Y cuando hubieron cantado el himno,
salieron al monte de los Olivos. Mat 26:30
Que la fiesta callejera se
aleje del ágape de Cristo, y también las vanas fiestas nocturnas, que
fanfarronean con exceso de vino. La fiesta callejera provoca la embriaguez, en
una impropiedad de una perturbación erótica.
El erotismo y la embriaguez,
las pasiones más irracionales, se sitúan lejos de nuestra comunidad. La fiesta
nocturna va acompañada de un comportamiento beodo (Borracho, embriagado, ebrio)
debido a la bebida. Es una invitación a la embriaguez, un estímulo de las
relaciones, un atrevimiento que genera desvergüenza.
Quienes se agitan al son de las
flautas, de las arpas, de los coros, de las danzas, de las castañuelas de los
Egipcios, o al son de las diversiones de este estilo, aturdidos al ritmo de
címbalos y tambores, y ensordecidos por los instrumentos del error, se volverán
totalmente insensatos, desordenados e ineptos. En efecto, una reunión de esta
índole me parece, sin más, un teatro de embriaguez.
El Apóstol nos pide: «Nosotros,
deponiendo las obras de las tinieblas, ciñámonos las armas de la luz. Andemos
con decoro, como en pleno día, no en comilonas y borracheras, ni en
fornicaciones y desenfrenos» (Rom. 13, 12-13.)
Que la siringa (Instrumento
musical de viento compuesto de varios tubos de caña sujetos unos a otros de
manera que forman escala musical y que mitológicamente también se le ha dado a
conocer como una ninfa cuyas cualidades seducen al pastor de los rebaños y las
ovejas.) se reserve para los pastores y la flauta para los hombres supersticiosos
que se afanan en el culto de los ídolos (La flauta era empleada en los
sacrificios y ceremonias paganas). En verdad, debe rechazarse de los banquetes
(reuniones) sobrios este tipo de instrumentos, más apropiados para las fieras
que para los hombres y, de entre éstos, para los privados de razón.
Según tenemos entendido, los
ciervos quedan hechizados con las zamponas y los cazadores que los persiguen
los orientan con sus melodías hacia las trampas. También tenemos entendido que
para los caballos, durante su coito, se interpreta una especie de himeneo
(canto nupcial), al son de la flauta, que los músicos denominan hipóthoros (En
griego, hipothóros nomos, melodía interpretada durante el ataque sexual y
copulación de una yegua y un asno; etimológicamente deriva de hippos «caballo»,
y thórnymai «acción de juntarse, ayuntarse, copular».
Es absolutamente necesario
eliminar toda visión o audición indigna y, en una palabra, todo aquello que
produzca una sensación vergonzosa de desorden, la cual, realmente o más bien, sea
motivo de insensibilidad. Asimismo, debemos guardarnos de los placeres que
cosquillean y afeminan la vista y el oído. Corrompen las costumbres las drogas
engañosas de las melodías blandas y ritmos hechiceros de la música de Caria (antigua
región histórica situada al sudoeste de la actual Turquía), arrastrando a la
pasión con un género de música licenciosa y malsana.
El Espíritu Santo en el Salmo
opone a este tipo de fiesta “la liturgia” (El vocablo debe entenderse como
«servicio, culto rendido a la divinidad», que ya tenía en griego helenístico,
más que en su sentido cristiano de «liturgia» digna de Dios: «Alabadlo al son de la trompeta» (Sal.
150, 3a.), ya que al son de la trompeta resucitará a los muertos; «alabadlo con el arpa» (Sal. 150, 3b.),
porque la lengua es el arpa del Señor; «alabadle
con la cítara», entendiendo por ello la boca, movida por el espíritu, como
por un plectro (Púa para tocar instrumentos de cuerda.); «alabadle con el tambor y con un coro»( Sal. 150, 4a.), refiriéndose
con ello a la Iglesia, la cual celebra la resurrección de la carne, sobre piel
resonante (se refiere a la piel del tambor). «Alabadle con instrumentos de cuerda y con el órgano» (Sal. 150,
4b.), el órgano expresa el cuerpo, y las cuerdas los nervios de dicho cuerpo, gracias
a los cuales ha recibido una tensión armónica, y al ser tañido (de rasgueo) por
el espíritu emite voces humanas; «alabadle
con címbalos de ruido estremecedor» (Sal. 150, 5.) entendiendo por címbalo
la lengua de la boca, que resuena al golpearse con los labios.
Así ha hablado a la humanidad:
«Que cada alma alabe al Señor» (Sal. 150, 6.), ya que ha extendido su
providencia a todo lo creado. En verdad, el hombre es un elemento pacífico,
aunque alguno con otras preocupaciones invente instrumentos bélicos, que
inflaman el deseo, encienden el amor, o excitan la ira.
Así pues, en campaña, los
habitantes del Tirreno (parte del mar Mediterráneo que se extiende al oeste de
la península italiana entre las islas de Córcega, Cerdeña y Sicilia y las
costas continentales de Toscana, Lacio, Campania y Calabria) utilizan la
trompeta; los arcadlos, la zampoña; los sicilianos, el arpa; los cretenses, la
lira; los lacedemonios, la flauta ordinaria; los tracios, el cuerno; los
egipcios, el tambor, y los árabes, los
platillos. Nosotros, en cambio, no utilizamos más que un instrumento, el Logos
(Jesús) pacífico, con el que honramos a Dios. No nos servimos del antiguo
instrumento de cuerdas, ni de una trompeta, ni de un tambor o de una flauta,
que tenían por costumbre usar durante sus reuniones los que se ejercitaban en
la guerra, despreciando el temor de Dios, e intentando levantar su coraje
abatido con tales ritmos.
Que la benevolencia en la
bebida sea doble, según la Ley: si se dice «Amarás al Señor tu Dios», y luego
«a tu prójimo» (Mt. 22, 37.39.); la benevolencia debe mostrarse hacia Dios por
medio de la acción de gracias y el canto de salmos; la segunda, la benevolencia
con respecto al prójimo, por medio de una honesta conversación: «Que la palabra
del Señor habite en vosotros muy abundante» (Col. 3, 16.), dice el Apóstol.
Este Logos se adapta y se
conforma a las circunstancias, a las personas, a los lugares, y ahora se ocupa
de los banquetes (reuniones). Y, de nuevo, añade el Apóstol: «Enseñándonos en
toda sabiduría y amonestándoos unos a otros con salmos, himnos, cánticos
espirituales, cantando así a Dios con acciones de gracias en vuestros
corazones. Y todo cuanto hiciereis, de palabra o de obra, hacedlo todo en
nombre del Señor Jesús, en acción de gracias a Dios Padre, por mediación de Él»
(Col. 3, 16-17).
Que ésta sea nuestra fiesta
eucarística, y si tú quieres cantar, toca la cítara o la lira; no es ello
motivo de reproche para ti. Imita al Hebreo, al rey justo, que daba gracias a
Dios: «Regocijaos, justos, en el Señor; a los hombres rectos conviene la
alabanza — así dice la profecía—; alabad al Señor con la cítara, haciendo sonar
las diez cuerdas del arpa, cantadle un canto nuevo» (Sal. 32, 1-3.). Y el
salterio (Instrumento musical con caja de madera y cuerdas metálicas; tiene
forma de prisma, y se parece al arpa.) de diez cuerdas, con el elemento de la
decena, que significa quizás el Logos, Jesús (Como símbolo numérico, la letra
iota, inicial de Jesús, equivale al número 10..)
De la misma manera que antes de
tomar nuestro alimento, es conveniente bendecir al Creador por todo, así
también, en la bebida, debemos entonarle salmos, porque participamos de sus
criaturas.
Sin lugar a dudas, el salmo
constituye una armoniosa y sana alabanza; el Apóstol le da el nombre de Canto
Espiritual (Ef. 5, 19; Col· 3, 16.)
Es, en especial, cosa santa,
antes de acostarse, dar gracias a Dios, por haber gozado de su gracia y
benevolencia, a fin de que nos sumerjamos en el sueño poseídos de Dios. Dice la
Escritura: «Alabad a Dios con cantos de
vuestros labios, porque por orden suya se cumple todo cuanto le place, y no hay
impedimento para su salvación» (Ecle. 39, 15.18)
Entre los antiguos griegos,
durante los banquetes en los que se bebía, y en que las copas se desbordaban,
se entonaba, a imagen de los salmos hebreos, un canto llamado escolio
(Anotación o aclaración que se escribe junto a un texto para explicar su
contenido.); todos lo cantaban a viva voz y al unísono, si bien algunas veces
alternativamente, a medida que cada uno brindaba a la salud de los demás. Y los
más aficionados a la música se acompañaban en sus cantos con la lira.
Mas alejemos de nosotros las
canciones eróticas y procuremos que nuestros cantos sean himnos de Dios.
Añade la Escritura: « ¡Que
alaben su nombre en los coros, que lo celebren con el tambor y el arpa!» Pero,
cuál sea este coro que celebre a Dios, el Espíritu Santo mismo te lo indicará:
«La alabanza de Dios está en la asamblea de los Santos; ojalá se regocijen
éstos en su rey!» E insiste: «porque el Señor se complace en su pueblo » (Sal.
149, 3, 1-2.4)
Debemos tan sólo elegir las
melodías simples, rechazando lo más lejos posible de nuestra mente las que son
realmente húmedas, que por funestos artificios en su modulación fomentan un
régimen de vida proclive a la molicie y a la bufonería.
Por otra parte, las melodías
austeras y moderadas se oponen a la arrogancia de la embriaguez. Dejemos, pues,
las armonías maquilladas para los excesos impúdicos («cuyo rostro no se
ruboriza», «que no siente vergüenza») de los bebedores de vino, y para la
música coronada de flores y de prostitución.
Así
que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es
decir, fruto de labios que confiesan su nombre. Heb 13:15
Por
Clemente de Alejandría
Capítulo
4 del libro “El Pedagogo ll”
Nombre
original: ¿Cómo debemos recrearnos en los banquetes?
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