Muchas
veces nos preguntamos por qué las personas no entienden algo, regularmente
sucede cuando nosotros tenemos algo muy claro y aunque intentamos explicar a
los demás eso que nosotros entendemos, parece inútil, “no lo entienden”. El
entendimiento de un ser humano cambia conforme a su desarrollo, en distintas
etapas del crecimiento, el entendimiento de las cosas que nos rodean cambia.
Cuando éramos niños, creíamos que nuestro padre (terrenal) lo podía hacer todo,
lo veíamos como invencible, pero
conforme fuimos creciendo nos dimos cuenta de que las cosas no eran como
nosotros las entendíamos, en la manera en que fuimos haciéndonos más
independiente, nuestra visión y perspectiva con respecto a nuestro padre
cambió. En la etapa adolescente, no entendemos por qué es que al parecer “todos
están en nuestra contra”. Pasa el
tiempo, volteamos hacia atrás y decimos: “¿Cómo es posible que yo hiciera eso?”
“¿En qué estaba pensando al hacer tal tontería?”. Vemos las cosas de manera
distinta, algunos dicen que es porque el hombre madura, otros que porque cambia
de gustos. Pero algunos otros pensamos que es porque en alguna etapa de nuestra
vida nos dimos cuenta de que nada a nuestro alrededor parecía estar en orden,
que algo andaba mal, que las cosas que nos rodeaban no llenaban el vacío que
sentíamos, de repente lo que veíamos como “normal” dejó de serlo. Supimos
entonces que nuestra vida en este mundo tenía un objetivo, y que fuimos creados
con un propósito (servir a Dios), pero que sin embargo, durante mucho tiempo estuvimos
distraídos haciendo lo contrario a eso. Es por esa razón que en la etapa
adolescente las personas se sienten confundidas, deprimidas, descontentas,
indiferentes, con actitud de rebeldía. No sólo es una etapa del desarrollo
humano, es más bien que a esa edad, los seres humanos están olvidando el
propósito para con el cual fueron creados, han sido invadidos con tantos
engaños de este mundo que ahora no entienden cual es su función en el orden que
Dios estableció. Esto ocurrió cuando dejamos de ser niños, de mente inocente y
moldeable.
Pero ¿Cómo es que entendemos?
Mucho
tiempo vivimos en el desenfreno, la vida mundana nos satisfacía, pero cuando
comenzamos a darnos cuenta de la verdad, cuando dejamos de ver a lo malo como
bueno y a los bueno como malo, encontrando la respuesta en Cristo, vino
entonces una renovación del entendimiento, todo lo que veíamos como bueno ahora
ya no lo era. El mundo y sus deseos nos tenían engañados pero alcanzamos a ver
la luz que nos dio claro entendimiento y una transformación de nuestra vida.
Comprobamos la buena voluntad de Dios agradable y perfecta (Romanos 12:2), “Porque Dios, que mandó que de las tinieblas
resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para
iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo.”
(2 corintios 4:6)
En esa
firme posición, ahora podemos decir “Si,
pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está
Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no
en las de la tierra.” (Colosenses 3:1,2)….
Hemos
dejado de poner nuestra confianza en las cosas de este mundo, dejamos de mirar
las cosas pasajeras y nos ocupamos en las eternas. Cuando vamos por las calles,
vemos como la gente vive en el afán de este siglo; eso nos debe llevar a ver a
esas almas con amor, sabiendo que no se han dado cuenta de que sus vidas se
encaminan a la perdición eterna. Sí vemos que la gente busca las cosas de este
mundo, procuremos entonces apercibirlas con perseverancia, cada uno de nosotros
podríamos ser cualquiera de ellos y no somos en ninguna manera mejores que
ninguno. Pongamos pues el ejemplo de una vida libre de la esclavitud mundanal,
con firmeza y plena convicción de que no pertenecemos a este mundo, amando las
cosas celestiales y persuadiendo a la personas a que se vuelvan de sus malos
caminos, “Como si Dios rogase por medio
de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: reconciliaos con Dios” (2
corintios 5:20)
Para
muchos la vida cristiana es imposible de vivir, cuando en verdad confrontan las
enseñanzas de Jesús, simplemente se apegan a la idea de que “nadie podría vivir
así” y algunos otros piensan que quizá “Jesús no quiso decir lo que dijo”. Y es
que en verdad no suena fácil para el mundo: “amar a los enemigos”, “no resistir
al que es malo”, “no enojarnos”, “aborrecer a nuestros familiares”, “poner la
otra mejilla”, etc. (Léase el Sermón del Monte, Mateo 5,6 y 7)
Eso es
difícil de poner en práctica cuando nuestra mirada está puesta en las cosas de
este mundo, porque el pensamiento mundano no comprende dichas enseñanzas, busca
lo suyo propio y preservar la vida, el favor de los demás, el honor de esta
vida. Sin embargo, cuando hemos renunciado a lo que el mundo nos ofrece, al
egoísmo, a la impiedad, a las preocupaciones, a las posesiones y a la comodidad
y buscamos mejor servir a Dios dejando todas esas cargas tan pesadas y
difíciles de llevar, es entonces cuando Sus enseñanzas se hacen sencillas y
ahora encontramos descanso para nuestras almas (Mateo 11:28-30)
La
gracia de Dios se manifestó en nuestras vidas para librarnos de la esclavitud
del pecado y no vivir más así; el favor de Dios nos enseñó a renunciar a la
maldad y a los deseos mundanos, para vivir en este mundo en contra de la
corriente establecida por el pensamiento humano, no acoplándonos al sistema, no
conformándonos a lo que este siglo ofrece, sino viviendo justamente, con
rectitud y devoción a Dios. Cristo nos redimió de toda iniquidad, nos limpió completamente,
para que ahora seamos su pueblo y estemos en gran manera deseosos de hacer el
bien (Tito 2:11-14) imitando en todo a nuestro Señor y Redentor.
Somos
llamados a hacer el bien en este mundo, y aunque el mundo nos haga el mal,
debemos pagar con bien. Dios nos creó con ese propósito, servirle haciendo
buenas obras, siendo instrumentos del bien en este mundo lleno de tinieblas,
corrompido por el mal (Efesios 2:10)
¿Son importantes las obras?
En el juicio de las naciones (Mateo 25:31-40)
se nos muestra que Dios tomará en cuenta las obras que llevemos a cabo en este
mundo, sean buenas o malas: alimentar al hambriento, dar de beber al sediento,
brindar alojamiento y hospitalidad al desamparado, abrigar al que tiene frio o
escases de vestido, visitar a los enfermos, a las viudas y encarcelados. Cristo
nos da a entender la importancia de hacer lo anterior al mencionar que sí hacemos esto a cualquier persona
es como si al Él lo hiciéramos (lo hicimos para Él) y sí a ellos no lo hiciéramos, a Él
tampoco lo hicimos. En esta vida pues, caminamos por la senda estrecha que nos
guía en contra de este siglo maligno, progresamos por este sendero angosto,
aprendemos en las pruebas y en los problemas, y aunque encontramos dificultades
y adversidades, sabemos que este camino de sufrimiento fue preparado por Dios
para que de esa manera se manifestaran los que verdaderamente desean ir hacia
Él y estar con Él dejando este mundo. Nuestra esperanza está en Cristo y a
pesar de la aflicción que tenemos en este corto tiempo, nos alegramos con gozo
inefable y glorioso. (1 Pedro 1:6-8)
Nuestra norma de vida es distinta a la del mundo
No
deseamos las cosas de este mundo, no le damos preferencia a los lujos en bienes
materiales, creemos firmemente que debemos “guardarnos de toda avaricia; porque
la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee.”
(Lucas 12:15). Evitamos estar preocupados por tener o poseer, de hecho creemos
que nada de lo que tenemos es nuestro, por lo cual, sí somos despojados de
algún bien material, eso no nos causa molestia ni tristeza, “No tenemos nación alguna en esta tierra, Por
lo tanto podemos despreciar las posesiones terrenales.” (Clemente de
Alejandría – 195 d.C.)
El
mundo ha puesto su mirada en las cosas terrenales y se preocupa por el día de
mañana, aun cuando ni siquiera saben si despertarán al día siguiente. Las
personas buscan amontonar riquezas, como si eso les asegurara algo, sólo gozan
de placeres pasajeros y superfluos que no llenan el vacio que aún sienten en el
interior de su ser; Cristo enseñó claramente acerca de la riquezas, Él dijo que
sería muy difícil que los que confían en las riquezas entren al Reino de Dios,
que no se puede servir a Dios y a las riquezas al mismo tiempo, que no hagamos
tesoros en la tierra donde todo perece, que no nos preocupemos por el día de
mañana, que no pongamos nuestro corazón en el dinero.
“Todas
las cosas materiales corrompen el alma de aquellos que las poseen, y los extravían
del camino verdadero, Cristo describió a la riquezas como un peso del que
debemos despojarnos, el cual debemos ver como una enfermedad peligrosa y fatal”
(Clemente de Alejandría – 195 d.C.) Los lujos y los goces pasajeros del mundo
te arruinan (Comodio – 240 d.C.)
No
seguimos las modas que por este mundo fueron inventadas, nuestra forma de
vestir debe ser piadosa y diferente a la del mundo, buscando la sencillez y la
modestia, no adquiriendo ropa costosa. Debemos suprimir toda preocupación por
el vestir y rehusarnos al vestido extravagante, “La ropa se es necesaria
únicamente para cubrir el cuerpo y protegerlo del frio. Siendo que este es el
propósito, la ropa de la mujer debe ser de una forma y la del hombre de otra,
porque ambos deben cubrirse.” (C. de A. – 195 d.C.) Debemos guardarnos de
exhibir partes del cuerpo indebidamente y ser tropiezo a nuestro prójimo.
Cipriano (250 d.C.) escribió: “Pero el autocontrol y la modestia no
consiste sólo en la pureza de la carne, sino también en la apariencia y modestia
del vestido y los adornos.” Muchas personas para justificar su vestido
indecente y provocativo dicen: “Dios ve el corazón”, y es cierto que Dios ve el
corazón de las personas, pero también Cristo dijo que lo que vemos externamente
en una persona, es el reflejo de lo que hay en su corazón. Sí vestimos como el
mundo viste (con impiedad, poniendo en tentación a nuestro prójimo) es porque
nuestro corazón está contaminado (Leer Lucas 6:45) y no tiene amor, porque al
dar pie a que nuestro prójimo nos codicie, no le estamos amando y no estamos
obedeciendo a uno de los mandatos de Dios: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”
(Marcos 12:31). Sí, Dios ve el corazón y sabe en cuales abunda la perversidad.
También
nuestra manera de hablar debe ser distinta a la del mundo. No damos preferencia
a cualquier argumento que esté por encima de la verdad, estamos en contra del
engaño y en cambio siempre estamos de acuerdo con la verdad, por lo cual dice
la Palabra de Dios: “Desechando la
mentira, hablen verdad cada uno con su prójimo.” (Efesios 4:25) La vieja
naturaleza nos guiaba por un camino de engaño, veíamos a la mentira como algo
común y corriente, algo que no era tan malo, algo normal; con mucha facilidad
las personas mienten, en este tiempo el engaño ya no reprende tanto a las
conciencias de los seres humanos. Pero sí antes mentíamos, lo dejamos de hacer,
seguimos ahora un camino renovado y nos hemos revestido de un “nuevo hombre.”
(Colosenses 3:9,10)
El apóstol
Pablo Escribió: “El conocimiento envanece
y el amor edifica” nuestra manera de hablar debe estar fundamentada en ese
principio, evitando que nuestro hablar surja de una mente envanecida que
exprese vanas palabrerías como la de los hombres cegados y privados de la
verdad por el orgullo y la dureza de sus corazones: “Y no andéis como los otros gentiles, que andan en la vanidad de su
mente , teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por
la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón; los cuales,
después que perdieron toda sensibilidad, se entregaron a la lascivia para
cometer con avidez toda clase de impureza” (Efesios 4:17-19,) y dice
también: “En los cuales (los que se
pierden) el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para
que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es
la imagen de Dios” (Ver también 2 a Timoteo 3:8)
Nos
expresamos con sencillez y sinceridad, sí decimos que si, es si; sí decimos que no, es no. No juramos en
ninguna manera porque no somos dueños de nada, ni siquiera de nosotros mismos
(Mateo 5:33-37). El mundo se ha acostumbrado a “mentir” y es algo muy común en
la actualidad, las personas prefieren mentir para librarse de un problema, sin
tomar en cuenta que al hablar con engaños se les vienen más problemas y el más
grave de todos es que “Todos los mentirosos tendrán su parte en el lago de
fuego.” (Apocalipsis 21:8) Siempre es mejor decir la verdad y hablar con
sinceridad de palabra, aunque a veces la verdad que tengamos que decir sea dura
y difícil de enfrentar, incluso sí estamos en alguna situación en la que decir
“la verdad será causa de odio” (Tertuliano) debemos decirla, la verdad es la
que nos hace libres (Juan 8:32) la verdad es Cristo, dirigiéndonos siempre con
la verdad hacemos que el enemigo se avergüence y no tenga nada malo que decir
de nosotros (Tito 2:7-8) y aun cuando hablen toda clase de mal contra nosotros
mintiendo, debemos gozarnos y alegrarnos (Mateo 5:11,12)
Hablamos
pues en todo momento conforme a la verdad y dejamos de lado palabras
deshonestas, no hablamos solamente por hablar, sabiendo que de cada palabra
ociosa que salga de nuestra boca, daremos cuenta a Dios (Mateo 12:36-37) y que
la manera en que nos expresamos da testimonio a los que viven en tinieblas de
que no pertenecemos a este mundo: “Desechando,
pues, toda malicia, todo engaño, hipocresía, envidias y todas las
detracciones.” (1 Pedro 2:1)
Los excesos del mundo que llevan a la idolatría
Fuimos
libertados por Cristo de una vida en esclavitud, rendida al pecado y a la auto
preservación, el fruto de esa vida estaba basado en agradar a los demás,
proveyendo para nuestra carne, buscando satisfacer nuestros propios deseos:
fiestas, malos pensamientos, diversión, perversidad, derroche, afanes de la
vida, embriaguez, glotonería, autodestrucción y montones de idolatrías (1 Pedro
4:3). De todas estas cosas nos tenemos que avergonzar y debemos aborrecer ese
tipo de vida, porque el fin de todo eso es muerte (separación eterna de Dios) “Mas ahora que habéis sido libertados del
pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y
como fin, la vida eterna.” (Romanos 6:22)
Cristo
mismo enseñó acerca de esto en el evangelio de Lucas 21:34 donde dice: “Mirar también por vosotros mismos, que
vuestros corazones no se carguen de glotonerías y embriaguez y de los afanes de
esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día.” Esto nos dice que
el corazón del hombre puede inclinarse con facilidad a los placeres mundanos;
de tal manera que necesidades básicas como la comida (por poner un ejemplo)
puede convertirse en un ídolo; porque un ídolo no sólo es un monumento
construido de oro, plata, bronce, piedra o madera al que se le rinde culto,
sino cualquier cosa que ocupe nuestro corazón aparte de Dios. Cualquier cosa en
este mundo se puede convertir en un ídolo y sabemos que la idolatría es uno de
los pecados más aborrecidos por Dios.
Por eso
el apóstol Pablo haciendo referencia a la “comida, bebida y el juego” escribió
en 1 a corintios 10:7 y 10:14 “Por lo
tanto, amados míos, huid de la idolatría”. Esto concuerda con lo que
escribió es apóstol Juan con relación a este tema y haciendo énfasis en que los
que tienen verdadera fe en Cristo vencen al mundo (con todo y sus deseos)
diciendo: “Hijitos, guardaos de los
ídolos, Amén.” (Leer 1 Juan 5:4, 5, 18, 19, 20 y 21)
Conclusión
“Por
tanto, no durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios”
(1
tesalonicenses 5:6)
Vivimos
en este mundo pasajero sin pertenecer a la norma de vida que en él prevalece,
tenemos las instrucciones de vida que debemos seguir en la Palabra de Dios, la
cual nos ayuda a no depender de lo que este sistema mundano ofrece, logramos
renovar nuestro entendimiento de las cosas gracias a la misericordia del Señor
que nos llamó a salir de este mundo, recordándonos que fuimos creados por Él
con el propósito de servirle. Y así, conociendo Su voluntad, vivir para
agradarle y ser instrumentos del bien en
este siglo malvado, siendo luz, demostrando a los demás con base en el
testimonio (acciones) que es posible dejar de vivir rendidos a la esclavitud, conforme
a los deleites de este mundo.
Fuimos
libertados del mal por Jesucristo y decidimos renunciar a las pasiones vanas
que llevan a la perdición (1 Pedro 1:18,19); no queremos parecernos al mundo en
nada, sino sólo imitar al que es digno de toda obediencia, a nuestro Rey y
Maestro amado, quien gracias a la manifestación de Su bondad, gracia y
misericordia nos enseña que: “Renunciando
a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y
piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación
gloriosa de nuestro gran Dios y salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo
por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo
propio, celoso de buenas obras.” (Tito 2:11-14) Amen.
Por Pedro Santos
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