivamiento hasta que el suelo estaba resbaladizo por tantas lágrimas.
Lucas 16:15.
* * * * *
La iglesia primitiva tuvo sus
mártires, que finalmente fueron canonizados, y completamente rodeados de
leyenda y fantasía, pero todavía están con nosotros hoy. Cuando enseñaba en una
escuela secundaria privada, el Colegio San Lorenzo, en San José, Costa Rica,
hace varios años, me encontré a cargo de unos cuarenta adolescentes dentro de
una multitud de mil de ellos, mientras que el sacerdote rociaba un nuevo
gimnasio con agua bendita. De pie frente a un gran ícono de San Lorenzo, un
mártir cristiano primitivo que fue quemado en la hoguera, dedicó el gimnasio a
este santo, pidiéndole que ayudara a todos los que se entrenaran allí, a
hacerlo en el espíritu en el que San Lorenzo murió. Entonces las porristas
salieron, con la ayuda del equipo de fútbol de la escuela, para hacer una porra,
mientras que el resto de la gente saltó y gritó y silbó.
La iglesia medieval también tuvo
sus grandes místicos y reformadores: Santa Teresa de Ávila, Santo Tomás Becket,
Martín Lutero, Juana de Arco. . . .
Ahora la iglesia moderna tiene
sus misioneros.
Al igual que a todas las familias
de la Edad Media les gustaba tener al menos una hija o un tío en el monasterio,
a las familias modernas les gusta mucho tener al menos un miembro de su familia
“en el campo misionero.” Es sólo una cuestión de autosatisfacción. De
prestigio. Según la norma de la iglesia moderna, los jóvenes no pueden pensar
que están completos, hasta que hayan servido en algún “campo misionero” en el
extranjero.
Lucas 16:15.
* * * * *
Pero, ¿dónde, en medio de todo
esto, está el Reino de Dios? ¿Dónde está la buena noticia (el “Evangelio”) de
su Reino?
¿A cuántas personas en todo el
mundo les han llegado verdaderos mensajeros con el Evangelio de esperanza y
sanidad, en el que todos los que creen se hacen de una familia, una fe, un
espíritu, uno en la vida del día a día, en el Cuerpo de Cristo aquí en la Tierra?
¿A quién le ha llegado el Reino donde la voluntad del Padre se hace en la
tierra tal y como se hace en el cielo?
Los actores misioneros funcionan de
manera individual, estando empeñados en realizar grandes cosas. Grandes
hombres, grandes hazañas. Convirtiéndose en mártires, quizás, en lugares
peligrosos y lejanos.
Pero Jesús nunca nos llamó a actuar;
y de hecho nuestra mejor actuación no lo impresiona en lo absoluto. Él nos llama a ser
testigos, comenzando en Jerusalén y en Samaria (en otras palabras, en nuestra
propia casa), e ir desde allí hasta los confines de la tierra. Por causa de este
“testimonio de Jesús”, uno tiene que estar dispuesto a vivir y a morir.
Los testigos siempre apuntan hacia
Otro. Hacia Jesús. Perdiendo su individualidad, sus nombres, sus rostros, por
una causa infinitamente más emocionante que ellos mismos, y edificando en la
tierra verdaderos modelos del Reino de los Cielos, predican y sellan mensajes
acerca de cielos nuevos y tierra nueva, totalmente restaurados (Juan 13:35).
Dos maneras. Dos caminos. Dos
destinos. No se puede aspirar a la fama religiosa si es que te has decidido a
caminar con Jesús y con Su iglesia. Lo más probable es que termines recogiendo
fresas o castrando cerdos.
“Los primeros serán los últimos”,
dijo Jesús, “y los últimos serán los primeros”. “Lo que los hombres tienen por
sublime, es abominación a los ojos de Dios”. (Lucas 16:15).
En algún momento pronto, si es
que el Señor lo permite, me gustaría escribir sobre E. Stanley Jones, Amy Carmichael,
o sobre algunos creyentes anabaptistas y moravos que no salieron al campo
misionero para hacer grandes cosas o para hacerse famosos, sino para vivir el
Evangelio con aquellos a los que fueron. Esa es una historia mucho más
agradable que contar.
-Peter Hoover
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