D.L. Moody e Ira Sankey,
en la celebración de una reunión de avivamiento, en Boston, Massachusetts, en 1877.
“Oh, no
dejes que la palabra salga y cierres tus ojos contra la luz; Pobres
pecadores, no endurezcáis vuestros corazones, ¡sed salvos, esta noche! Oh, ¿por
qué no esta noche, esta noche? Oh, ¿por qué no, oh, por qué no esta noche? ¿Quieres
ser salvo? Entonces ¿por qué no, oh, por qué no, esta noche?”
Durante cerca de 200 años,
los Estados Unidos, y por lo tanto, el resto del mundo, ha escuchado un coro
constante de peticiones para ser nacido de nuevo, para creer en Jesús y así ser
salvo. No sólo D.L. Moody e Ira Sankey, sino cientos y finalmente miles de
evangelistas de todas las denominaciones cristianas se han unido a este coro a
fin de mantener avivamientos estallando uno tras otro desde la década de los
1830s.
“¿Has nacido de nuevo? " Se ha convertido
no sólo en la pregunta usual y estándar, sino también se ha convertido en el
mensaje mismo del cristianismo evangélico. Sin embargo, tu forma de contestar
dicha pregunta no constituye una gran diferencia, como podrías pensar. Si eres
como la mayoría de los cristianos de hoy en día, tu respuesta sería incorrecta.
Y la pregunta misma definitivamente es incorrecta. Jesús mismo nunca la
preguntó.
"Nacer de nuevo
" (¿De verdad me ha sucedido, o no?) No es algo que tú decidas. Si has
nacido de nuevo, entonces has visto y has entrado en el Reino de Dios, por lo
que tu vida será un testimonio constante visible del hecho. Si no es así, tú no
has nacido de nuevo.
Un "nuevo nacimiento"
estrictamente espiritual o invisible no puede existir. No pueden existir más
que los seres humanos estrictamente espirituales e invisibles, estos si pueden
existir. ¿Te la pasas verificando que tus hijos de verdad hayan nacido? ¿O te
la pasas verificando que tus hijos hayan nacido “totalmente” o que hayan nacido
en la forma correcta? Si tus hijos se meten en algún problema, o si se
enferman, o si se caen en algún charco y se rasgan la ropa, ¿Procedes a
pedirles su acta de nacimiento con un tono grave y serio? ¿O procedes a
preguntarles qué fue exactamente lo que sintieron durante el parto, y qué otras
pruebas te pueden dar de haber conseguido el nacer en absoluto? ¿Los llevas al
médico para verificar su nacimiento con toda seguridad? Por supuesto que no. Y
tampoco lo hace Dios.
Si tus hijos nacieron,
nacieron. Nunca tienes que pensarlo o discutir sobre eso de nuevo, ya que su
nacimiento es evidente. Más bien te centras en mantenerlos sanos, creciendo,
aprendiendo, activos, y vivos. Lo
mismo hace Dios.
“Os es necesario nacer de nuevo. . . ."
Sólo la minoría más
pequeña de todos los cristianos, sólo una de cada mil, o quizás uno de cada
millón, se ha tomado la molestia de buscar estas palabras de Jesús y descubrir,
a partir de Su misma conversación con Nicodemo, de qué estaba Él hablando. Para
el resto de los cristianos de hoy en día, ser nacido de nuevo ha venido a
significar nada menos y nada más que la experiencia impresionante, su
"crisis de conversión," en la cual se encontraron con la misericordia
de Dios por primera vez.
Generalmente sucede algo
más o menos así: El borracho, el fornicario, el ladrón, el miserable pecador
suicida, o el orgulloso fariseo vacío, llega a un punto en el que se derrite
espiritual y emocionalmente. El peso de su propia culpa pesa tan fuertemente
sobre su alma, que su vida comienza a desmoronarse y a romperse. Entonces, tal
vez a través de alguna intensa predicación de fuego, algún llamado al altar, algún
gran himno, o simplemente debido a una reflexión tenida durante un tranquilo
paseo por el bosque, el pecador llega a un punto donde se siente abrumado con
una compulsión interna de estar bien con Dios y de ponerse a cuentas con Él. El
Espíritu de Dios le habla. Él escucha (o tal vez sólo recuerda) la invitación
de Cristo a venir a Él si uno está trabajado y cargado, para recibir descanso
para el alma. Con todo el peso de los pecados pasados inundando su mente, el
penitente clama a Dios, suplicándole humildemente misericordia en el Nombre de
Jesús, hasta que, de pronto, milagrosamente, gracias a la Sangre Preciosa que
fluyó en la cruz del Calvario, él siente su culpabilidad expulsada, y sabe que
sus pecados han sido borrados para ya no ser recordados más.
En ese momento, en lugar
de la culpa aplastante, viene una muy grande oleada de gratitud a Dios por Su
misericordia y por Su gracia. El increíblemente gran amor de Dios, tan
energizante, tan estimulante, amenaza con abrumar al pecador recién convertido
al punto de volverse loco de tanto gozo. El recién convertido ahora canta,
llora y grita. Salta en el aire (o al menos se siente como si lo hiciera), y,
si consigue el apoyo inmediato de muchos otros a los que la misma experiencia
les esté sucediendo, el ambiente puede llegar a ser acusado de locura absoluta.
Todo el mundo llorando, orando, confesándose sus faltas uno a otro, queriendo
servir a Dios, viviendo un nuevo nivel de moralidad, exultantes de nueva
libertad, de paz, de alegría, experimentando algo que no pudo haber ocurrido
antes. . . Pero ya ha ocurrido antes.
A mí me pasó hace treinta
y cuatro años (mientras pertenecía a una iglesia menonita ortodoxa de los que
andan en carreta y caballo), y sé que le ha sucedido a la mayoría de ustedes.
Crisis de conversión.
Conversiones en masa. Las conversiones grandes, los avivamientos y
renacimientos, en donde miles y miles caen llorando sobre sus rostros, y son
librados de sus pecados, se han venido celebrando desde hace siglos. Mientras
que Estados Unidos y Europa, con todo el resto del "mundo cristiano"
a cuestas, siguen dando brincos y cabriolas hacia el camino ancho de la
apostasía y la ruina espiritual, sin haber perdido el ritmo ni por un momento.
Nacidos de nuevo, sin
embargo, moviéndose rápidamente lejos de Dios y hacia el mundo. ¿Cómo puede ser
eso? ¿Hay algún problema o algo equivocado? ¿Será que todavía necesitamos más y
mejores avivamientos? ¿Necesitamos orar y suplicar y gritar y llorar y cantar
aún más fuerte y más tiempo para que la gente logre nacer de nuevo en verdad?
No, no lo necesitamos.
Tenemos que volver en nosotros mismos y darnos cuenta de que durante doscientos
años hemos confundido las crisis de conversión con el nuevo nacimiento. Nos
hemos concentrado en la conversión como un fin en sí mismo, como el objetivo de
todo lo que hacemos y por lo cual trabajamos, pero al hacerlo, casi hemos
borrado al verdadero cristianismo, al Evangelio de Jesús, de sobre la faz de la tierra.
Un cristianismo que
consiste sólo en gente centrada en las crisis de conversión, un cristianismo
que no va más allá de continuamente arrepentirse y creer y ser libertados de
sus pecados, es por naturaleza débil, endeble , y es categóricamente incapaz de
dirigirse en alguna dirección constante , y mucho menos en alguna buena
dirección, de una generación a la siguiente.
El cristianismo centrado
en la conversión cae pronto en luchas de poder mezquinas, en falsas doctrinas y
falsas profecías, en disputas y enredos doctrinales, en un gran entusiasmo
misionero que sólo hace retoñar y brotar grandes cultivos de cizaña en vez de
trigo, y que finalmente provoca el naufragio de la fe verdadera y una apostasía
generalizada, en no muchos años.
Así que,
¿cuál es la alternativa? ¿Dónde está la mejor manera?
Podemos encontrar el
Camino si nos dirigimos al Evangelio de Jesús, a Juan, capítulo tres, para
escuchar lo que realmente dijo Él. Jesús dijo allí que tenemos que nacer nuevo
para VER:
“EL
REINO DE DIOS”
¿Lo has visto?
¿Me lo podrías describir?
Nada me asusta más que el
hecho de que, de prácticamente todos los creyentes nacidos de nuevo que he
conocido en los últimos treinta años, sólo la más pequeña de las pequeñas
minorías tiene idea alguna concreta de lo que siquiera es el Reino de Dios. O al
menos de cómo se vería el Reino de Dios si bajara del cielo a la tierra, tal
como lo pedimos constantemente en el Padre Nuestro.
El evangelismo moderno se
ha centrado tanto en las conversiones, que el NACER DE NUEVO se ha convertido
en lo principal. Se ha convertido en la esencia de todo lo que predicamos o
hacemos, mientras que la buena noticia del Reino de Dios se ha perdido por el
camino. ¡Qué engaño tan horrible!
¡Qué terrible situación y
estado de las cosas mientras estamos al borde de una catástrofe global, todo
cayéndose a pedazos a nuestro alrededor! La iglesia reducida a nada más que una
clínica de partos, que se mantiene trayendo almas a la vida espiritual, pero
luego los deja varados directo en las aceras del mundo, en donde son
completamente susceptibles de perderse.
¿Hay algo de malo en tener una experiencia de crisis
de conversión?
Por supuesto que no.
Muchos creyentes (en particular los que han vivido en pecado por mucho tiempo)
han tenido tal clase de experiencia, pero no todos los hijos de Dios la han
tenido. Al igual que en un sentido natural (nacimiento del agua), hay una gran
variedad de nacimientos espirituales. Para algunos, ocurre muy fácil. Tan sutil
como un silbido. Para otros, es una gran lucha de vida o muerte. El punto en el
que nos podemos equivocar terriblemente mal es en constituir alguna forma
especial de nacimiento, alguna experiencia especial de crisis de conversión,
como una regla o estándar para toda la iglesia. ("O te conviertes gloriosamente
y naces de nuevo, o no puedes estar aquí.”)
Centrarse en las crisis de
conversión nos lleva a la tontería y el error del testimonio glorificado. En
vez de predicar la cruz que debemos cargar, y en lugar de dar testimonio del
Evangelio del Reino de Jesús, nos levantamos y contamos largos y sórdidos
relatos, o escribimos libros enteros sobre las cosas horribles que hicimos y
cómo fue que sorprendentemente fuimos rescatados de ellas.
Ninguno de los apóstoles
(ni siquiera Pablo) lo hizo. Ninguna multitud necesita alimentar su apetito
carnal por medio de oír hablar de toda esa suciedad y violencia, de todo lo que
hayas hecho en estado de ebriedad, o de lo que hiciste o hurtaste cuando eras
joven, escondiéndote en algún lugar de tu casa o de tu granja. Es una vergüenza,
dijo Pablo, hablar de lo que se hace en secreto, y más bien, olvidando lo que
queda atrás, hemos de seguir hacia adelante, hacia la meta de nuestra elevada
vocación en Cristo, al premio del supremo llamamiento en Cristo Jesús.
Centrarse en las crisis de
conversión convierte en héroes a los tipos realmente malos, a los drogadictos y
motociclistas tatuados de cabello largo, que maravillosamente nacieron de
nuevo, mientras que se margina y se resta importancia a la experiencia de
aquellos que crecieron en hogares piadosos. Poner este énfasis en tener las
historias más salvajes que contar, empuja a aquellos con experiencias menos que
dramáticas a un segundo plano, o bien los orilla a compartir testimonios largos
que son en gran parte falsos y/o exagerados.
Centrarse en las crisis de
conversión alimenta el orgullo espiritual grandemente. El hermano o la hermana
con la historia más dramática se pueden convertir en un gigante espiritual ante
los demás, y dar por sentado que él o ella están espiritualmente muy por
delante del resto. ¿Cuántos jóvenes nacidos de nuevo no hay que creen saber más
que sus predicadores, que sus padres, o que las antiguas iglesias a las que
pertenecen?
Centrarse en las crisis de conversión hace que
la gente se vuelva parcial en sus juicios y absolutamente imposible de tratar.
Todo lo que necesita es que alguien susurre algo, o que surja alguna duda sobre
la experiencia de alguna otra persona (“tal vez él ni siquiera es nacido de
nuevo....) y se levantarán los más grandes muros de prejuicios, desconfianza y
traición. Las familias y las iglesias se derrumbarán. Vienen luego los círculos
viciosos de la denuncia y las acusaciones que ponen a todos con un humor
apocalíptico. (“¿Cómo puede este pobre joven seguir viviendo en su casa si él
sabe en su corazón que mamá y papá no han nacido de nuevo?”)
Centrarse en las crisis de
conversión hace que la gente rápidamente se vuelva egoísta y mundana. Sin saber
nada absolutamente acerca del reino de Dios, sin haber visto el reino de Dios
demostrado (vivido) en las vidas de los demás, ni haber escuchado predicar
siquiera un sermón acerca del Reino de Dios, la gente llega a creer que ser
cristiano consiste en lograr la experiencia del nuevo nacimiento y en lograr que
muchos otros más nazcan de nuevo también. Ser un buen misionero es todo lo que importa,
pero vivir al estilo del mundo (en el pensar, el hablar, el vestir, el comer,
el entretenimiento, y lo demás) y sin tomar en cuenta las leyes de Cristo del
Reino de Dios (expresadas en el Sermón del Monte y en otras partes del Nuevo
Testamento), no importa, en sus mentes, en absoluto.
Centrarse en las crisis de
conversión distorsiona todas las enseñanzas de Jesús, trastorna Su Verdadero
Evangelio (el Evangelio del Reino), y siempre se traduce, tarde o temprano, en
carnalidad, sólo que diferente a la que se tenía antes de nacer de nuevo. (Por
poner sólo un ejemplo: tal vez ya no es el tipo motociclista tatuado, pero
ahora es un tipo orgulloso y engreído que aspira a ser predicador, o alguna
situación semejante o incluso peor.)
¿Quién, o qué, te redimirá de eso?
Tienes que cambiar tu
enfoque. Como Nicodemo, tienes que venir a Jesús mismo y aprender de Él lo que
en verdad significa nacer de nuevo para poder ver el Reino de Dios. Entonces
verás toda la vida: la vida humana, la vegetal, la animal, en cada uno de sus
aspectos: social, económico, espiritual, físico y eterno, bajo una luz
totalmente nueva y poco común, antes desconocida para ti. De pronto, lo que
estaba abajo irá hacia arriba, lo que estaba arriba se irá hacia abajo… Porque
ver el Reino de Dios es ver a Jesús. Sin una experiencia gloriosa, sin crisis
de conversión sobre la cual hablar durante el resto de tu vida, pero verás al
Supremamente Glorioso Hijo de Dios, resplandeciente, vestido con Su ropa teñida
en Sangre, conquistando el Universo completo, ahora mismo. Como verdadero
nacido de nuevo, verás mucho más allá de este mundo y de lo que te puede
ofrecer, verás mucho más allá de este planeta con todos sus problemas, hacia
mundos muy lejanos, hacia un cielo nuevo y una tierra nueva, en donde mora la
justicia.
Entonces tendrás algo
mucho mejor y más valioso que un entretenimiento barato como este:
Entonces, después de haber
vislumbrado, no a cualquier gran evangelista, sino a Jesús mismo y a Su reino,
quedarás transfigurado permanentemente, quedarás transformado, no sólo de la
inmoralidad a la moralidad, sino de las tinieblas al reino del Amado Hijo de
Dios. Otra vida, totalmente nueva, la vida eterna, comenzará para ti en la comunidad
del Reino de Cristo sobre esta Tierra.
¿Me permites hacer una profecía?
Ustedes, todos los nacidos
de nuevo quienquiera que sean: o superan
su enfoque en las crisis de conversión para redescubrir al Reino de Dios, o
ustedes junto con sus familias e iglesias nacidas de nuevo, muy pronto terminarán
exactamente en donde la multitud de Boston de respetables hombres de negocios
con sombreros lujosos seguidores de D.L. Moody y de Ira Sankey terminó hace un
siglo. Sólo el tiempo (o el fin de los tiempos) lo revelará todo.
-Peter Hoover (Traducido y adaptado por
Josué Moreno)
Sugerencia y nota aclaratoria del traductor:
1) Para
saber en dónde terminaron aquellos hombres de negocios del tiempo de Moody,
basta con leer algo de historia de la Iglesia de aquel tiempo y observar que,
dichos conversos de Moody no solamente
no guardaban los principios del reino de Dios (como el amor a los
enemigos, el no jurar, el no acumular tesoros sobre la tierra, el vestir
decoroso y pudoroso, etcétera.) sino que de toda esa multitud, muchos de hecho
dejaron siquiera de congregarse en algún tipo de iglesia cristiana, o se
convirtieron en simplemente cristianos “calentabancas,” y, al indagar más de
cerca, se verá que ocurrió exactamente lo mismo con los cnvertidos bajo
prácticamente los cuatro “grandes despertamientos” sucedidos en los Estados
Unidos, (siendo quizás una pequeña excepción el avivamiento de tiempos de
Finney). Sin embargo, como lo dice el autor, solamente el fin de los tiempos lo
revelará todo, incluso las intenciones del corazón.
2) Para conocer y entender, al menos en parte y a manera
de introducción, a qué se refiere el autor del presente artículo cuando habla
del Reino de Dios, recomiendo ampliamente leer todo el libro “El Reino que trastornó al mundo,” del
autor David Bercot, editado y distribuido por la Publicadora lámpara y Luz, así
como el artículo “Los Dos Reinos,” de Rodney Q. Mast. Y a quien se interese
más, recomiendo el libro “El Secreto de la Fuerza,” de Peter Hoover. Todo el
material que estoy recomendando está disponible de manera completamente
gratuita, para leer en línea, descargar y/o imprimir en formato PDF (o Word, si
se convierte a dicho formato) en este blog.
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