Porque sabéis esto, que ningún
fornicario, o inmundo, o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de
Cristo y de Dios. Efesios 5:5
Un
hombre avaro es un idólatra. No sólo el avaro, sino también el inmoral, ambos son
idólatras. Porque el apóstol, quien aquí pone a la avaricia en el mismo nivel
que la idolatría, considera que la gente sensual también es idólatra, ya que él
habla de algunos cuyo dios es su propio vientre. (Filipenses 3:19). De hecho,
cada deseo reinante es un ídolo—y cada
persona en la cual ése deseo reina, es un idólatra. “Los deseos de la
carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida.” Por ese versículo vemos que los placeres,
las riquezas,
y los honores son la trinidad carnal
del hombre. ¡Estos son los tres grandes
ídolos de los hombres mundanos, ante los cuales ellos postran sus almas! Y
al dar a esos deseos, aquello que sólo se le debe a Dios, se vuelven culpables
de idolatría. Para que esto pueda ser más evidente (que la avaricia, la inmoralidad
y otros deseos igualmente son idolatría) vamos a considerar lo que es la
idolatría, y diversos tipos de idolatría.
Idolatría
es darle a ‘la criatura’ el honor y la adoración que se le debe únicamente al
Creador. Cuando este culto se hace a otras cosas, cualesquiera que éstas sean, cometemos
idolatría. Ahora bien, esta adoración debida sólo a Dios, no es sólo dada por
los paganos salvajes a sus palos y sus
piedras inertes—y por los católicos
romanos a los ángeles, los santos y las imágenes—sino también por los
hombres carnales a sus deseos.
Hay una Doble Adoración que se le Debe
Sólo a Dios
1.
Externa, que consiste en actos y gestos del
cuerpo. Cuando un hombre se postra ante un objeto o persona, esta es la
adoración del cuerpo. Y cuando se utilizan estos gestos de reverencia y
postración, con una connotación de respeto religioso, con una intención de
testificar un honor divino, entonces esa adoración es debida sólo a Dios.
2. Interna,
que consiste en los actos del alma y
las acciones que responden a la misma. Cuando la mente está más ocupada con un
objeto, y el corazón y los afectos están puestos sobre ese objeto, esa es ‘la
adoración del alma’, y esa se debe sólo a Dios. Porque Él, siendo el más Bueno
y el más Inteligente de todos los seres que existen, sólo Él se merece y sólo a
Él le corresponde, el ser Él más pensado y Él más amado. El honor debido sólo
al Señor es el de permitirle tener el primer y el más alto lugar, tanto en
nuestras mentes, como en nuestros corazones, actitudes, acciones y esfuerzos.
Ahora
bien, según esta distinción de Adoración:
Hay
Dos Clases de Idolatría
1.
Abierta, hacia el exterior, Cuando los hombres, por causa de un
respeto religioso, se inclinan o se postran ante cualquier otra cosa que no sea
el verdadero Dios. Esa es la idolatría de los paganos y en gran parte, es la
idolatría de los católicos y papistas.
2.
Secreta, del alma, cuando la mente está puesta en algo
más que en Dios; cuando algo es más valioso que Dios, más deseado que Dios, más
buscado que Dios y más amado que Dios. Entonces la tal es una adoración del
alma, la cual sólo se debe a Dios.
Por
lo tanto, “los idolatras secretos” tampoco tendrán herencia alguna en el reino
de Dios. La idolatría del alma excluirá a los hombres fuera del cielo,
exactamente de igual forma que la idolatría abierta. ¡El que sirve a sus deseos
es tan incapaz de entrar en el cielo, como aquel que adora a los ídolos de
madera o piedra!
Antes
de llegar a confirmar y aplicar esta verdad, será necesario hacer un
descubrimiento más claro de esta idolatría secreta. Con ese fin, observemos que
hay por lo menos:
Trece Actos de la Idolatría del alma
1.
ESTIMA. Aquello que más altamente valoramos,
lo hacemos nuestro Dios. Porque estimar es un acto de adoración del alma. La
adoración es la estima mental de una cosa como la más excelente. Ahora, el
Señor exige la más alta estima, como un acto de honor y adoración debida solo a Sí mismo. Por
tanto, el tener una alta estima de otras cosas, cuando tenemos pensamientos pobres
o inferiores de Dios, eso es idolatría. El tener una alta opinión de nosotros
mismos (o de nuestras habilidades y logros),
de nuestras relaciones y goces, de nuestras riquezas y honores (o de aquellos
que son ricos y honorables), o algo de naturaleza semejante, cuando al mismo
tiempo tenemos opiniones pobres de la Persona de Dios, es subir esas cosas al
lugar de Dios, hacerlos ídolos, y darles ese honor y adoración que se debe únicamente a la Majestad Divina. Lo que más estimamos, lo
hacemos nuestro Dios. Si mantienes otras cosas en más alta estima que al
verdadero Dios, eres un idólatra. (Job 21:14) (Hechos 20:24).
2.
CONCIENCIACIÓN Y ATENCIÓN PLENA. Aquello a lo que estamos más atentos,
lo hacemos nuestro Dios. Porque el estar más consciente y más enfocado, es un
acto de adoración que es propio de Dios y que Él demanda que se le debe
solamente a Él. (Eclesiastés 12:1). Otras cosas pueden ser puestas en la mente;
pero si son puestas en nuestra mente más que Dios, eso es idolatría: la
adoración a Dios se le da a la criatura. Cuando prestas más atención a ti
mismo, a tus propiedades e intereses mundanos, cuando cuidas tus ganancias o tus
placeres más que a Dios, entonces has levantado esas cosas como ídolos en lugar de Dios. Cuando ese tiempo, que deberías
llenar con pensamientos acerca de Dios, lo gastas en pensar en otras cosas, cuando
Dios no está en todos tus pensamientos, o aun si Él a veces está allí, pero otras
cosas toman mucha más importancia en tus pensamientos, o si cuando eres llamado
a pensar en Dios (como todos los días debemos hacer con toda seriedad), pero de
manera normal, habitual y voluntaria, das lugar a otro tipo de pensamientos en
vez de dar lugar a Dios, es idolatría. Y ya sea que ni
piensas en Dios, o que piensas lo
contrario de lo que es Él, por ejemplo
pensando que es todo misericordia, sin tener en cuenta Su justicia, o que
es todo compasión, sin tener en cuenta Su pureza y santidad, o pensar de Su
fidelidad en el cumplimiento de las promesas, y no en absoluto con respecto a
Su verdad en la ejecución de sus amenazas, o pensar que es todo amor, no teniendo
en cuenta Su soberanía; todo esto es poner arriba un ídolo en lugar de Dios.
Tanto el pensar lo contrario de Dios que la forma en la que Él se ha revelado,
como el tener en mente otras cosas tanto o más que a Dios, es idolatría.
3.
INTENCIÓN. Aquello a lo que más estamos aspirando,
lo hacemos nuestro Dios. Entregarnos con mucha intención a algo, es un acto de
adoración que sólo se debe al verdadero Dios. Él, que es el principal Bien y debe
ser el principal Fin. Ahora, el principal fin debe ser nuestro principal
propósito: debe ser puesto como nuestro único objetivo, finalidad, intención y
propósito; y todas las otras cosas que tengamos como meta deben ser metas a las
que aspiremos sólo por causa de la meta principal, y que se hallen completamente
subordinadas a la misma. Ahora, cuando hacemos de otras cosas nuestro principal
objetivo o nuestra principal intención, las ponemos en el lugar de Dios y las
convertimos en ídolos. Cuando
nuestra principal meta es ser ricos, o grandes, o famosos, o poderosos, o estar
seguros, cuando nuestra gran meta es nuestra propia tranquilidad, o placer, o
crédito, o éxito, o beneficio, cuando nuestra intención es cualquier otra cosa más
que la glorificación y el regocijo de Dios, eso es idolatría del alma. 1Corintios
4:5, Marcos 12:30.
4.
RESOLUCIÓN. Aquello a lo que más estamos
determinados, lo adoramos como Dios. Determinación por Dios, sobre todas las
cosas, es un acto de adoración que Él demanda y que se debe solamente a Él. Darlo
a otras cosas es dar la adoración de Dios a esas cosas y por lo tanto hacerlos
dioses. Cuando estamos completamente decididos por otras cosas: nuestros deseos,
placeres, ventajas externas, etc., pero estamos débilmente decididos por Dios,
por Sus caminos, Su honor, Su servicio, esto es idolatría del alma. Cuando hacemos resoluciones
prontamente por otras cosas, pero aplazamos al futuro todas las decisiones que
tengan que ver con Dios: “déjame tener suficiente del mundo, de mi placer, de
mis deseos, ahora; pensaré en Dios en el futuro, en la vejez, en la enfermedad,
o en el lecho de muerte”, esas son resoluciones idolátricas. Dios es puesto
abajo, las creaturas y tus deseos avanzaron hacia el lugar de Dios, y ese honor
que es debido solamente a Él, se lo estás dando a los ídolos. Mateo 8:18-22.
5.
AMOR. Aquello que más amamos, lo adoramos
como nuestro Dios. El amor es un acto de adoración del alma. Amar y adorar son
a veces lo mismo. Eso que uno ama, también lo adora. Esto es indudablemente
cierto, si entendemos por cierto que el amor que es superlativo y trascendente,
pues el ser amado por sobre todas las cosas es un acto de honor y adoración, lo
cual el Señor exige como Suyo en particular (Deuteronomio 6:5). En esto Cristo
el Señor resumió toda la adoración que es requerida del hombre (Mateo 22:37).
Otras cosas pueden ser amadas, pero Él debe ser amado por sobre todas las
cosas. Él debe ser amado trascendentalmente, absolutamente y por causa de Él
mismo. Todas las otras cosas deben ser amadas en Él, por Él, y para Él. Él nos
ve como que no lo estamos adorando en absoluto y que no lo estamos tomando como
nuestro Dios, cuando amamos a otras cosas tanto como a Él o más. (1 Juan 2:15)
Amar a la creatura, siempre que sea excesivo y desordenado, es un afecto idólatra.
6.
CONFIANZA. Aquello en lo que más confiamos, lo
hacemos nuestro Dios. La confianza y la dependencia son un acto de adoración,
lo cual el Señor pide sólo para Él, y se
le debe solamente a Él. Y ¿Qué acto de adoración hay que Él Señor requiera más,
que esta dependencia del alma sólo en Él? “Fíate de Jehová de todo tu corazón” (Prov.
3:5). Él no va a permitir jamás que tengamos confianza en cualquier otra cosa.
Por lo tanto, es idolatría confiar en nosotros mismos: confiar en nuestra
propia sabiduría, juicios, habilidades, o logros. El Señor lo prohíbe (Prov.
3:5) confiar en la abundancia o la riqueza, Job renunció a ello y lo cuenta
entre aquellos actos idólatras castigables y castigados por el Juez de toda la
Tierra. (Job 31:24). Y nuestro apóstol, que llama a la avaricia, idolatría, nos
disuade de esta `confianza en las riquezas´ dando el argumento de que eso es
totalmente incompatible con la confianza en Dios (1 Timoteo 6:17). Confiar en los
amigos, aunque sean muchos y poderosos: Dios mismo fija una maldición sobre esto como si fuera una
renuncia a la Persona de Dios. (Salmo 163:3). Salmo 118:8, 9—“Mejor es confiar
en Jehová, que confiar en el hombre. Mejor es confiar en Jehová, que confiar en
príncipes”. La idolatría de esta confianza es expresada en que El verdadero
Dios es puesto a un lado. Confiar en la
creatura siempre es idolatría.
7.
TEMOR. Aquello a lo que más tememos, lo
adoramos como nuestro Dios. Porque el temor es un acto de adoración. Aquel que
teme, adora aquello que teme, y esto es incuestionable
cuando su temor es trascendente. Toda la
adoración a Dios es frecuentemente expresada en la Escritura por esta única palabra: “temor” (Mateo 4:10;
Deuteronomio 6:13); y el Señor demanda esta adoración, este temor, solamente para
Él (Isaías 50:12, 19). Aquello que tememos, aquello que es nuestro miedo y
pavor, es nuestro dios (Lucas 12:4, 5) Si tu miedo está en otros más que en Él,
le estás dando esa adoración que sólo se debe a Dios, a esas cosas, y esto es claramente
idolatría.
8.
ESPERANZA. Aquello que hacemos nuestra esperanza,
lo adoramos como dios. Porque la esperanza es un acto de adoración (y la
adoración sólo se le debe a Dios). Es Su prerrogativa ser la esperanza de Su
pueblo (Jeremías 17:13; Romanos15:13). Cuando hacemos otras cosas nuestra
esperanza, les damos el honor que solamente se le debe a Dios. Es un abandono
del Señor, la ´fuente de agua viva´, y poner cisternas rotas en Su lugar
(Jeremías 2:13), adorándolas de esta manera como a Dios. Así hacen los
católicos abiertamente, cuando a la virgen le llaman madre, así como a la cruz
de madera, y a los santos difuntos los hacen su esperanza. Y así hacen otros
entre nosotros, quienes hacen de sus obras religiosas (no de obediencia, sino
de piedad mal enfocada, o enseñada por los hombres), su esperanza (cuando los
hombres esperan así satisfacer la justicia de Dios, apaciguar el desagrado de
Dios y procurar el cielo). Nada puede efectuar esto, sino aquello que es
infinito (la justicia de Dios). Y esto tenemos solamente en y de Cristo. Por eso
es llamado nuestra esperanza (1 Timoteo 1:1); “Nuestra esperanza de gloria”
(Colosenses 1:27). Aquellos que hacen de su propia religiosidad, el fundamento
de su esperanza—la exaltan en el lugar de Cristo y la honran como Dios.
9.
DESEO. Aquello que más deseamos, lo adoramos
como nuestro Dios. Porque lo que es más deseado que todo, es el principal bien,
al menos en la estimación de quien lo desea. Y lo que él cuenta como su
principal bien, eso lo hace su dios. El
deseo es un acto de adoración—y ser lo más deseado, es esa adoración, ese
honor, el cual sólo se le debe a Dios. Desear algo más, o tanto, como el gozo
de Dios, es idolatrar ese algo, postrarle el corazón y adorarlo como Dios
únicamente debe ser adorado. Solo Él debe ser lo único deseable para nosotros
por encima de todas las cosas. “Una cosa
he demandado a Jehová (o deseado del Señor), esta buscaré; que este yo en la
casa de Jehová todos los días de mi vida, Para contemplar la hermosura de
Jehová, y para inquirir en su templo.” (Salmo 27:4, 73:25).
10. DELEITE.
Aquello en lo que más nos deleitamos y
regocijamos, lo adoramos como Dios. Porque el deleite trascendente es un acto
de adoración que sólo se le debe a Dios. Y esta afección en tal nivel y
elevación, se llama gloriarse. Aquello que es nuestro deleite sobre todas las
cosas, en eso nos gloriamos —y esta es la prerrogativa que el Señor demanda (1
Corintios 1:31; Jeremías 9:23, 24). Regocijarnos más en nuestra sabiduría,
fuerza, riqueza, que en el Señor, es idolatrar esas cosas. Tomar más deleite en
las relaciones, la esposa, los hijos, o en comodidades externas y en lugares,
que en Dios, es adorarlas, así como deberíamos adorar solo a Dios. Tomar más
placer en cualquier forma de pecado, impureza, inmoderación, o profesiones
terrenales, que en los santos caminos de Dios, que en aquellos servicios espirituales
y celestiales en donde podemos alegrar a Dios, es idolatría.
11. CELO.
Aquello para lo que somos más celosos,
lo adoramos como Dios. Porque tal celo es un acto de adoración que sólo se le debe
a Dios. Por lo tanto, es idolatría ser más celoso por nuestras propias cosas,
que por las cosas de Dios: estar ansioso en nuestra propia causa, y descuidado
en la causa de Dios; estar más apasionado por nuestro propio placer, intereses,
o beneficios, que por las verdades, caminos, y el honor de Dios; estar más
fervientes en seguir nuestros propios negocios, o promover nuestros propósitos,
pero apáticos e indiferentes en el servicio de Dios; el contar intolerable para
nosotros mismos ser vituperados, calumniados, o injuriados, pero sin manifestar
indignación cuando nuestro Dios es deshonrado, o cuando Su nombre, Su adoración,
o Su Honor son profanados, o Sus verdades, Sus caminos, o Su pueblo injuriados;
esto es ser idólatra.
12. GRATITUD.
Aquello con lo que estamos más
agradecidos, lo adoramos como a Dios. Porque la gratitud es un acto de adoración.
Nosotros adoramos aquello por lo cual estamos muy agradecidos. Podemos estar
agradecidos con los hombres, podemos reconocer la utilidad de los medios e
instrumentos de Dios, pero si nos quedamos allí y no elevamos hacia Dios nuestros
agradecimientos y reconocimientos —Si el Señor no es recordado como Él es digno,
ya que sin Él todo esto es nada—es idolatría. Por esto el Señor amenaza a
aquellos idólatras (Oseas 2:5, 8). Así, cuando atribuimos nuestra abundancia y
riquezas a nuestro cuidado y a nuestra propia labor; nuestro éxito a nuestra
prudencia y diligencia; nuestras liberaciones a amigos, medios, e instrumentos—sin
mirar más alto—o no tanto a Dios como a estos, los idolatramos, les
sacrificamos a ellos, como el profeta lo expresa (Habacuc 1:16). Atribuir eso,
que viene de Dios para las criaturas, es ponerlos en el lugar de Dios y así
adorarlos.
13. Cuando nuestro cuidado y afán es más por otras cosas, que por Dios, esto
es idolatría. Ningún hombre puede servir a dos señores. No podemos servir a
Dios y a las riquezas—a Dios y a nuestros deseos—porque este servicio de
nosotros mismos y del mundo, ocupa ese cuidado, ese afán, esos esfuerzos, que
el Señor necesariamente debe tener, si es que le servimos como Dios. Y cuando
nuestro tiempo y esfuerzos se presentan para el mundo y para nuestras pasiones,
les servimos como el Señor debería ser servido—y así las hacemos nuestros
dioses. Cuando somos más cuidadosos y nos afanamos por agradar a los hombres o
a nosotros mismos, que en agradar a Dios—cuando somos más cuidadosos en proveer
para nosotros mismos y para nuestra descendencia, que en ser serviciales para
Dios; cuando eres más cuidadoso en cuanto a qué comerás, beberás, o vestirás,
que en cómo puedes honrar y agradar a Dios; cuando eres más cuidadoso para
hacer caso de la carne, para cumplir sus deseos, que en cómo cumplir la voluntad
de Dios; cuando estas más afanado en promover tus propios intereses, que los
designios de Dios; cuando eres más cuidadoso en ser rico, o grande, o respetado
entre los hombres, que en que Dios pueda ser honrado y proclamado en el mundo; cuando
eres más cuidadoso en cómo conseguir las cosas de este mundo, que en cómo
emplearlas para Dios; cuando te levantas temprano, te vas tarde a la cama,
comes el pan nutritivo para que tu estado exterior pueda prosperar, mientras
que la causa, caminos, e intereses de Cristo tienen poco o nada de tus
esfuerzos, esto es idolatrar al mundo, a ti mismo, a tus deseos, a tus
relaciones, ¡mientras que el Dios de los cielos es abandonado! ¡Y la adoración
y el servicio debidos sólo a Él quedan idólatramente dados a otras cosas!
El que hace a Cristo su principal
objetivo, si en alguna manera, al fin, según la voluntad de Dios, halla al
Amado de su alma—esto tranquiliza su corazón—lo que sea que le falte, lo que
sea que pierda. Él cuenta eso como una recompensa completa por todas sus
lágrimas, oraciones, luchas, pruebas, indagaciones, esperas, y esfuerzos.
“Por
tanto, amados míos, huid de la idolatría.”
1 Corintios 10:14
Por David Clarkson (1621-1686)
Traducido por Marco Antonio Barajas
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