martes, 27 de mayo de 2014

Separado del mundo para pertenecer a Dios


Muchas veces nos preguntamos por qué las personas no entienden algo, regularmente sucede cuando nosotros tenemos algo muy claro y aunque intentamos explicar a los demás eso que nosotros entendemos, parece inútil, “no lo entienden”. El entendimiento de un ser humano cambia conforme a su desarrollo, en distintas etapas del crecimiento, el entendimiento de las cosas que nos rodean cambia. Cuando éramos niños, creíamos que nuestro padre (terrenal) lo podía hacer todo, lo veíamos como invencible,  pero conforme fuimos creciendo nos dimos cuenta de que las cosas no eran como nosotros las entendíamos, en la manera en que fuimos haciéndonos más independiente, nuestra visión y perspectiva con respecto a nuestro padre cambió. En la etapa adolescente, no entendemos por qué es que al parecer “todos están en  nuestra contra”. Pasa el tiempo, volteamos hacia atrás y decimos: “¿Cómo es posible que yo hiciera eso?” “¿En qué estaba pensando al hacer tal tontería?”. Vemos las cosas de manera distinta, algunos dicen que es porque el hombre madura, otros que porque cambia de gustos. Pero algunos otros pensamos que es porque en alguna etapa de nuestra vida nos dimos cuenta de que nada a nuestro alrededor parecía estar en orden, que algo andaba mal, que las cosas que nos rodeaban no llenaban el vacío que sentíamos, de repente lo que veíamos como “normal” dejó de serlo. Supimos entonces que nuestra vida en este mundo tenía un objetivo, y que fuimos creados con un propósito (servir a Dios), pero que sin embargo, durante mucho tiempo estuvimos distraídos haciendo lo contrario a eso. Es por esa razón que en la etapa adolescente las personas se sienten confundidas, deprimidas, descontentas, indiferentes, con actitud de rebeldía. No sólo es una etapa del desarrollo humano, es más bien que a esa edad, los seres humanos están olvidando el propósito para con el cual fueron creados, han sido invadidos con tantos engaños de este mundo que ahora no entienden cual es su función en el orden que Dios estableció. Esto ocurrió cuando dejamos de ser niños, de mente inocente y moldeable.

Pero ¿Cómo es que entendemos?

Mucho tiempo vivimos en el desenfreno, la vida mundana nos satisfacía, pero cuando comenzamos a darnos cuenta de la verdad, cuando dejamos de ver a lo malo como bueno y a los bueno como malo, encontrando la respuesta en Cristo, vino entonces una renovación del entendimiento, todo lo que veíamos como bueno ahora ya no lo era. El mundo y sus deseos nos tenían engañados pero alcanzamos a ver la luz que nos dio claro entendimiento y una transformación de nuestra vida. Comprobamos la buena voluntad de Dios agradable y perfecta (Romanos 12:2), “Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo.” (2 corintios 4:6)

En esa firme posición, ahora podemos decir “Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra.” (Colosenses 3:1,2)….

Hemos dejado de poner nuestra confianza en las cosas de este mundo, dejamos de mirar las cosas pasajeras y nos ocupamos en las eternas. Cuando vamos por las calles, vemos como la gente vive en el afán de este siglo; eso nos debe llevar a ver a esas almas con amor, sabiendo que no se han dado cuenta de que sus vidas se encaminan a la perdición eterna. Sí vemos que la gente busca las cosas de este mundo, procuremos entonces apercibirlas con perseverancia, cada uno de nosotros podríamos ser cualquiera de ellos y no somos en ninguna manera mejores que ninguno. Pongamos pues el ejemplo de una vida libre de la esclavitud mundanal, con firmeza y plena convicción de que no pertenecemos a este mundo, amando las cosas celestiales y persuadiendo a la personas a que se vuelvan de sus malos caminos, “Como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: reconciliaos con Dios” (2 corintios 5:20)

Para muchos la vida cristiana es imposible de vivir, cuando en verdad confrontan las enseñanzas de Jesús, simplemente se apegan a la idea de que “nadie podría vivir así” y algunos otros piensan que quizá “Jesús no quiso decir lo que dijo”. Y es que en verdad no suena fácil para el mundo: “amar a los enemigos”, “no resistir al que es malo”, “no enojarnos”, “aborrecer a nuestros familiares”, “poner la otra mejilla”, etc. (Léase el Sermón del Monte, Mateo 5,6 y 7)

Eso es difícil de poner en práctica cuando nuestra mirada está puesta en las cosas de este mundo, porque el pensamiento mundano no comprende dichas enseñanzas, busca lo suyo propio y preservar la vida, el favor de los demás, el honor de esta vida. Sin embargo, cuando hemos renunciado a lo que el mundo nos ofrece, al egoísmo, a la impiedad, a las preocupaciones, a las posesiones y a la comodidad y buscamos mejor servir a Dios dejando todas esas cargas tan pesadas y difíciles de llevar, es entonces cuando Sus enseñanzas se hacen sencillas y ahora encontramos descanso para nuestras almas (Mateo 11:28-30)

La gracia de Dios se manifestó en nuestras vidas para librarnos de la esclavitud del pecado y no vivir más así; el favor de Dios nos enseñó a renunciar a la maldad y a los deseos mundanos, para vivir en este mundo en contra de la corriente establecida por el pensamiento humano, no acoplándonos al sistema, no conformándonos a lo que este siglo ofrece, sino viviendo justamente, con rectitud y devoción a Dios. Cristo nos redimió de toda iniquidad, nos limpió completamente, para que ahora seamos su pueblo y estemos en gran manera deseosos de hacer el bien (Tito 2:11-14) imitando en todo a nuestro Señor y Redentor.

Somos llamados a hacer el bien en este mundo, y aunque el mundo nos haga el mal, debemos pagar con bien. Dios nos creó con ese propósito, servirle haciendo buenas obras, siendo instrumentos del bien en este mundo lleno de tinieblas, corrompido por el mal (Efesios 2:10)

¿Son importantes las obras?

 En el juicio de las naciones (Mateo 25:31-40) se nos muestra que Dios tomará en cuenta las obras que llevemos a cabo en este mundo, sean buenas o malas: alimentar al hambriento, dar de beber al sediento, brindar alojamiento y hospitalidad al desamparado, abrigar al que tiene frio o escases de vestido, visitar a los enfermos, a las viudas y encarcelados. Cristo nos da a entender la importancia de hacer lo anterior al mencionar que sí hacemos esto a cualquier persona es como si al Él lo hiciéramos (lo hicimos para Él) y sí a ellos no lo hiciéramos, a Él tampoco lo hicimos. En esta vida pues, caminamos por la senda estrecha que nos guía en contra de este siglo maligno, progresamos por este sendero angosto, aprendemos en las pruebas y en los problemas, y aunque encontramos dificultades y adversidades, sabemos que este camino de sufrimiento fue preparado por Dios para que de esa manera se manifestaran los que verdaderamente desean ir hacia Él y estar con Él dejando este mundo. Nuestra esperanza está en Cristo y a pesar de la aflicción que tenemos en este corto tiempo, nos alegramos con gozo inefable y glorioso. (1 Pedro 1:6-8)

Nuestra norma de vida es distinta a la del mundo

No deseamos las cosas de este mundo, no le damos preferencia a los lujos en bienes materiales, creemos firmemente que debemos “guardarnos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee.” (Lucas 12:15). Evitamos estar preocupados por tener o poseer, de hecho creemos que nada de lo que tenemos es nuestro, por lo cual, sí somos despojados de algún bien material, eso no nos causa molestia ni tristeza, “No tenemos nación alguna en esta tierra, Por lo tanto podemos despreciar las posesiones terrenales.” (Clemente de Alejandría – 195 d.C.)

El mundo ha puesto su mirada en las cosas terrenales y se preocupa por el día de mañana, aun cuando ni siquiera saben si despertarán al día siguiente. Las personas buscan amontonar riquezas, como si eso les asegurara algo, sólo gozan de placeres pasajeros y superfluos que no llenan el vacio que aún sienten en el interior de su ser; Cristo enseñó claramente acerca de la riquezas, Él dijo que sería muy difícil que los que confían en las riquezas entren al Reino de Dios, que no se puede servir a Dios y a las riquezas al mismo tiempo, que no hagamos tesoros en la tierra donde todo perece, que no nos preocupemos por el día de mañana, que no pongamos nuestro corazón en el dinero.

“Todas las cosas materiales corrompen el alma de aquellos que las poseen, y los extravían del camino verdadero, Cristo describió a la riquezas como un peso del que debemos despojarnos, el cual debemos ver como una enfermedad peligrosa y fatal” (Clemente de Alejandría – 195 d.C.) Los lujos y los goces pasajeros del mundo te arruinan (Comodio – 240 d.C.)

No seguimos las modas que por este mundo fueron inventadas, nuestra forma de vestir debe ser piadosa y diferente a la del mundo, buscando la sencillez y la modestia, no adquiriendo ropa costosa. Debemos suprimir toda preocupación por el vestir y rehusarnos al vestido extravagante, “La ropa se es necesaria únicamente para cubrir el cuerpo y protegerlo del frio. Siendo que este es el propósito, la ropa de la mujer debe ser de una forma y la del hombre de otra, porque ambos deben cubrirse.” (C. de A. – 195 d.C.) Debemos guardarnos de exhibir partes del cuerpo indebidamente y ser tropiezo a nuestro prójimo. Cipriano  (250 d.C.) escribió: “Pero el autocontrol y la modestia no consiste sólo en la pureza de la carne, sino también en la apariencia y modestia del vestido y los adornos.” Muchas personas para justificar su vestido indecente y provocativo dicen: “Dios ve el corazón”, y es cierto que Dios ve el corazón de las personas, pero también Cristo dijo que lo que vemos externamente en una persona, es el reflejo de lo que hay en su corazón. Sí vestimos como el mundo viste (con impiedad, poniendo en tentación a nuestro prójimo) es porque nuestro corazón está contaminado (Leer Lucas 6:45) y no tiene amor, porque al dar pie a que nuestro prójimo nos codicie, no le estamos amando y no estamos obedeciendo a uno de los mandatos de Dios: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Marcos 12:31). Sí, Dios ve el corazón y sabe en cuales abunda la perversidad.

También nuestra manera de hablar debe ser distinta a la del mundo. No damos preferencia a cualquier argumento que esté por encima de la verdad, estamos en contra del engaño y en cambio siempre estamos de acuerdo con la verdad, por lo cual dice la Palabra de Dios: “Desechando la mentira, hablen verdad cada uno con su prójimo.” (Efesios 4:25) La vieja naturaleza nos guiaba por un camino de engaño, veíamos a la mentira como algo común y corriente, algo que no era tan malo, algo normal; con mucha facilidad las personas mienten, en este tiempo el engaño ya no reprende tanto a las conciencias de los seres humanos. Pero sí antes mentíamos, lo dejamos de hacer, seguimos ahora un camino renovado y nos hemos revestido de un “nuevo hombre.” (Colosenses 3:9,10)

El apóstol Pablo Escribió: “El conocimiento envanece y el amor edifica” nuestra manera de hablar debe estar fundamentada en ese principio, evitando que nuestro hablar surja de una mente envanecida que exprese vanas palabrerías como la de los hombres cegados y privados de la verdad por el orgullo y la dureza de sus corazones: “Y no andéis como los otros gentiles, que andan en la vanidad de su mente , teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón; los cuales, después que perdieron toda sensibilidad, se entregaron a la lascivia para cometer con avidez toda clase de impureza” (Efesios 4:17-19,) y dice también: “En los cuales (los que se pierden) el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios” (Ver también 2 a Timoteo 3:8)

Nos expresamos con sencillez y sinceridad, sí decimos que si, es si;  sí decimos que no, es no. No juramos en ninguna manera porque no somos dueños de nada, ni siquiera de nosotros mismos (Mateo 5:33-37). El mundo se ha acostumbrado a “mentir” y es algo muy común en la actualidad, las personas prefieren mentir para librarse de un problema, sin tomar en cuenta que al hablar con engaños se les vienen más problemas y el más grave de todos es que “Todos los mentirosos tendrán su parte en el lago de fuego.” (Apocalipsis 21:8) Siempre es mejor decir la verdad y hablar con sinceridad de palabra, aunque a veces la verdad que tengamos que decir sea dura y difícil de enfrentar, incluso sí estamos en alguna situación en la que decir “la verdad será causa de odio” (Tertuliano) debemos decirla, la verdad es la que nos hace libres (Juan 8:32) la verdad es Cristo, dirigiéndonos siempre con la verdad hacemos que el enemigo se avergüence y no tenga nada malo que decir de nosotros (Tito 2:7-8) y aun cuando hablen toda clase de mal contra nosotros mintiendo, debemos gozarnos y alegrarnos (Mateo 5:11,12)

Hablamos pues en todo momento conforme a la verdad y dejamos de lado palabras deshonestas, no hablamos solamente por hablar, sabiendo que de cada palabra ociosa que salga de nuestra boca, daremos cuenta a Dios (Mateo 12:36-37) y que la manera en que nos expresamos da testimonio a los que viven en tinieblas de que no pertenecemos a este mundo: “Desechando, pues, toda malicia, todo engaño, hipocresía, envidias y todas las detracciones.” (1 Pedro 2:1)

Los excesos del mundo que llevan a la idolatría

Fuimos libertados por Cristo de una vida en esclavitud, rendida al pecado y a la auto preservación, el fruto de esa vida estaba basado en agradar a los demás, proveyendo para nuestra carne, buscando satisfacer nuestros propios deseos: fiestas, malos pensamientos, diversión, perversidad, derroche, afanes de la vida, embriaguez, glotonería, autodestrucción y montones de idolatrías (1 Pedro 4:3). De todas estas cosas nos tenemos que avergonzar y debemos aborrecer ese tipo de vida, porque el fin de todo eso es muerte (separación eterna de Dios) “Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna.” (Romanos 6:22)

Cristo mismo enseñó acerca de esto en el evangelio de Lucas 21:34 donde dice: “Mirar también por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de glotonerías y embriaguez y de los afanes de esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día.” Esto nos dice que el corazón del hombre puede inclinarse con facilidad a los placeres mundanos; de tal manera que necesidades básicas como la comida (por poner un ejemplo) puede convertirse en un ídolo; porque un ídolo no sólo es un monumento construido de oro, plata, bronce, piedra o madera al que se le rinde culto, sino cualquier cosa que ocupe nuestro corazón aparte de Dios. Cualquier cosa en este mundo se puede convertir en un ídolo y sabemos que la idolatría es uno de los pecados más aborrecidos por Dios.

Por eso el apóstol Pablo haciendo referencia a la “comida, bebida y el juego” escribió en 1 a corintios 10:7 y 10:14 “Por lo tanto, amados míos, huid de la idolatría”. Esto concuerda con lo que escribió es apóstol Juan con relación a este tema y haciendo énfasis en que los que tienen verdadera fe en Cristo vencen al mundo (con todo y sus deseos) diciendo: “Hijitos, guardaos de los ídolos, Amén.” (Leer 1 Juan 5:4, 5, 18, 19, 20 y 21)

Conclusión

“Por tanto, no durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios”
(1 tesalonicenses 5:6)

Vivimos en este mundo pasajero sin pertenecer a la norma de vida que en él prevalece, tenemos las instrucciones de vida que debemos seguir en la Palabra de Dios, la cual nos ayuda a no depender de lo que este sistema mundano ofrece, logramos renovar nuestro entendimiento de las cosas gracias a la misericordia del Señor que nos llamó a salir de este mundo, recordándonos que fuimos creados por Él con el propósito de servirle. Y así, conociendo Su voluntad, vivir para agradarle y ser  instrumentos del bien en este siglo malvado, siendo luz, demostrando a los demás con base en el testimonio (acciones) que es posible  dejar de vivir rendidos a la esclavitud, conforme a los deleites de este mundo.

Fuimos libertados del mal por Jesucristo y decidimos renunciar a las pasiones vanas que llevan a la perdición (1 Pedro 1:18,19); no queremos parecernos al mundo en nada, sino sólo imitar al que es digno de toda obediencia, a nuestro Rey y Maestro amado, quien gracias a la manifestación de Su bondad, gracia y misericordia nos enseña que: “Renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras.” (Tito 2:11-14) Amen.

Por Pedro Santos


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