“La educación, el gran abracadabra y fraude de todos los
tiempos, pretende prepararnos para vivir, y se prescribe como la panacea
universal para todos los males, desde la delincuencia juvenil hasta el
envejecimiento prematuro. En su mayor parte sólo sirve para incrementar la
estupidez, inflar la arrogancia, promover la incredulidad y dejar a los que le
están sujetos a merced de lavacerebros que tienen la prensa, la radio y la
televisión a su disposición.”
–Malcom Muggeridge, 1969, en Jesus Rediscovered.
El epígrafe anterior no resulta muy halagador de la
educación. No lo es porque cuando se sopesan las cosas y se analizan las
situaciones, no hay muchas cosas buenas qué decir de la educación tal como el
mundo la realiza, ni social, ni práctica, ni mucho menos espiritualmente.
En este escrito quiero hacer un estudio sobre qué tan
benéfico puede ser para un cristiano el estudiar una carrera. Debo aclarar dos
cosas: primero, que en este análisis no tocaré mucho la educación en los
niveles básicos, aunque inevitablemente mencionaré el tema, porque de alguna
manera está relacionado, pero hay otros hermanos que pueden exponerlo mejor que
yo, por lo que en este momento me referiré exclusivamente a la educación
universitaria formal. Segundo, debo señalar que no considero necesario ni provechoso
que ni la iglesia ni nadie elabore una regla estricta en donde se prohíba a los
jóvenes cristianos el estudiar una carrera, ni por otro lado que les obligue a
estudiarla, so pena de excomunión, pero sí considero que el otro extremo, el de
permitir que los jóvenes se queden sin ningún tipo de guía ni consejo al
respecto, es demasiado peligroso para el bienestar espiritual de los muchachos cristianos
en edad universitaria.
A la par que voy a ir mostrando lo que la Escritura, la
luz interna y la experiencia dictan, iré contando mi testimonio de cómo el
haber decidido estudiar una carrera afectó de manera negativa mi vida
espiritual. Veremos varios puntos en cuanto al fruto que ha traído la educación
universitaria, y la mentalidad que gira en torno a ella, para poder llegar a
conclusiones sabias al respecto, y finalmente daremos algunas advertencias y
consejos, seguidas de un apéndice, en donde he colocado un artículo que escribió
un hermano en Cristo que abandonara su exitosa carrera de Ingeniería Civil para
seguir a Cristo.
El asunto de la intención y la
voluntad
Me atrevo a afirmar que para Dios es mucho más importante
el motivo por el que hacemos las cosas, que las cosas mismas que hacemos. A
manera de ejemplo, imaginemos una situación hipotética en la que dos mujeres en
diferentes sitios de la ciudad y a diferentes horas del día le regalan un plato
de comida al mismo niñito pordiosero. A la vista de Dios, la una pecó al
hacerlo porque lo hizo para dar una buena impresión delante de sus amigas y para
calmar su conciencia de que está en adulterio, mientras que la otra hizo una
buena obra porque lo hizo por obedecer a Dios y por compasión entrañable para
con el niño. Al motivo por el que actuamos se le llama “intención”.
Analicemos pues, ¿Cuál es la intención principal que hay
detrás de inscribirse en una carrera universitaria, estudiarla, culminarla y
ejercerla? Yo, como joven universitario que fui, y que convivió con muchos
otros jóvenes universitarios, puedo responder que la intención no sólo es generalmente
egoísta, sino que también es terrenal, porque consiste en aspirar a obtener
algún beneficio, y éste, de carácter temporal, que muchas veces puede ser el
dinero, otras veces la fama, y otras veces, ambos.
Algunos desean hacerse ricos, prosperar económicamente,
acrecentar sus ganancias monetarias, progresar y ascender en la escalera de la
competencia por el dinero, encumbrarse en lo material, todo para alcanzar un
estilo de vida holgado que les permita no sólo satisfacer sus necesidades más
básicas, sino también poder gozar de los mejores servicios, alimentos, ropa,
coches, casas, lugares de vacaciones, y disfrute de las cosas materiales, poder
comprar lo que les agrade, no reparar en gastos cuando se trata de cumplir los
antojos del corazón, tener hijos que vivan casi como príncipes o reyecitos, o,
si no sueñan tan alto, por lo menos desearían pertenecer a la clase media, que
no se las tenga que ver con la carestía, ni con las carencias, ni con las
reformas que tanto aquejan y dañan a la clase trabajadora, a los obreros y al
proletariado.
Otros desean “ser alguien en la vida”, alcanzar la fama y
el renombre, hacerse ilustres, obtener prominencia personal, vanagloriarse con
razón de sus habilidades y conocimientos, distinguirse y sobresalir de entre el
resto, ganar un Nobel, trascender, sentirse admirados, ser los mejores, los más
competitivos, los inigualables, o, si no sueñan tan alto, al menos desearían
dejar algún tipo de huella favorable en la humanidad, para que los recuerden
como héroes o como benefactores con un posible estatus de semidioses.
Finalmente, los menos egoístas quisieran cambiar al
mundo, ayudar a la pobre gente que se halla herida como consecuencia del
pecado, ya sea curando enfermedades incurables a través de la ciencia básica,
desarrollando nuevas tecnologías que faciliten la vida, ganando grandes sumas
de dinero que puedan donar a los pobres, participando en la política o en la
sociología como activistas que defiendan los derechos de las minorías y de los
marginados, aportando su grano de arena para la educación de los
discapacitados, ayudando por medio de terapias psicológicas a los dañados en su
mente, atendiendo a los enfermos de todo tipo con la medicina moderna, consolando
a los dañados, aconsejando a los desorientados, en fin, mejorando la condición
humana que se halla en decadencia por causa del pecado. En muchos casos, por
altruistas que parezcan, también esperan algo a cambio, ya sea el dinero o la
fama, o ambas, o simplemente la satisfacción interior de saber que han dejado
una huella positiva en la humanidad.
Dentro de los círculos cristianos muchas veces ocurre que
esto último se convierte en un sueño “piadoso” porque se piensa en llevar el
evangelio a otro país y de esa manera ayudar a
la gente, pero por experiencia propia y por el discernimiento que Dios
me ha dado, alcanzo a ver que aún en esos casos se espera algo a cambio: de
nuevo la fama, la gloria, la aventura juvenil de haberse embarcado a Timbuktu
para evangelizar, el deseo de conocer nuevos lugares, o una vez más simplemente
la satisfacción interior y secreta de que han hecho algo muy bueno por la gente
por lo cual puedan vanagloriarse y congratularse a sí mismos e incluso aparentemente
esperar que Dios y la gente también los congratule y condecore como héroes de
alguna manera, tan sólo por haber sido un tipo de pseudo-mártires que
sobrepasaron el cristianismo nominal del resto sólo por haber sufrido un poco
más de penalidades que el promedio, en una peligrosa misión evangelizadora.
Además, cabe señalar que los jóvenes generalmente son
apoyados por sus padres para lograr dichas metas. Los padres quizás no
entienden todo lo que hay en el corazón y en la intención de sus hijos (y
muchas veces no les interesa, o simplemente, si lo supieran, lo aprobarían y
concurrirían con ello, ya que es lo que ellos mismos les han sembrado), pero
todo el mundo les ha hecho creer que es virtualmente imposible obtener algún
empleo “decente” a menos que se estudie por lo menos una Licenciatura, si no es
que de preferencia además algún tipo de Posgrado, ya sea Maestría, Doctorado o
Diplomados. Los padres se avergonzarían
mucho si sus hijos no tuvieran un trabajo “estable” que los haga lucir bien
ante la sociedad.
Para alcanzar las metas antes mencionadas, los jóvenes
darán lo mejor de sí mismos en el área de estudio que hayan elegido, lucharán
sin cesar para alcanzar el éxito en su campo de su estudio, adorarán en el
altar de la ciencia, el deporte, las artes o los negocios, se especializarán en
cierta área del conocimiento (la música, la ciencia, la filosofía, la política,
etc.), pasarán largas horas de estudio y de prácticas, para lo cual
sacrificarán horas de sueño, de comida, de relajación y de estar con la familia,
llevarán una disciplina rígida casi militarizada, se dedicarán religiosa e
idolátricamente a la escuela, gastarán la mayor parte de su dinero, su energía
y su tiempo, entregando los mejores años de su vida, que podrían ser dedicados
al Maestro, a lograr una meta básicamente mundana. Todo esto mientras que los
padres otorgan el apoyo emocional, moral, económico y social de manera
incondicional durante el tiempo que transcurren los estudios profesionales de
sus hijos.
Pero preguntémonos: ¿Son tales metas y ambiciones
apropiadas para un cristiano? Debería ser clarísimo que no lo son, pero como
vivimos en tiempos tan sombríos, tendré que citar la Biblia para mostrar lo
mundanos y rebajados que son dichos objetivos.
Acerca de las riquezas, sólo citaré los siguientes
pasajes, aunque ciertamente habría muchísimos más que se pueden citar:
* “No
os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde
ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla
ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté
vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”. Mateo 6:19-21.
El pasaje anterior es tan claro
que la única conclusión posible del mismo es la famosa frase de John Wesley:
“Acumular tesoros en la Tierra está tan claramente prohibido por nuestro Señor
como el adulterio y el asesinato”.
* “Entonces Jesús dijo a sus discípulos: De cierto os digo, que difícilmente
entrará un rico en el reino de los cielos. Otra vez os digo, que es más fácil
pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de
Dios”. Mateo 19:23-24.
Como vemos, las riquezas son un
gran impedimento para todo asunto espiritual, incluyendo no solamente nuestra
santificación y nuestro ministerio, sino incluso nuestra misma salvación. Este
pasaje presenta muchos paralelos en los evangelios sinópticos, así como apoyos
fuertes en los escritos de Pablo (Ver por ejemplo Marcos 10:23-24 y 1ª Timoteo
6:6-11, 17-19.)
* “… pero los afanes de este siglo, y el engaño de
las riquezas, y las codicias de otras cosas, entran y ahogan la palabra, y se
hace infructuosa”. Marcos 4:19.
Las posesiones materiales son
engañosas e indignas de confianza: se desvanecen rápidamente.
* “…Y le dijo Jesús: Las zorras tienen guaridas, y las aves
de los cielos nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza”.
Lucas 9:58.
El versículo anterior demuestra
que Nuestro ejemplo Supremo fue pobre (ver también 2ª Corintios 8:9) y pienso que lo fue porque habría habido un gran problema
moral con el hecho de que el Hijo de Dios hubiera sido rico al conocer toda la
necesidad a su alrededor en el mismo mundo que Él creó. Si ostentamos llamarnos
discípulos Suyos, hemos de seguirlo en todo, incluyendo este hecho particular
también.
En cuanto a obtener algo de fama, observemos lo
siguiente:
*“¿Y tú buscas para ti grandezas? No las busques…” Jeremías 45:5.
Lo anterior son las
palabras de Dios mismo a un hombre (Baruc) que deseaba hacerse un nombre dentro
del mismo terreno espiritual, cuando a su alrededor el clima espiritual era
deplorable, y él debió haber estado buscando sólo la gloria de Dios y el
arrepentimiento de su pueblo, no la fama de este mundo.
*“No se deleita en la fuerza del caballo, ni se complace en la agilidad
del hombre. Se complace Jehová en los que le temen, y en los que esperan en su
misericordia” Salmo 147:10-11.
El verso anterior deja claro que Dios no toma placer ni se deja
impresionar por la genialidad de un científico, ni por la habilidad de un
músico, ni por la estrategia de un político, ni por la destreza física de un
deportista, ni por nada que se le parezca. Él mismo nos dio un cuerpo y un
cerebro que puede hacer eso y más, pero pide que lo amemos con ese cuerpo y con
esa mente, no que los desarrollemos para nuestro propio beneficio. Es tal amor
a Él, tal temor ante Su Persona y tal confianza en Su misericordia lo que le
complace. El pasaje siguiente confirma lo mismo que venimos diciendo, pero son
palabras más fuertes pronunciadas por nuestro mismo Maestro:
*“… lo que los hombres tienen por
sublime, delante de Dios es abominación.” Lucas 16:15b. Lo que los hombres tienen en tan alta estima (como
los conocimientos, las habilidades y las actitudes que se obtienen cuando se
recibe una buena educación según el mundo) es abominación delante de Dios.
*“Comer
mucha miel no es bueno, ni el buscar la propia gloria es gloria.”
Proverbios 25:27.
Delante de Dios, no es una gloria, es decir, no es nada honroso el
hecho de que un hombre busque su propia gloria. De hecho, más bien es algo que
proviene del mundo y que no agrada al Padre:
*“Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los
deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del
mundo.” 1ª Juan 2:16.
La verdadera gloria
proviene más bien de padecer la cruz y la persecución por causa de Cristo (Ver Gálatas 6:16, Hebreos 11:26 y 1ª Pedro
4:1-16).´
Y respecto a tratar de cambiar al mundo, recordemos que
no fuimos llamados a cambiar ni a mejorar al mundo, sino a salir de él,
viviendo una vida separada y disconforme respecto al mundo, y de hecho a
protestar en contra de su orden moral, sin esperar jamás cambiarlo, porque se
sabe que está bajo el maligno y que la mayoría se perderá, por lo que el
cristiano debe buscar él mismo salvarse y luego salvar a los más que pueda,
pero sin que le importe mucho el mejorar las condiciones de vida humana, ya que
eso no es relevante para Dios.
*“Por lo cual, Salid
de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré, y seré para vosotros por Padre, y
vosotros me seréis hijos e hijas, dice
el Señor Todopoderoso.” 2ª Corintios 6:16-17.
*“Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son
del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los quites del mundo,
sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.”
Juan 17:14-16.
Los ateos, en sus muchos argumentos para tratar de
sepultar por tierra la veracidad de que Jesús sea el Mesías y el Dios hecho
carne, preguntan por qué si Jesús es el
Dios Omnisciente, cuando vino a la Tierra como hombre, no profirió ni musitó ni
siquiera una sola palabra acerca de la higiene personal, la existencia de las
bacterias dañinas, la fórmula de algunas moléculas que funjan como antibióticos
o antiinflamatorios, o algo semejante. Tampoco emitió su opinión sobre las
matemáticas, la geometría, la agronomía, el arte, la cultura, la música, la
literatura o la gramática correcta del hebreo, el arameo o el griego. Y ni
siquiera emitió ningún juicio u opinión sobre la sociología o sobre la
deficiencia de las políticas y las formas de gobierno. Cuando quisieron hacerlo
rey, Él mejor huyó. Cuando quisieron que convenciera a un joven de compartir la
herencia con su hermano, él reprendió a ambos. Cuando lo cuestionaron sobre la
dominación romana, él contestó que demos al César lo que es del César y a Dios
lo que es de Dios. Y Él enseñó a amar a aquellos que nos ultrajan y nos
pisotean.
Desde un punto de vista humanista, el argumento ateo es
válido. Un Dios que no nos informó de nada que beneficie a Su creación no es
digno de ser adorado. Pero desde un punto de vista eterno, Dios es el Ser más
Bueno que haya existido: envió a Su Hijo, no para instruirnos en cómo mejorar
nuestra salud, nuestra posición socioeconómica, ni nuestras relaciones humanas,
sino para enseñarnos el camino al Padre. El resto simplemente no era ni es
importante para Él. Y no debería serlo para Sus seguidores. Él vino para salvar
las almas de los hombres, no para enseñarles cómo ser mejores personas que sean
más felices y más saludables. No hay que estar tratando de ayudar al mundo,
sino salir de él y predicarles, llamándolos a que salgan de este sistema de
cosas, se aferren a Dios, lo sigan y prediquen a otros en contra de esta
perversa generación.
Ahora bien, debo decir que debido al contexto en que
viví, yo no fui a la Universidad con ninguna de esas metas terrenas en mente.
Yo deseaba probarme a mí mismo que podía resistir al mundo y pararme por la
verdad en ese medio tan hostil, al que le apodé “La Catedral del Ateísmo”.
También deseaba contar con un título que me pudiera ayudar a entrar a algún
país extranjero (de preferencia musulmán) para predicar el evangelio, porque se
me hizo creer que eso era absolutamente necesario. Además deseaba madurar en
varios aspectos, y pensé que el pasar tiempo solo y estudiando en la Facultad,
me ayudaría de alguna manera. Lo cierto es que aunque mis intenciones sí eran
buenas, fue muy difícil, casi imposible, no caer de manera sutil, pero segura,
en el juego de empezar a abrigar la meta mundana de alcanzar un poco de fama,
si no a nivel mundial, por lo menos dentro del círculo en el que me
desenvolvía, y a alcanzar el conocimiento de manera codiciable, al grado de que
me gozaba grandemente cuando lograba comprender, dilucidar o descubrir alguno
de los grandes “secretos” y fenómenos asombrosos de la química que solamente la
élite, la crema y nata de los científicos comprende. Mezclado con eso se
hallaba el deseo “piadoso” de ir a evangelizar a un país musulmán tal como lo
describí en párrafos anteriores, deseo al que tuve que morir para de verdad poder
seguir a Cristo, porque para Dios importa mucho más que le entreguemos nuestra
voluntad y llevemos a su altar lo más preciado para nosotros, incluyendo lo “piadoso”
y lo “espiritual”, (pero si es que Él lo está pidiendo); antes que llevar a
cabo activismos religiosos.
Luego entonces, para concluir esta parte, solamente diré
que aunque un joven cristiano permanezca sin mancha aparente del mundo, pero si
tan sólo su voluntad ya no está completamente rendida a la de su Señor, sino que
ahora abriga metas mundanas y se ha involucrado con su voluntad y su corazón en
algo que, aunque sea aparentemente lícito, es un gran estorbo para el reino de
Dios, entonces ya se está deslizando por un camino peligroso que no es el de
Jesús y que tarde o temprano lo llevará a parar en la compañía de los muertos.
(Proverbios 21:1).
Recordemos que la libertad, la búsqueda de la felicidad y
el hacer lo que a uno le agrada, no son valores que un verdadero cristiano
pueda perseguir sin negar y comprometer la verdad. El discípulo sigue a Alguien
que vino como siervo, no como alguien que buscaba ser feliz ni agradarse a sí
mismo. Como experiencia personal, puedo decir que era muy contradictorio ante
mis oyentes el predicarles acerca de perder sus vidas, cuando veían que yo
mismo estaba haciendo lo que me gustaba y me hacía feliz: el estudiar una
carrera. Mis compañeros universitarios no podían entender que hubiera alguien
persiguiendo las mismas metas que ellos pero que al mismo tiempo los llamara a
perder su vida y les dijera que no le interesaba lo terrenal. Lo cierto es que
yo no estaba perdiendo mi vida.
“Porque todo el que quiera salvar su vida, la
perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará.” Mateo
16:25.
El asunto de la mente y la
programación
En la regeneración, Dios nos da una nueva mente y de
hecho la palabra griega para “arrepentimiento” significa un cambio de mente.
Pero no debemos detenernos allí. Considera los siguientes pasajes:
*“… y renovaos en el espíritu de vuestra mente,” Efesios 4:23.
*“No os conforméis a este siglo, sino
transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que
comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.” Romanos
12:2.
*“Porque ¿quién conoció la mente del
Señor? ¿Quién le instruirá? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo.” 1ª
Corintios 2:16.
Sin embargo, todo el ambiente universitario, incluyendo
las conferencias magistrales, las competencias académicas y deportivas, las
huelgas, el reclamo de los derechos, y por supuesto, las clases impartidas en
las aulas, van encaminadas a programar nuestra forma de pensar en una dirección
muy opuesta a la de Dios: promueven la incredulidad, fomentan la rebelión
contra las autoridades puestas por Dios, apoyan la relatividad de los valores
morales, favorecen la idealización de una sociedad utópica, pero también
contraria a Dios, en donde todo está permitido y en donde todos y todo se
tolera, en la cual el único pecado es predicar en contra del pecado,
promocionan la idea de mejorar al mundo, … en fin, programan la mentalidad de
los universitarios para conformar una sociedad idealista, que es feliz y
responsable, pero absolutamente sin Dios y sin respeto por Su Palabra, donde se
pisotean sus mandamientos y se piensa que no hay necesidad alguna de Él, muy a
la canción “Imagine” de John Lennon.
Tal ambiente y tal entrenamiento no es ni puede ser para un cristiano. Está
perfecto para la gente de este reino, pero nosotros ya no somos de este reino.
Dicho lugar (la Universidad) debe ser evitado, no frecuentado, salvo para
predicar.
Bien, pues en mi caso, otra vez, de manera muy lenta y
muy sutil, pero segura, el bombardeo de este tipo de pensamientos y filosofías
humanistas comenzaron a hacer mella en mi mente y me empezaron a mover de mi
forma de pensar (ver 2ª Tesalonicenses
2:2) a tal punto de que puse en tela de duda algunas de las Palabras de
Dios. De hecho, ese es el propósito de Satanás (ver Génesis 3:1-5).
Me atrevo a afirmar que muchos pastores evangélicos que
han ido a la Universidad, aunque no han abandonado su fe para creer en la
evolución y en la relatividad moral, sí se han dejado influenciar, quizás de
manera casi inconsciente, pero segura, por el pensamiento humanista de la
sociedad intelectual, y ha sido tal influencia de pensamiento lo que los ha
llevado poco a poco a modificar su mensaje para hacerlo cada vez más suave, más
aceptable, más cómodo, más diluido y menos ofensivo. Han cambiado de un
evangelio enfocado en Dios a un evangelio enfocado en el hombre. Han llegado a
sobre enfatizar el amor de Dios e ignorar Sus demandas. Esto les ha sido
enseñado en la Universidad secular y también, lamentablemente, en el Seminario
Teológico.
Bueno, continuando con mi historia, primero fue mi
voluntad la que se rindió ante metas mundanas, luego fue mi mente la que empezó
a abrigar y albergar pensamientos humanistas y a cuestionar la Palabra de Dios.
El diablo me estaba golpeando. Para poder noquearme al fin, sólo faltaban unas
pocas cosas más…
La inutilidad y futilidad del
conocimiento adquirido en la carrera
Cuando pienso acerca de todo lo que aprendí en la
Facultad y repaso mentalmente cada materia que llevé, cada teoría que conocí,
cada experimento que realicé, cada cálculo que llevé a cabo y cada habilidad
que adquirí, me pregunto en verdad cuál será la utilidad de todo eso.
Pensemos primeramente en lo terrenal, sólo para mostrar la
locura de esto. En términos prácticos, es más útil para la vida en general, así
como para la vida de casado o incluso la vida de ministro, el aprender a
cambiar una llanta, construir un pequeño mueble, soldar un tubo del baño,
sembrar una hortaliza, o edificar un muro, que el conocer las leyes de Faraday
y de Newton.
Pero reduzcamos aún
más las cosas. Aún en el mismo terreno de estudio, si yo quisiera ejercer la
química en una industria, aplicaría varias cosas que aprendí en la carrera,
pero muchas otras serían igualmente inútiles, como por ejemplo la mecánica
cuántica, la lógica matemática, o los teoremas abstractos del cálculo.
Realmente todo esto es algo muy infructífero cuando se analiza de manera
objetiva.
Ahora pensemos en lo más importante: el terreno
espiritual. Consideremos lo que el apóstol Pablo dijo en Efesios 2:17: “… para mostrar en los siglos venideros
las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo
Jesús.” El
versículo anterior indica que cuando lleguemos al cielo, y durante toda la
eternidad, continuaremos el proceso de aprendizaje sobre las cosas de Dios,
porque el tema es tan vasto e inagotable que, aunque tengamos un cuerpo
glorificado, nunca seremos omniscientes como Dios, por lo que al llegar al
cielo no tendremos un conocimiento perfecto, sino que Dios se nos estará
revelando ¡por toda la eternidad! Aunque el diablo le pudo mostrar a Jesús todo
lo que el mundo ofrece en tan sólo un santiamén, Dios nos expondrá continua e
interminablemente las riquezas de Cristo (Colosenses
2:2-3). Aunque Pablo también dice que conoceremos como fuimos conocidos,
eso no se refiere a algo instantáneo, sino progresivo.
La pregunta es: ¿Qué
conocimiento tendré yo en el momento en el que, por la muerte o por la segunda
venida de Cristo, llegue al cielo? Y la respuesta obvia es que será el
conocimiento que tenía en el momento en el que abandoné la Tierra. Si esto es
así, entonces debemos comprender que el dedicar nuestras vidas a alcanzar una
educación terrenal que en el cielo será de poco o ningún valor es algo necio.
Yo sé que soy capaz (y muchísima otra gente lo es también) de llegar a ser la
persona que más conozca en el mundo de algún área de la ciencia, la literatura,
o algo similar. Pero ¿De qué me servirá eso en el cielo? Visto esto así, las
grandes carreras de la vida lucen demasiado superficiales a la luz de la
eternidad. Por otro lado, un conocimiento profundo de la Palabra de Dios sí es
de mucho más valor y significado. Lo que aprendamos en la Tierra es una
inversión para la eternidad. Obviamente es necesario que cada uno aquí aprenda
algo “secular” para ganarse la vida y llevar a cabo las actividades cotidianas
de la vida, pero esto no es lo principal en la vida.
Al respecto de todo
esto, es muy interesante la historia de Henry Martyn, quien, luego de graduarse
con honores de la Universidad de Cambridge, tuviera la siguiente experiencia
que su biógrafo, J. W. Jowett nos narra así: “Me acuerdo de Henry Martyn, aquel
estudiante sobresaliente de Cambridge, quien, habiendo alcanzado los codiciados
honores de su estimada Universidad, se sentía inexplicablemente insatisfecho en
la hora de su triunfo académico: Quedé sorprendido al comprobar que había
atrapado una sombra. Ah, pero fue grata decepción, un bendito desencanto,
inspirado por el Espíritu Santo…. Fue una grata desilusión porque entonces su
mirada se dirigió, ya no a los galardones académicos, sino más arriba, a lo que
satisface completamente, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo
Jesús Señor nuestro…”
“Si, pues, habéis resucitado con
Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de
Dios.Poned la mira en las cosas de arriba,
no en las de la tierra.” Colosenses 3:2
Lo que el mundo
considera ser inteligente y sabio no es más que impiedad y deseos mundanos,
mientras que la sabiduría verdadera consiste en amar, temer y honrar a Dios.
Acerca de esto, recomiendo ampliamente leer el artículo de “La verdadera
sabiduría”, escrito por el hermano Pedro Santos. Podría incluso insertar todo
ese escrito en este artículo, pero es mejor leerlo aparte. Por ahora sólo
compartiré los siguientes pasajes:
*“Nadie se engañe a sí mismo; si alguno
entre vosotros se cree sabio en este siglo, hágase ignorante, para que llegue a
ser sabio. Porque la sabiduría de este mundo es insensatez para con Dios; pues
escrito está: El prende a los sabios en la astucia de ellos. Y otra vez: El
Señor conoce los pensamientos de los sabios, que son vanos.” 1ª Corintios
3:18-20.
*“Porque nuestra gloria
es esta: el testimonio de nuestra conciencia, que con sencillez y sinceridad de
Dios, no con sabiduría humana, sino con la gracia de Dios, nos hemos conducido
en el mundo, y mucho más con vosotros.” 2ª Corintios 1:12.
Pero bien, regresando
a mi historia. Una vez que mi voluntad se erigió sobre la de Dios, sin querer
sacrificar a mi Isaac, y una vez que mi mente comenzó a dudar de las palabras
de Dios, ahora mi mente también se llenó de conocimientos vanos que me hacían
pensar menos en Dios y más en abstracciones irreales. Ya sólo faltaba una cosa
más para que Satanás me tirara al suelo, y esa era:
El problema de la pérdida de recursos:
tiempo, dinero y esfuerzo
Debido a mi contexto y debido al tipo de carrera que
elegí estudiar, si uno quería obtener buenas notas en la escuela, era absolutamente
necesario dedicar largas horas de estudio sin parar o con muy breves pausas,
así como mucho tiempo a la resolución de ejercicios y a la escritura de larguísimos
informes de laboratorio. Esta gran dedicación de tiempo y esfuerzo era
tremendamente agotadora y durante el semestre iba aumentando cada vez más la
devoción requerida. Dicho agotamiento y desgaste generaban un hastío emocional
y un cansancio físico que poco a poco iban dificultando, hasta llegar al
momento de imposibilitar, mi tiempo devocional. Ese era el golpe decisivo para
derrumbar el fuego y la vida espiritual en mi persona.
Además había que gastar dinero en renta de una vivienda,
copias, internet, pasajes, comidas y a veces algún material adicional. Esto,
porque la inscripción anual en la escuela donde estuve cuesta sólo 20 centavos
de pesos mexicanos, y no se pagan las sustancias utilizadas ni nada más. Si
hubiera estado en alguna otra escuela, habría tenido que pagar además grandes
sumas de dinero por la inscripción y la colegiatura. Lo anterior hacía
necesario pedir más dinero a mis padres y en ocasiones trabajar por cuenta
propia en lo que fuera, para poder tener un poco más de dinero extra que
consagrar a mis estudios. Esto a su vez redundaba en mayor extenuación física y
mental.
Contrario a dicha situación, tenemos los siguientes
pasajes:
*“Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que
vengan los días malos, y lleguen los años de los cuales digas: No tengo en
ellos contentamiento;” Eclesiastés 12:1.
*“… y me despreciáis, dice Jehová de los ejércitos; y trajisteis lo
hurtado, o cojo, o enfermo, y presentasteis ofrenda. ¿Aceptaré yo eso de
vuestra mano? dice Jehová.” Malaquías 1:13.
*“Jesús
le dijo: Amarás al Señor tu Dios
con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el
primero y grande mandamiento.” Mateo 22:37-38.
*“¿O ignoráis que vuestro
cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis
de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio;
glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales
son de Dios.” 1ª Corintios 6:19-20.
*“Ninguno que milita
se enreda en los negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que lo tomó por
soldado.” 2ª Timoteo 2:4.
Nuestras fuerzas y
nuestros cuerpos deben servir a Dios, no a nuestros deseos, ni al mundo. Pero
si el diablo logra cansarnos lo suficiente como para que no pensemos en Dios ni
tengamos nuestro tiempo devocional, nos habrá derrotado. Eso fue lo que pasó
conmigo. Finalmente, Satanás, por medio de la Universidad, me derrotó por medio
de robarme mí tiempo devocional. Él sólo viene a robar, a matar y a destruir. Y
para asegurarse de que todo saliera como él pensaba, me atacó en otros frentes
misceláneos para confirmar mi ruina espiritual…
El orgullo y otras cosas muy
difíciles de sortear
Desde que he querido servir al Señor, siempre he luchado
contra el orgullo. La lucha ha sido dura y he recibido golpes. Pero vale la
pena porque sé que Dios atiende al humilde, pero mira de lejos al altivo. Pues
bien, una vez habiendo ingresado a la Facultad y llevando un tiempo de estadía
en la misma, me di cuenta de que la escuela era una gran piedra de tropiezo, un
Sanbalat molesto que me empujaría a enorgullecerme más y a vanagloriarme. Al
principio, yo sólo me culpaba a mí mismo. No deseaba culpar a nadie: ni a la
Universidad, ni a ningún ser humano, ni al mismo Satanás. Y ciertamente el
pecado es asunto de la voluntad, no del ambiente; pero también es seguro que
hay muchos ambientes que propician el pecado mucho más que otros.
Pensemos en las sencillas palabras del apóstol Pablo cuando dijo:
“El conocimiento envanece, pero el amor edifica. Y si alguno se
imagina que sabe algo, aún no sabe nada como debe saberlo. Pero si alguno ama a Dios,
es conocido por él.” 1ª Corintios 8:1b-3.
Es demasiado obvio: me era mucho más difícil luchar
contra el orgullo estando en la Universidad, simplemente por el hecho de que el
mismo ambiente que me rodeaba (un ambiente de acrecentar cada vez más el
conocimiento) propiciaba el envanecimiento.
Es cierto que ya antes he dicho que es más valioso el
conocimiento de Dios y de la Biblia. Sin lugar a dudas dicho conocimiento religioso
también puede envanecernos. De hecho, el apóstol Pablo dijo la frase del
versículo anterior dentro del contexto del conocimiento bíblico. Pero la
diferencia fundamental entre el verdadero conocimiento de Dios que edifica y el
conocimiento que envanece es que el conocimiento de Dios tiene que ser algo
práctico y experimental, es decir, alguien que de verdad conoce a Dios como el
Proveedor no es alguien que ha leído el Salmo 37: 25 y puede citarlo de
memoria, sino alguien que, como Pablo, ha sabido vivir en estrechez y en
abundancia, pero con contentamiento, y que ha confiado en Dios para la
provisión material, posiblemente al punto de haber visto milagros de provisión
ocurridos en su vida. O alguien que conoce la santidad de Dios no es alguien
que conozca de memoria Isaías 6:3, sino alguien que cada día lleva su cruz,
obedece los mandamientos y como consecuencia, tiene victoria habitual sobre
todo pecado, y se guarda sin mancha del mundo. Y la lista de ejemplos podría
seguir, pero pienso que se entiende el punto.
Otra diferencia importante es que el conocimiento que
envanece es algo que generalmente cuesta trabajo entender y hay que hacer un
gran esfuerzo mental y una abstracción del pensamiento para comprenderlo,
mientras que el conocimiento de Dios es algo tan sencillo que hasta un niño
puede entenderlo, es de hecho una luz que todos los hombres han recibido en su
corazón como una luz interna en la forma de la gracia que trae la salvación (de
y no hasta) y que nos enseña a renunciar al mundo y a la impiedad y a vivir
sobria, justa y piadosamente, en medio de este mundo pecador. En este caso, no
hay esfuerzo humano alguno para recibir la revelación, sino que es un don de
Dios, aunque generalmente sí hay esfuerzo humano en la decisión y parte de la
acción de obedecer a los impulsos espirituales de dicha luz.
A más del orgullo,
hay muchas tentaciones difíciles de sortear en la Universidad, como son el reto
de la pureza sexual, la presión de no hablar la verdad, o la influencia de no
estar tan separado del mundo en aspectos como el entretenimiento, los deportes,
las competencias académicas, y otras cosas. No todos los jóvenes pueden
soportar esto. Ni siquiera los más fuertes. (Proverbios 7:26-27).
Aún más allá de esto, hay cosas que resultan
absolutamente incompatibles con los principios del reino. Por ejemplo, en mi
caso, Dios permitió que el Consejo Técnico de mi escuela hiciera una excepción
conmigo, pero en general siempre que un joven se titula de su grado académico,
tiene que hacer un juramento de honestidad en la profesión y de lealtad a la
escuela. Alguien que estudió medicina debe además cumplir con el juramento
hipocrático para poder titularse. Y muchas carreras, al ser ejercidas, contravienen
directamente a las enseñanzas de Cristo. Algunas que podrían mencionarse dentro
de dicha categoría, son: derecho, ciencias políticas, economía, piscología,
diseño gráfico, hotelería, entre otras. Por otro lado, hay oficios y
profesiones que son verdaderamente nobles y hasta heroicos, pero por el simple
hecho de que son desdeñados y muy mal vistos por el mundo, no he visto jamás a
un solo joven evangélico estudiar una de esas profesiones ni incursionar en
ninguno de esos oficios. Algunos empleos que podrían mencionarse dentro de esa
categoría son: bombero, fisioterapeuta de niños con discapacidad, buzo del
drenaje, limpiavidrios de edificios, entre otras.
Las pocas ventajas de estudiar
Aunque ahora me arrepiento mucho de no haber hecho caso a
los hermanos y haber ido a la Universidad, no me arrepiento de las buenas cosas
que obtuve de ella. La Universidad me enseñó, como pocas otras cosas, personas
y experiencias, los siguientes valores y actitudes de manera práctica: la
responsabilidad, la perseverancia, el compromiso, la independencia para tomar
decisiones, la capacidad de hacer cosas por uno mismo, la disciplina, entre
otras cosas. Pero eso lo pude haber aprendido igual en algún otro empleo o de
alguna otra manera, sin necesidad alguna de haber ido jamás a la Facultad.
En sus pasos
Aunque suene tan trillado, al decidir sobre cuestiones en
las que un creyente tiene duda sobre hacerlo o no hacerlo, el mejor parámetro
siempre será el típico “¿Qué haría Jesús?” Lo cierto es que cuando
reflexionamos honesta y seriamente sobre este asunto de estudiar una carrera,
la luz interna, la consciencia y el mismo Nuevo Testamento se inclinan en
decirnos enfáticamente que Jesús definitivamente no iría a la Universidad a
obtener un grado académico. Él fue un humilde carpintero de Nazaret que se
codeaba con la gente más sencilla y que ni siquiera estudió con los fariseos,
sino que toda su sabiduría provenía del Padre.
Podemos mirar el ejemplo del apóstol Pablo, quien sí en
la actualidad obtuviera un grado académico importante, y además en teología, veríamos
con base en sus cartas: ¿Qué opinaba él sobre sus logros? Dejemos que él nos lo
conteste:
“Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como
pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como
pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor
del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser
hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que
es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe; a fin de
conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus
padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte, si en alguna manera
llegase a la resurrección de entre los muertos.” Filipenses 3:7-11.
El pasaje
es claro: Pablo fue un loco que renunció a todo por Cristo, y consideraba como
basura todos sus conocimientos. Ni siquiera los utilizó al predicar, para que
la fe de los hermanos no estuviera basada en la sabiduría humana, sino en el
poder de Dios.
¿Y qué diremos de las
señoritas?
Si todo lo que se ha dicho anteriormente es verdad para
un joven varón cristiano verdadero, es mucho más cierto y más fuerte para una
señorita cristiana verdadera. Para una señorita, prácticamente no sería nada
recomendable que fuera a la Universidad. El plan de Dios para ella es que se
case y críe hijos, por lo que le conviene mucho más aprender cosas relacionadas
con ser una buena ama de casa y una buena esposa y madre, que obtener algún
conocimiento inútil de este mundo. Aún en el caso de que el plan de Dios para
ella sea que no se case, puedo decir que será mucho más útil para Dios si no va
a la Universidad, que si va.
Conclusión
Para terminar, sólo quiero recomendar ampliamente un
escrito hecho por un hermano que dejó su carrera y que actualmente es un pobre
cuidador de pollos, como él mismo se describe, pero es un gran siervo de Dios y
un ejemplo de piedad. Traduje su escrito cuando yo decidí arrepentirme,
volverme a Dios de nuevo y renovar la comunicación con los hermanos. Para ese
momento, yo estaba en trámites de titulación y además ya había ingresado a una
maestría en ciencias. Como parte de mi arrepentimiento, decidí abandonar la
maestría y decidí que no iba a jurar, aún si no me daban el título como
consecuencia. Dios permitió que al final sí me titulara, pero creo que se
agradó de que abandonara la maestría.
Y bien, después de todo lo que se ha dicho, mi consejo a
los que están cursando una carrera y han decidido seguir a Cristo, es que la
abandonen. Y a los que están pensando en ingresar, es que desistan y no
ingresen. Mejor sean fieles a Dios en lo poco, aprendan un oficio y si quieren
cultivar su conocimiento intelectual, no le den importancia a eso, sin embargo,
si así lo desean, desde casa pueden aprender algún idioma o varios idiomas,
cosas que no sólo son útiles a la mente, sino que en un futuro pueden servir
para avanzar el Reino de Dios. Así lo recomendaba el mismo Menno Simmons.
Igualmente, a los padres que están pensando en animar a
sus hijos en ir a la Universidad, quiero recomendarles que lean la carta de
Anneken a su hijo Isaías, así como un escrito de Peter Hoover, llamado “¿Quién
es inteligente?”
Así como Tiro, Sidón, Sodoma y Gomorra se levantarán en
el Día del Juicio contra Capernaum, Betsaida y Nazaret, de la misma forma, los
jóvenes universitarios incrédulos, los jóvenes deportistas de las olimpiadas y
los jóvenes que se enrolaron en el ejército, testificarán en contra de los
jóvenes que se llaman cristianos, pero que prefirieron consagrar su vida a la
libertad y la búsqueda de la felicidad, en vez de perder sus vidas para Cristo.
Mas nosotros no hemos aprendido así a Cristo, si en verdad le hemos oído y
hemos sido por Él enseñados, conforme a la verdad que en Él se encuentra.
Dios te dice: “Dame, hijo mío, tu corazón, Y miren tus ojos por mis caminos.” Proverbios 23:26.
¿Cómo
le responderás? ¿Entregándole tu corazón, o con una excusa?
-Por Josué Moreno
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